Es recurrente que escriban mal mi apellido en cualquier trámite burocrático.
No me quejo.
Puente es un apellido bien enrevesado.
Es muy normal que la persona que está al otro lado del teléfono tomando mis datos se equivoque y me pregunte si es Fuente o Fuentes.
Es curioso porque como Puente es singular he aprendido a acabar de modo tajante con la última e. Mis dientes guillotinan mi apellido de manera tajante para que no haya confusión alguna.
Pero siempre para el otro soy Puentes. “Acabado en ese, ¿no?”.
Casi que me saldría más a cuenta ser una de las ocho personas que se apellidan Garroguerricaechevarria en Vizcaya.
Foto: El otro día fui en metro a la Zona Franca y tomé la foto de abajo a la altura de Mercabarna. Les recomiendo una visita si lo que quieren es ver gaviotas más grandes que su vida.
Lo del apellido en mi caso tiene aún más guasa porque ya de pequeño mis compañeros de clase se dirigían a mí como eso mismo. Como David Puente.
Es mi nombre y es mi apellido, ya lo sé.
Pero mientras mis compañeros de clase eran Miguelín, Toni, Albertito, Manolito… Yo era David Puente.
Ya de pequeño notaba que en esa combinación de nombre y apellido había una formalidad. Como un distancia con el otro. Se me convertía en adulto antes que los demás.
La versión oficial a todo esto era que en clase coincidíamos dos David.
Uno era David y yo David Puente.
Nunca me acabó de convencer este argumento.
Cuando ya mis compañeros a los tres años o así de EGB me empezaron a coger confianza se dirigieron a mí como “el Puente”. Pero tampoco me acababa de gustar el apelativo, porque acto seguido había niños que no se podían refrenar y remataban con la coletilla “por donde pasa la corriente”.
Una vez el profesor de castellano paró la clase sin venir a cuento para dirigirse a mí y preguntarme: “Puente, ¿sabe de dónde viene su apellido?”. Y nos contó algo relacionado con los romanos que no sé si acabé de entender.
Como el profesor era de los más odiados de todo el colegio, inmediatamente pasé de “puente” a “pelota” para el resto de la clase.
Ya de más mayor. Cuando intentaba formarme extra escolarmente, me apunté a una academia de idiomas de la plaza Pep Ventura en Badalona. El primer día nos tuvieron a todo el curso esperando para entrar mientras pasaban lista.
En un momento dado llamaron a un tal “David Porras” y nadie se inmutó.
Se acabaron los nombres y a mí nadie me llamó.
“Pero, entonces, ¿no es usted David Porras"?”.
No, porras.
Con la irrupción de las redes sociales me vengué del mundo y me puse Dave Bridge. Aún hoy hay gente que no ha pillado el chiste y me pregunta, “ah, ¿pero tu eres Dave Bridge?”.
Si, porras.
Digo, Puente.
Un amigo en un arranque de genialidad me apodó Puentani. Una deliciosa combinación entre mi apellido y el de Marco Pantani. El ciclista italiano, del que estos días se han cumplido 30 años de su oscura muerte. El ganador de Tour, Giro y de nuestros corazones, portaba una perilla muy noventas y el pelo rasurado. Y puede ser se pareciera en algo a mí cuando decidí que la perilla era un contrapeso ideal a mi calvicie.
Pero la simetría no siempre es buena.
Ni todos los calvos somos iguales.
Una vida pegada a un palo
Foto de Massimo Adami en Unsplash
La noche del domingo estaba tan tranquilo viendo el Suns-Lakers, cuando de repente los comentaristas de Movistar, los ínclitos Guille Giménez y Antoni Daimiel describieron con uno de su chascarrillos lo que fueron los primeros 80s.
Lo que fue mi infancia.
Uno de ellos, vete a saber por qué con este par, empezó a hablar del regaliz de palo. El mítico paloduz que podías estar masticando una semana entera en aquellos años de EGB, que recordados ahora en 2024, se parecen más a la posguerra (por lo demás, gran placer en ese deshilachado eterno que iba convirtiéndose en papilla al que nunca se le iba el sabor del todo).
