50 años detrás de la barra del Mónaco
Antonio Simón levanta la persiana de su bar desde hace medio siglo, todo un récord en Barcelona
Gracias a la newsletter, dispongo de una red de colaboradores, creada de manera espontánea, no están a sueldo, buscando bares con encanto por toda Barcelona.
El otro día me encontré por la calle Joaquín Costa a Antonio Jiménez, protagonista de la newsletter más leída de toda la historia de La Semanada, y quedamos en vernos un día en el bar Mónaco del Poble Nou.
Un bar ideal para “hacer antropología urbana”, que es lo que nos une a los dos.
Y efectivamente, no quedamos en un bar cualquiera precisamente.
Solera es una palabra de la que pueden presumir cada vez menos bares en la ciudad.
El Mónaco es uno de ellos.
El tiempo hace mella ya desde el rótulo.
En el letrero no hay ni rastro del acento en la primera “o”. Porque Monaco es lo que me entra si dejo de fumar. Lo que si tienes son como dos tiros, uno en esa misma “o” y otro en la “a”.
Abrió sus puertas el 2 de julio del 73. O sea que este mes de julio, su dueño llevará al frente del mismo bar unos 600 meses. Es decir, un total de 18.000 días levantando la persiana del establecimiento sito en la calle Pallars, 164.
El día que se estrenó el Mónaco era un lunes y no salía aún La Vanguardia los lunes. La portada del día después informaba en mayúsculas de unos “GRAVES COLAPSOS DE CIRCULACIÓN EN LA AUTOVÍA DE CASTELLDEFELS”: “Miles de automovilistas emplearon tres horas para hacer el trayecto Barcelona-Prat de Llobregat el pasado domingo”.
También se hacía mención en el diario conservador de un “audaz atraco” en la central de Correos de Barcelona, “por dos desconocidos que irrumpieron en el Negociado de Habilitación de Telégrafos, sito en la planta núm. 1 del edificio central de Correos de la plaza Antonio López y, amedrentando a los cajeros con sendas pistolas, al parecer del calibre 9 largo, se llevaron 2.014.000 pesetas”. Unos 12.100 euros al cambio de hoy.
“No voy a hacer nada especial el día 2 de julio. Lo que haga lo haré interiormente”.
Así que con sus 50 años, menos cuatro meses, al frente del Mónaco, Antonio Simón García Arribas ostenta el récord como el propietario de un bar que lleva más tiempo regentando un mismo negocio. “Vinieron de La Vanguardia a hacerme una entrevista porque alguien les dijo que yo tenía el récord. Y me comentaron que el segundo llevaba 31 años con el mismo bar. No, lo mío no es normal, en la hostelería lo normal es estar con un mismo negocio entre 18 y 26 años”.
“¿La clave? El secreto es que te tiene que gustar lo que haces. Si trabajas en algo que te gusta no estás trabajando. Eso es. Además es que ahora he conseguido tener la clientela que yo quiero. Y eso lo he aprendido yo ya de jubilado. Que yo la mitad de mi jubilación se la dejo a la seguridad social. 900 euros cada mes. Yo estoy a gusto con lo que hago. Que no todo el mundo se lo cree... Muchos piensan que por mi mala cabeza me he quedado sin seguridad social y tengo que seguir pringando”.
A los pocos minutos de iniciar la charla entran por la puerta unos turistas de raza blanca, así como nórdicos, bastante comedidos. Simón les abre la puerta de la sala del fondo donde está su ansiado billar. Me comentará después este plusmarquista de los bares, natural de Soria, que estos mismos turistas puede que sean ojeadores de productoras de vídeo en busca de localizaciones. Recibe un montón de propuestas de este tipo al mes.
“Yo la sala del billar sólo se la abro a clientes que conozco. ¿Tu sabes la de gente que viene a pedirme para jugar al billar y les digo siempre que está roto o que lo tengo reservado o que tengo una fiesta en un rato? No, yo ahora elijo a mi clientela. Yo no puedo estar por gente que chille o que grite. Por eso quité el fútbol del bar. Me aconsejaron que era la primera medida que debía tomar si quería que mi clientela cambiase. Yo antes me iba a la cocina para no escuchar a la gente. Ahora es al revés. Hago que veo la tele, pero en realidad estoy escuchando a la gente. Porque me culturizo. Y eso que no hablo inglés. Mira, ves, estos me han dejado cuatro euros de bote. Antes no podía ni ver a la gente. Ahora tengo un diez de clientela”.
Yo lo que digo es que el año que viene ya tengo decidido que voy a pedir la sala de billar para celebrar mi cumpleaños.
“Bueno, si cumples las normas... Si no, pues no hay trato. No cobro por el local. Pero si la fiestecilla no cumple con las reglas del local, entonces yo voy apago las luces y se van todos a su casa. Aquí, cívico total. Como si fuera una iglesia. Desde que entran por la puerta tienen que seguir las reglas. Si alguien me pide beber y ya está ya bastante cargado tampoco le sirvo. Si el anfitrión no me resuelve el problema, entonces yo apago las luces y se ha acabado la fiesta”.
“A mi me han puesto varias veces una pistola en la cabeza. Con la crisis del ladrillo me llegaron a poner cuatro veces una pistola en la cabeza. Desde heroinómanos a gente de la mafia rusa. Una noche de 2010 me tuvieron secuestrado en el bar. A las dos, que es cuando cierro, les digo a unos clientes con pinta de rusos que ya no les podía servir más y cuando fuí a llamar a la policía viene uno y me saca la pipa y me dice que del bar no se movía nadie. A eso de las cuatro y media me lanzaron, así un poco chulescos, un billete de cien euros a la barra por lo consumido, que creo recordar eran unos 80 euros, y se fueron. Eran de las mafias del este. En los 80 me metieron un revólver en la boca que me partieron dos dientes”.
