Història de la no cançó explicada per Pau Riba
Seguimos con el repaso a los libros de este año con una particular historia de la música electrónica
“Més que no pas mort, silenci significa absència de vida”.
Pau Riba es uno de los artistas que no han sobrevivido al 2022.
Pero le dio tiempo a acabar su particular ensayo sobre la historia de la música electrónica del siglo XX y llegó a tener en sus manos el consiguiente libro editado por Males Herbes (aquest any fan 10 anys amb un catàleg farcit de “sàtira, realisme màgic, prosa experimental, neogrotesc, ciència-ficció, terror, surrealisme”, però sobresurt la figura de l’inconmensurable Valerio Sanmartí, l’unica persona viva a la que pagaria per entrevistar algun cop).
Nos explica Pau Riba que el libro que nos ocupa, en realidad, “lo vendió” a sus editores con el título de “Història de la no cançó”. Curioso, siendo él más conocido por ser cantante.
“... vaig sucumbir a l’encant de les sirenes -l’encant del cant- i em vaig deixar atrapar en aquest maleït forat negre -trau que atrau- que m’obliga a cantar i seguir cantant malgrat ser l’activitat per a la qual la vida m’ha dotat amb més insuficiència!”.
Murió a principios de marzo con el libro a punto para ser presentado en público. En los últimos meses de vida le dio un empujón para tenerlo listo después de tres décadas dedicándole tiempos muertos a redactarlo.
Se nota en lo descompensado de algunos capítulos. Pero ese el encanto del libro. De hecho, lo pillé no tanto por lo que me iba a contar de la historia de la electrónica, si no por cómo lo iba a contar un personaje que ha pasado por todos los colores de la contracultura nostrada (le dedica unas cuantas páginas a la gran rival peluda de la electrónica, la últimamente denostada guitarra eléctrica, y otras muchas tantas a los peludos hippies).
Por cierto, si no habéis visto esta recreación de cómo ha ido cambiando el registro de Bob Dylan en el programa de Jimmy Fallon, ya estáis tardando.
Por lo demás, Riba te explica sus pesquisas como si lo hiciera tu hermano mayor, tu primo o aquel amigo con el que quedas porque sabes que se va a tirar el rollo y tu lo disfrutas.
Por lo que se comenta en el epílogo del libro, parece que Pau Riba tenía pensado publicar otro explicando los progresos electrónicos a partir de los 90. Me quedo con las ganas de saber qué pensaba de los tres reyes magos de Detroit o si tuvo contacto con el primer trance. Por desgracia nos quedaremos sin saberlo.
La excusa principal del libro es presentarnos a aquellos científicos chiflados, inventores e insobornables iluminados, que se salieron de la tangente.
Como Charles Babbage, miembro del club de fantasmas más antiguo del mundo e inventor de la primera calculadora mecánica, que no dudó en exponerse durante cinco minutos a una temperatura de 124 grados para saber qué se sentía cuando uno se cuece al horno.
Desde la invención del teléfono, desde donde parte el hilo del embrollo electrónico, todas estas mentes ponen su granito de arena para que muuuucho después la música tenga su alma cibernética.
O lo que es lo mismo. Riba pone énfasis en explicarnos que no hay un invento y ya.
Hay gente pensando a la vez en diferentes partes del mundo. Y estos pasitos acaban modelando grandísimos hallazgos.
La música electrónica nace para liberar a la música del clasicismo. Porque:
“La perfección cuanto más absoluta más frágil es”.
La nueva música, la música que rompe con la clásica, con el clasismo, resulta especialmente difícil para el público neófito porque ya no exige mirar a un intérprete o al músico que la ejecuta.
Requiere una actitud contemplativa. Que el oyente escuche para adentro.
La gran revolución instrumental del siglo XX viene de la mano de la evolución de los teclados. De todos esos inventos que surgen a partir del denostado piano (dependiendo de su tamaño, símbolo de la aristocracia o de la burguesía).
Un momento clave en la evolución de la música popular tendrá lugar con el advenimiento del milagro de la amplificación, que permite conciertos multitudinarios. Y de este modo se abre el ritual en directo a mucha más gente.