El encanto del color sepia.
“Se empezaba con el paloduz ese y se acababa en cosas más duras”, comenta mirando a cámara Giménez.
“Mucha gente que empezaba con eso y acababa con lo marrón”, le replicó Daimiel con una ceja levantada y cara de travieso.
Totalmente de acuerdo.
Aquel que masticaba el mismo paloduz durante una semana estaba predestinado a una vida de adicciones y apegos emocionales.
Me comenta mi amigo Ginés que es temporada de recogida pero como no ha hecho frío está la cosecha bastante triste y no se encuentra aún en las tiendas.
Por cierto, si alguna vez os habías preguntado de dónde sale el regaliz o el paloduz (yo y los míos lo llamábamos palodul), aquí un vecino de un pueblo de la Alcarria conquense os lo explica.
En nada estamos en verano
Qué bien entra esta sesión de deep house cosecha del 98.
Hay un deep house por ahí que se está pinchando en Barcelona que me aburre un montón. Se supone tan puro que no me rasca el alma.
Y eso que he escuchado house a cascoporro. Forma parte de un porcentaje muy alto de mi identidad musical.
Una vez un Dj de techno muy conocido en la ciudad me preguntó si era más de techno o de house (cuando estas cosas se preguntaban con nocturnidad y alevosía en los clubs de la ciudad). Y yo le engañé y con cara de decir, “¿pero por quién me has tomado?”, le respondí que de techno, por supuesto.
Le engañé miserablemente.
Antes el techno estaba mejor visto que el house. Ir al Moog estaba mucho mejor que dejarte las neuronas en La Terrrazza. Era más auténtico lo oscuro que lo luminoso. Muchos de esos que te inflaban la cabeza con el techno (y antes con la makina) ahora son los abanderados del house más profundo. Más deep que deep.
Me encanta como con el tiempo van cambiando las cotizaciones de las identidades musicales
Esta que os pego aquí es la recuperación en digital de una cinta del Dj afincado entonces en California, Jamie Thinnes, fundador del sello Earthtones Recordings (ahora tiene otro que se llama Seasons Recors, no lo conocía, el Soundcloud me lo ha recomendado, bien por Soundcloud porque a mí las recomendaciones del algoritmo casi siempre me dejan insatisfecho).
Esto podía sonar perfectamente en La Terrrazza en el 98. De hecho, un productor del sello, Pete Moss, de Philadelphia, vino un verano al open air del Poble Espanyol, como representante de un sello más conocido como Ovum de Josh Wink, y podría chequear el año pero es tontería que lo busque porque, no sé cual es la razón, en los flyers de la época nunca sale el año de la fiesta.
¿Os imagináis profundizando sobre un tema durante más de 30 años?
La gente que se tira más de 10 años haciendo lo que sea, ya tiene mis respetos.
Tenéis buen deep house más contemporáneo más abajo. House de ahora pero mezclado por un tipo que lleva más de 30 años en esto.
King James Britt.
Eso si que es tener una identidad dentro del house.
King, nada menos.
Con ese nombre seguirá reinando en esto hasta que él quiera.
Esta sesión para la serie de mixes del colectivo barcelonés con mayúsculas MARICAS, “LGBTQ techno, pervy & loving collective”, firmada por Stella Zekrin (HÖR Berlin/Cocktail d'Amore) es un tremendo banger en sí misma. Con temas que gustarán a grandes y pequeñas.
Compruebo que varias representantes del colectivo, ALBAL, ISAbella y mad miran estarán este sábado 23 de marzo en El Pumarejo de Av. del Carrilet en l’Hospitalet.
Nosotros nos despedimos hasta el lunes que viene pero y os avanzamos que estaremos bailando house hasta que seamos abuelitos.
“Y aunque me quiebre la cadera voy a seguir bailando el house
Y con las enfermera' vamo' a seguir bailando el house
Y aunque esté en silla de rueda' voy a seguir bailando el house
Por que hasta que me muera voy a seguir bailando el house, el house”.
Madre mía la sesión de Jamie Thinnes!