Han abierto una librería al lado de mi casa
La intrépida librera nos hace una valoración del negocio en su primer mes y medio de vida
Pues sí.
Notición.
En el barrio tenemos librería nueva.
A muy pocos pasos de ésta, en agosto pasado, nos montaron el diario Ara.
Las letras impresas asaltan el barrio.
En tiempos de bares para expatried y tiendas de la cadena Awami (creía estaban especializados en especias y frutos secos, pero compruebo que ahora también venden maletas), la vecina del Raval Marina Rodríguez se ha cargado de moral y ha decidido abrir la librería Nocturama (“llibreria llunàtica”) en el carrer Peu de la Creu, 19B.
Marina cuenta con ocho años de experiencia detrás de los mostradores de Casa del Llibre (supongo la mili de los libreros), Finestres y Ona Llibres, pero también al otro lado del espejo editorial como coordinadora de la editorial Vegueta Ediciones (“catálogo infantil y obras traducidas del alemán”).
“Estoy muy contenta con el recibimiento del barrio en este primer mes y medio. Y no me lo esperaba. Pensaba que el público iba a ser mayoritariamente pues gente que está de paso por el Raval, pero muchos vecinos entran para decirme que se alegran de una iniciativa así”.
Me comenta que se decidió por el Raval después de estudiar posibles ubicaciones en otros distritos de Barcelona porque le daba mucha tristeza no probar en su propio barrio.
“Yo vivo en el Raval porque me gusta el mejunje. En el barrio hay cosas buenas pero es un emplazamiento difícil. Estaría más tranquila en Les Corts pero si no apuestas por tus creencias, pues mal vamos. Es un barrio que tiene oferta cultural pero principalmente institucional, como lo que ocurre en el MACBA, en el CCCB… Y creo que faltan iniciativas que se salgan de ese circuito. Como las amigas de La Lata Peinada que llevan unos buenos años en el carrer de la Verge y que viven de algo tan especializado como la literatura latinoamericana. Así que, por qué no yo”.
Reconoce que al comprar el primer fondo de libros no tenía ni idea de si iba a vender más en catalán o en castellano. Decidió repartir al cincuenta por ciento su stock inicial de libros infantiles, la mitad en catalán y la mitad en castellano. Al final, como en cualquier otra librería barcelonesa, el 70 por ciento de sus ventas son en catalán.
“Más que la novedad, a la gente lo que le atrae es el fondo. Pasa tiempo buscando en estanterías. Si, se podría decir que es un público digger. Y eso me parece un regalo. El fondo de libros es lo que hace que una librería se posicione de una manera u otra. Ciertos lectores aprecian un buen fondo”.
Cuando le pregunto por su top en ventas, Marina sale disparada a uno de los estantes para traerme Apegos feroces de Vivian Gornick. “Esto es un librazo”.
De hecho, la propia Gornik será una de las cuatro escritoras que se tratarán en un taller “lunático” sobre textos que ahondan en los vínculos materno-filiales y que será impartido por Valentina Mercuri.
También se viene otra actividad bajo el título Talleres desde la voz que impartirá a partir del 25 de febrero Ana Estrada, “enfocado a mujeres que leen pero no se atreven a escribir porque piensan que no tienen nada que contar”. Y una de las novedades de la programación será un club de lectura de piezas de teatro, “algo que no se lleva demasiado”, auspiciado por Pasquale Bavaro a partir del 21 de marzo.
Vidas vividas, pensadas y escritas
Entre el final del pasado y el principio de este año me he cruzado con hasta tres libros que, de alguna manera u otra, tratan el tema de la biografía.
Y de paso la convierten en un arte.
El argentino Juan Rodolfo Wilcock, mucho menos conocido que su colega Borges, tiene un libro que es una delicia. La sinagoga de los iconoclastas es un desfile de biografías inventadas: vidas que podrían haber sido, pero en realidad no fueron. Y todo con un sentido del humor que a veces es del horror. Corrosivo sin quemar. Es una cosa que no te das cuenta pero te está haciendo un agujero. Se le llama ironía. Y cotiza a la baja.
Algo así dijo Roberto Bolaño del mentado libro: “Si quieres reír y mejorar tu salud, compra ese libro, o róbalo, o pide que te lo presten, pero léelo, léelo”.
Por si faltaban más alicientes, uno de los iconoclastas que aparecen en el libro es catalán. Curioso que sea el dramaturgo de la lista.
“Llorenç Riber tuvo la fortuna singular de nacer en una de las casas de pisos construidas por Gaudí en Barcelona; su padre decía que parecía una conejera. Este fue su primer contacto con el arte y con los conejos; ello explica que en materia de arte se convirtiera en un iconoclasta; y en materia de conejos, en un entendido. De la convicción de que él mismo era un conejo sacó tal vez el ímpetu que no tardó en convertirle en una de las fuerzas más poderosas del teatro contemporáneo: arte al cual supo dar, desde su primera y elástica juventud, tal impulso, que convendrá preguntarse si alguna vez conseguirá levantarse del lugar donde le ha enviado dicho impulso. A partir de Riber, nada se ha producido en el escenario que ya no hubiese sido hecho por él”.
Un escritor que influenció tanto a Wilcock como a Borges fue Marcel Schwob que tiene un librito muy del estilo de La Sinagoga de los iconoclastas. Se titula Vidas imaginarias y lo mejor es el prefacio del autor donde reflexiona en torno a cómo enfrentarse a una biografía.
Yo durante mucho tiempo estuve escribiendo biografías de Djs y productores de electrónica para clubbingspain. Leía las notas de prensa de los artistas y todas eran igual. Era complicado extraer datos significativos de la mayoría.