“La música del bar es de un pendrive que me grabó mi ex. Ella está más puesta en música. Yo no he ido en mi vida a un concierto. Bueno, ni a un partido de fútbol. Ni a una discoteca. Ahí donde se junta tanta gente, yo es que no lo soporto. Mi ex mujer cambió la clientela del bar sólo con la ayuda de la música. Me dijo un día, “tú déjame a mí la música”. Y oye, qué maravilla. Consiguió un cambio espectacular. Con la música trajo a un público de tipo estudiante mucho más educado. Ella es que además dominaba idiomas. Y le gustaba estar aquí para hablar en inglés con los clientes. Los españoles son más burros y parece que cuando ven una mujer ya se ven obligados a decir burradas. Y luego está la picaresca. Los que declaraban que habían bebido cuatro y eran seis. Escondían dos botellas debajo de la barra para pagar menos y después los veías como las sacaban a la calle guardadas en los bolsillos. Muy cutres”.
El bar vivió de cerca el esplendor de discotecas míticas de esta ciudad, como el añorado 666, anticipo gótico de lo que luego sería el Psicódromo de maese Nando Dixkontrol.
“Las chicas venían y se disfrazaban en el lavabo. Después al salir de la discoteca volvían para el bar y se ponían de nuevo la ropa. digamos más formal. con la que habían llegado unas horas antes. Los bares que había por aquí en los 80 eran bares de mediodía, de menús para trabajadores, que cerraban el fin de semana. Entonces la clientela que acostumbraba a salir viernes y sábados se pasaban por aquí. Yo pillaba a los que entraban en horario de tarde. Cuando las discotecas abrían por la tarde. A las once de la noche se volvían para casa”.
“Viene mucha gente a ojear el local para ver si pueden hacer grabaciones. El 23 de febrero pasado vino un equipo a grabar todo el día. Era el equipo de una serie para Movistar de Los Javis. Uno de ellos entró y pegó un grito que me asusté porque pensé que se había hecho daño o algo. Y me dicen que no, que lo que pasa es que uno de los Javis al entrar se quedó tan alucinado con el bar que le salió un grito espontáneo. Aquí también se ha grabado un capítulo de Crims. Al año hago tres o cuatro cosillas de estas”.
Simón es de aquellas personas que parecen retraídas pero cuando empiezan a contar anécdotas encienden como una especie de carburador a medio gas con el que podrían estar sin parar de hablar días enteros. Sin atosigar al interlocutor. Un ritmo de dicción ideal para aguantar quilómetros y quilómetros sin desgastar las cuerdas vocales.
“Cuando empezó a funcionar el Razzmatazz tuve aquí a alguno que vendía droga. Y los tuve que echar. He pillado a gente en el lavabo haciéndose un pico. No hace tanto, en septiembre, un martes o así, que no hay nada abierto por aquí, me pidió un tipo que le abriera la sala de los billares. Venían dos trajeados, me causaron buena impresión. Me dijeron que echaban unas bolas y que cuando decidieran me pedirían la consumición. A los tres cuartos de hora me acerco, porque no me habían pedido nada aún, y los veo que están bufando los dos. Tan emocionados estaban que no se percataron que estaba yo detrás. Les pego un grito y ellos pegan un respingo que casi se dan con el techo. Les digo que si no salen pitando llamo a la policía y uno me dice que no me enfade tanto, que lo de la droga es normal, que estamos en el siglo XXI. “Será normal en su casa pero no en la mía”. Me dijeron que justamente habían venido porque alguien les había dicho que lo tenía reservado para todo lo que se quisiera hacer. “Es lo contrario, lo tengo cerrado para gente como usted”, les respondí. Imagínate que hubieran sido policías..”.
“Que por cierto, me pasó una cosa parecida. Un día también entre semana, a eso de las seis de la tarde, me viene un matrimonio de unos 30 y pico de años. Me preguntaron por una mesa y les abro la sala del billar. Les llevo unas medianas y veo algo raro en la mesa, pero como no estaba seguro de lo que era me callé. Como estaba algo escamado, dejé la puertecilla abierta, y al rato vuelvo con unas patatas y entonces es cuando me preguntan: “Aquí se puede uno hacer unas rayas, ¿no?”. Y yo, “no, no, por favor saquen eso de la mesa”. Me llevé las cervezas y al salir ellos me dicen que me las pagan, que ya que las había abierto... Acto seguido me sacan la placa y me dicen que son policías de la comisaría de Vía Laietana. Venían a ponerme a prueba, a ver si permitía el consumo de drogas. A mí eso ya me lo han hecho varias veces. Además, gente que parece drogadicta y en realidad son policías de paisano. Otro día me viene uno y me pregunta, “no venderá usted chocolate”. Y le digo, que como no quiera un Cacaolat, que de lo otro no tengo. Al rato vuelve y me dice, “y maría, seguro que maría sí que tiene por ahí”. Y yo, que no, que me deje tranquilo. Era otro policía que me estaba buscando las cosquillas. Pero bueno, aquí las órdenes las pongo yo y están claras”.
Justo he ido dos veces en una semana. Es un sitio muy especial, un bar de los que ya no quedan.