El del cartel en el aeropuerto
Un día entero en El Prat recibiendo a directivos de una empresa sueca
Hora: 8.30. Es lunes y el aeropuerto está hasta las trancas. Siempre me ocurre lo mismo cuando llego a la T2. Necesito unos segundos para aclimatarme al trasiego de gente sin orden ni concierto. Supongo es la edad. Porque antes este ir y venir me producía un entusiasmo típica de las ocasiones especiales. El arrebato de antes del vuelo.
Pero hoy no vengo a volar.
Estoy montado en un taxi y el conductor, que me ha propuesto esta aventura laboral transitoria, es decir, precaria, me explica historias imposibles de cuando venían los rusos a la Roca Village con billetes de 500 y no se preocupaban ni por mirar el cambio. De cuando venían en helicóptero la abuela, la madre y la hija.
No he estado en mi vida en la Roca Village.
El taxista no me ha encontrado por la calle, no se preocupen. Es un conocido al que no veía desde hace por lo menos 15 años.
Se puso en contacto conmigo por mediación de otro amigo para proponerme un trabajito en el aeropuerto: se trata de “recepcionar” a los directivos de una empresa sueca que vienen a pasar unas 48 horas a Barcelona.
Acepté porque necesito el dinero, pero también porque me gusta probar cosas nuevas. A mi edad ya le digo que no a muy pocas cosas.
Ya sé que el tren no va a pasar y yo no me voy a quedar en el andén esperando.
Quería ser el señor del cartel en el aeropuerto.
Bienvenido Mr Groth
“Essity, compañía líder en higiene y salud”.
No me ha quedado claro que es lo que vienen a celebrar los directivos de esta empresa nórdica, pero la fiesta tendrá lugar en las dependencias que la multinacional tiene en Puigpelat, a un paseo de Valls, ya sabéis, la famosa localidad catalana por sus calçots.
El conseller d'Empresa, Miquel Sàmper estuvo hace poco más de un mes en la fábrica para ver el resultado de los 24 millones invertidos en una nueva planta. Que no sea eso lo que vengan a celebrar los directivos que vuelan desde Helsinki, Londres, Múnich o Bolonia.
Que invierten muy bien sus millones.
La extensión producirá pañales para adultos.
Eso es tener visión de futuro.
El presente soy yo esperando a mucha gente.
Una hilera de unos veinte hombres con cartel como yo espera en la T2. Uno me dice que me aparte que estoy en el medio. Debo aún encontrar mi sitio en esta hilera de señores encorbatados que supongo quieren dar buena impresión a sus clientes.
Esa fina línea entre servicial y servidumbre.
Yo soy muy fan de la primera y aborrezco la segunda.
Un chaval con camiseta con el logo de Aphex Twin pasa delante como buscando algo, pero no sé porqué, seguro ese no será el que espero.
Un compañero de los encorbatados recibe una reprimenda de un marido algo más exaltado de la cuenta porque no ha visto el cartel más bien pequeño de su taxi driver. Llegar a Barcelona cabreado debería estar prohibido. Para eso ya estamos los locales.
El desgarrador ladrido de un perro, que hace tiempo que no ve al que supongo es su dueño, me despierta del sopor. Lo más deprimente de todo esto es tener que esperar a tanta gente que ni te va ni te viene. Se siguen llevando los globos para recibir calurosamente al que viene de fuera, alguno con forma de nave espacial. Le dan color al no lugar por antonomasia.
El aeropuerto es un no lugar y yo si no como antes de las diez de la mañana soy un no hombre.
El momento cumbre de mis recepciones tendrá lugar a las 11:45 que es cuando llega de Göteborg un avión con tres personas del núcleo duro de la empresa, una de ellas llamada Magnus Groth, el CEO de Essity. “El Dios” me comenta mi empleador el taxista. En la foto que me pasa por mail para que lo reconozca aparece con una marca roja en la testa bastante inquietante. Como un tiro en la frente. ¿Matar al rico? No está la cosa para bromas. Me aclara que “no es hindú, es un fallo de impresión”.