Tal o cual Dj había coincidido en cabina con (ponga aquí el nombre de un DJ internacional de renombre). Ese coincidir, normalmente, equivalía a “he pinchado antes que la estrella cuando la pista estaba vacía y al salir de la cabina me he cruzado con él y le he deseado buena suerte”. La imperiosa necesidad por resaltar algún aspecto culmen en las carreras de esos Dj hacía que todas las biografías, promocionales, no lo olvidemos, se acabaran pareciendo como si alguien las hubiera producido con la máquina de fabricar bios como churros.
Esas líneas hubieran destacado mucho más si el Dj se hubiera olvidado de los grandes nombres y hubiera destacado otros aspectos, como que al pinchar sigue el ritmo con el pie izquierdo que acompasa con un particular tamborileo de dedos, mientras repasa mentalmente la compra del sábado por la mañana.
Ese incidir en lo propio de nuestro ser es precisamente lo que nos aconseja el propio Schwob en la intro de sus Vidas imaginarias.
“Las ideas de los grandes hombres son el patrimonio de la humanidad, mas en realidad cada uno de ellos solo fue dueño de sus rarezas. El libro que describiera a un hombre en todas sus anomalías sería una obra de arte, como una estampa japonesa en la que, eternamente, se ve la imagen de una pequeña oruga, vista una sola vez a una hora concreta del día”.
La actividad creadora de alguien que se considera artista debería empezar por una biografía personal e intransferible.
¿Y qué hay más intransferible que nuestras propias rarezas?
Al final lo que somos es un capazo de rarezas.
“Diógenes Laercio nos enseña que Aristóteles llevaba sobre el estómago un pellejito lleno de aceite caliente y que, tras su muerte, encontraron en su casa gran cantidad de vasijas de barro. Nunca sabremos lo que hacía Aristóteles con toda esa cerámica”.
Otro que nació un día fue Georges Perec. Concretamente fue nacido el 7 de marzo de 1936, probablemente el día que a Hitler le dio por invadir Polonia.
Anna se escapó un día antes de Navidades para comprarme su obra póstuma publicada originalmente en 1990, ocho años después de su muerte.
En realidad, un compendio de artículos autobiográficos, Nací, que encontró precisamente en la librería con la que hemos iniciado este boletín. Mi interés por Perec viene de cuando Anna se topó por casualidad en el mercat de Sant Antoni con su catedralicia novela La vida instrucciones de uso, uno de los libros que más he disfrutado en los últimos, yo que sé, ¿diez años?
Perec como Wilcock es borgeano o borgista, no sé cómo llaman a los de ese club. Y si el segundo recrea vidas, el primero recrea la suya en esto artículos.
“¿Tenía yo, entonces, algo particular que decir? Pero ¿qué es lo que he acabado diciendo? ¿Qué es lo que uno tiene que decir? ¿Decir que uno es? ¿Decir que no escribe? ¿Decir que uno es un escritor? ¿Hay necesidad de comunicar qué? ¿Necesidad de comunicar que se tiene necesidad de comunicar? ¿Qué es lo que se está comunicando? La escritura dice que ella está ahí, y nada más, y henos aquí de nuevo en ese palacio de espejos en que las palabras se remiten unas a otras, se reflejan hasta el infinito sin encontrar jamás otra cosa que su sombra”.
Perec quedó huérfano de muy pequeño, su madre murió en un campo de concentración, y en este ramillete de artículos lo que hace es reconstruir un pasado que le fue vetado. Porque sus padres eran inmigrantes polacos y él quedó en París sin unos padres a los que recurrir para saber, por ejemplo, qué significaba ser judío (y llegar a saber algún día qué significaba ser judío para él). Ese interés le lleva también hasta la isla de Ellis en Nueva York para rodar una película sobre aquellos millones de personas que llegaron a este islote y pasaron de ser emigrantes a inmigrantes. Una charcutería de convertir inmigrantes en estadounidenses (hasta que se cerró el grifo con la primera guerra mundial y se convirtió en una especie de CIEs para desarrapados de todo el mundo).
Y por eso reconoce se hizo escritor. Para recuperar su pasado, para fijarlo.
Pero sin mayúsculas, a través de minucias.
Relata cuando siendo niño decidió hacer pellas para deambular por el París de posguerra o del miedo que se sentía cuando le tocaba lanzarse en paracaídas en la mili (“Es en ese momento cuando se plantea el problema de la elección. Exactamente el problema de la vida. Entonces sé que me va a hacer falta comenzar a tener confianza en cosas que me son completamente extrañas”).
Como Wilcock, Perec se mueve entre la risa y la mueca, ese espacio en el que todavía hay esperanza.
El libro se queda corto y más cuando Perec nos deja al final con la miel en los labios al acabar como de repente la lista de las cosas, se queda en 37, que debería hacer antes de morir. 37 cosas. Y no 50, ni 20, ni 100.
Entre esos deseos hay marcas geográficas que me han excitado la imaginación: como visitar las islas Kerguelen, que es ese archipiélago remoto entre Sudáfrica y la Antártida, posesión de Francia, o escribir el guion de una película de aventuras en la que aparecieran 5000 kirguizos cabalgando por la estepa.
De kirguizos justamente hablamos por aquí hace un par de semanas.
Por mi parte, os volveré a colonizar el mail justo en el peor momento de la semana: la mañana del próximo lunes.
Porque os quiero.
Hoy lo empiezo! Justo estaba acabando el espíritu de la ciencia ficción de Bolaño. Cualquier recomendación suya va directa a la lista. 🙏🏻🙏🏻🙏🏻
Nocturama, allá vamos. Gracias por esos libros mr Bridge!!