“... en realitat, la denominació acústic fa referència a una acústica natural; a un so pur, d’aquesta mateixa puresa que tan sols atorguem a l’autèntica llet de vaca o a la mel recollida directament del rusc (…). És a dir, el so no manipulat. Així, el mateix anhel saturat de nostàlgia que sempre ens ha fet desitjar i, segons com, preferir l’aliment tal com raja del pit de la Natura és el que fins avui ha salvat i seguirà salvant l’instrument acústic de la desaparició. I amb ell, el ritualisme que comporta”.
Pero lo más bonito de lo que explica nuestro trovador metido a pedagogo es que:
Somos eléctricos.
“El cervell funciona amb electricitat, l’energia nerviosa que ens permet moure els membres és energia elèctrica, la vibració que manté vives les nostres cèl·lules és vibració elèctrica! La informació, el pensament, la memòria, tot són processos elèctrics que es donen al nostre interior! Davant d’això, la irrupció de l’electrònica és una irrupció en nosaltres mateixos, en la pròpia naturalesa i en la pròpia essència. L’energia elèctrica és la més natural de les energies. És la llum i és la vida”.
Cita también a Pierre Bastien, como ejemplo de lo que sería hoy un concierto futurista.
A Bastien lo entrevisté no hace tanto en un bar de al lado de mi casa en el Raval cuando vino al LEM. Además de reconocer que vivía en Rotterdam “por el color del cabello de una mujer”, justificó de la siguiente manera su afición a desplegar juguetes en el escenario: “Lo que me permite poder estar en un escenario es precisamente estar ocupado. Tengo cosas que hacer cada segundo y entonces olvido que estoy ante el público. Temo que el público se aburra porque cuando yo ejerzo de público me aburro muy rápido. Me gusta que cada treinta segundos pase algo en mi directo”.
Ya lo dijo el saxofonista y amigo de Riba, Oriol Perucho:
“El peor enemigo del ser humano es el aburrimiento”.
A otro que también entrevisté y que sale citado en el libro es Jordi Valls, pero de este vecino del barrio de Gràcia hablaremos la semana que viene porque si no esto se va a alargar demasiado.
Ara si el tenim a tocar
Este mes de agosto me montaron una nueva redacción del diari Ara al lado de casa, en la calle Peu de la Creu. Como podéis comprobar en la foto, las paredes son transparentes, supongo en un intento por mostrar cómo se cocinan las noticias, lo que viene a ser la estrategia de los restaurantes asiáticos.
Por la noche, el edificio ilumina la calle y ahora es otra cosa cuando vuelves de madrugada, delante tiene siempre la tienda de campaña de algún homeless en el porche de lo que fue el Centro Riojano (el Raval y sus realidades en diferentes planos superpuestos), siempre me imagino que hay alguien de madrugada siguiendo los partidos de la zona Oeste de la NBA. Este edificio fue un narco piso de los que movían cantidades que mantuvo en jaque a los vecinos hace unos veranos.
Nota mental: Del Centro Riojano os tengo que hablar otro día. Un edificio de dos plantas, cien metros cada una, que cerró hace seis o siete años y ahí se ha quedado. En un limbo que se cae a trozos. Sueño con que se vuelva a abrir como centro social o algo.
Por lo demás, me quedo como un perrillo chico mirando a los periodistas embobados en sus pantallas. Durante las obras estuve a punto de dejar el currículum pero al final no lo hice.
Veo muchos periodistas jóvenes y entonces yo me voy con la mente al año 93 -a la época del italo house, cómo es la mente y cuantos puntos hilvana- cuando trabajaba en la redacción de El Punt diari en su delegación de Badalona. Me encantaba ese ambiente de redacción echando humo, incluso los domingos tarde, cuando hervía la actualidad deportiva con partidos de extrarradio en Sant Roc, Artigues o Sant Adrià.
Cada dos domingos me tocaba llamar al campo de la Catalana Club de Futbol para que el delegado local me diera la ficha técnica y me dijera por enésima vez que los alborotos de turno habían sido culpa del árbitro que les había robado el partido. Ahora ese ambiente de otra época parece un poco desangelado con tanto teletrabajador. Igual por eso no dejé nunca el currículum.