Mientras espero su llegada, pienso que este Groth tal vez sea el tipo más poderoso al que saludaré en lo que llevo de vida. Bueno, calla, una vez le di la mano a Paul Mc Cartney cuando iba a cubrir ruedas de prensa para el diario El Punt. De hecho, tengo por ahí un autógrafo que espero me acerque a la jubilación que no conseguiré por otros medios.
Hora: 11.55. El jefazo me saluda desde lejos. Diría que con un gesto bastante efusivo. Entiendo que no es porque se alegre de verme. Es que reconocería el logo de la empresa que le ha hecho rico desde cualquier punto del mundo. Cuando lo tengo delante se queda parado un milisegundo como esperando un apretón de manos. Pero no estoy seguro de si es contacto físico lo que quiere. Así que prefiero pasarme de conservador y a cambio le presento a su chófer.
Hora: 14.45. Se me están doblando las puntas del cartel DIN A4 y no son ni las tres. Y eso que tengo de base una carpeta dura como me aconsejaron.
Por lo demás, a la gente que llega en avión se le pone cara de cantante o futbolista.
Una chica argentina manda una nota de voz en la que se refiere a un paddock y que fue mejor que la experiencia del GP de Abu Dhabi del año pasado.
Otro de los momentos importantes de la jornada llegará a las 17.45. Llegan tres vuelos a la vez con 20 personas a las que tengo que concentrar en un punto de la T1 mientras va llegando el resto de colegas. Debo acompañar a esas dos decenas de personas hasta el parking para que se monten en un autocar rumbo a la cena que tendrá lugar a las siete de la tarde.
Uno de los vuelos se retrasa y los compañeros que han llegado en los otros dos tienen que aguardar un buen rato. En realidad, el avión al que esperamos viene de Londres y sus pasajeros tienen que pasar el control de pasaportes.
Los humanos nos empeñamos en votar para que nos recorten los derechos.
Un finlandés con cara de vivir en otra dimensión muy lejos de aquí me pregunta si puede ir a por un café.
El que se está impacientando soy yo y eso que no soy ni responsable de pedir documentación en ventanilla, ni de votar sí al Brexit.
Llega hasta donde estamos el chófer de autocar.
Me recuerda a mi padre que conducía autocares de la compañía Jiménez. Una vez me contó que llevó de excursión a un grupo de niños con síndrome de Down. Uno de ellos se pasó de juguetón y en plena autopista le tapó los ojos para ver si adivinara quién era.
Qué cosas recuerdo de mi padre.
Pero mira, ya han llegado los cuatro que me faltaban.
Es viernes y el cuerpo lo sabe
Las dos últimas chapucillas que he realizado en esta última semana, mientras me llega el turno de cubrir vacantes en las bibliotecas, tienen a foráneos como protagonistas.
La precariedad es lo que tiene.
La otra noche estuve pinchando en Casa Bonay para una parroquia compuesta en su mayoría de expats, turistas y algún despistado que viene pidiendo pista los viernes por la noche.
Todo transcurría con normalidad hasta que un chico bastante joven (I like it!) se me acerca para preguntarme por un tema (I like it! x2) . Es Laurent Garnier, nada menos, con su alias French Connection.
Al rato me avisa el camarero del interés de un cliente por conocer el nombre del tema que está sonando. Se trata de un edit del tema “It’s my life” de Talk Talk de un tal Tony Johns que ya no está en Soundcloud, quién sabe si por temas de licencias. Me acerqué hasta el cliente a saludarlo porque uno reconoce una mano amigo: “Yo esto lo bailaba en el Pachá en el 86”, me comenta ufano.
Imagina escuchar a Talk Talk en Ibiza y con aquellos equipos de sonido de antes.