“Es prácticamente imposible desgajar lo que querría oír en aquellos balbuceos volubles, pero aún así, sin un utilidad directa, le hace un gran bien articular algunos «diga», preguntar y escuchar la reacción al otro lado del teléfono, saber que lo escuchan, intentar imaginar que aspecto tendrá el otro…”.
Estas Navidades he estado trabajando en una biblioteca. He tenido la suerte de entrar en la bolsa de urgencia para cubrir las vacaciones navideñas de los titulares.
El segundo día que estuve en el mostrador de información vino un señor preguntando por un libro que le había dejado escrito su hija en un papel.
“El libro se titula “Epepé” de Ferenc Karinthy”.
“¿Cómo dice? ¿“Ededé”?”
“Epepé”.
No fuí capaz de encontrar en libro en la base de datos.
El señor tenía prisa así que no pude ahondar en mi búsqueda y mi orgullo de bibliotecario novato quedó algo maltrecho.
Lo veo salir por la puerta justo cuando descubro en Google que el título del libro en español es “Metrópolis”.
Me retengo para no salir detrás del señor y decirle que “Epepé” es en realidad “Metrópolis”.
Como quedan un par de copias disponibles en la red de bibliotecas, si el señor tuviera a bien volver, le podría reservar una para él.
El argumento de “Epepé” me ha llamado la atención. Así que yo me quedo con la otra copia (aunque el señor nunca volvió, al menos los días que yo estuve trabajando en el mostrador).
Un reputado lingüista húngaro coge un avión para asistir a una convención y cuando llega a destino se de cuenta que aquello no sólo no es Helsinki, es que la gente habla un idioma ininteligible incluso para él que es un especialista en lenguas.
Y en todos lados hay siempre mucha gente y colas quilométricas para cualquier gestión.
Todos los platos en este país tienen un sabor dulzón muy característico, “como si todo estuviera azucarado, incluso la carne y los huevos”. En casi todos los lados se vende una bebida “almibarada que sabe a miel” pero no quita la sed y tiene una graduación de alcohol insospechadamente alta.
Y en el mercado callejero se pueden encontrar lagartos de seis patas.
Nota del autor: En la versión italiana han mantenido el título original y la portada es mucho más bonita.
El libro es lo más parecido a ese tipo de esas pesadillas que tienes cuando estás muy estresado y en el sueño todo va muy rápido y es un estrés porque no acabas de hacer lo que tienes entre manos y muy probablemente estés roncando como un mamut y por eso te cueste respirar.
Y cuando llevas, yo que sé, 30 páginas, lo estás disfrutando fuerte, pero en el fondo ya quieres que el libro se acabe para que finalice de una vez por todas el suplicio del protagonista.
A mi es que los problemas de incomunicación me afectan un montón. No por nada soy acuario y ahora estoy en mi infierno astral.
Un protagonista, que no lo olvidemos, es húngaro. O sea que además de ser políglota, este Budai tiene como lengua materna la quintaesencia del idioma complicado de entender de todas las que pueblan el continente europeo.
Budai se llega a preguntar si entre ellos se entienden, si no habrá tantas lenguas como personas hay en esa ciudad.
Otra cosa que impacta de la novela son las situaciones que se representan de la vida de esta sociedad en la que siempre hay gente por todos lados y siempre van con prisas. Nadie se toma la molestia de detenerse un momento a escuchar lo que necesita.
Sólo entra en contacto con la joven ascensorista de su hotel. Pero tampoco es capaz de dilucidar cual es su horario, ni que día libra, así que siempre se la encuentra de casualidad y con mucha gente alrededor que constantemente sube y baja plantas del hotel.
Cuando el protagonista se anima a alejarse del hotel para hacerse una idea de la ciudad se decide a entrar en una iglesia donde se celebra una liturgia indescifrable.
Todo en esa ciudad es como un reflejo muy loco de nuestra sociedad del espectáculo.
Bestial la parte en la que visita un matadero en el que la gente que tiene detrás le obliga a pasar por todas las fases del desolladero.
En este tipo de descripciones entre pesadillescas y a la vez reflejo de lo que vendría siendo nuestra propia sociedad del espectáculo es cuando el autor, Ferenc Karanthy, con experiencia como waterpolista, se desenvuelve con suma maestría.
De hecho, el protagonista no sabe reconocer los bandos cuando se convierte en el ojo que todo lo ve. Ni cuando está viendo una competición deportiva, ni cuando le explota en la cara una revolución social.
Todo es un lío fenomenal.
También entra en una especie de discoteca “con música enlatada, tan sólo ritmo, prácticamente nada de melodías: ritmos entrecortados, sincopados, penetrantes, impúdicos ”. Y te quedas de piedra porque podría ser la descripción en el año 70, que es cuando se escribió el libro, de la venidera música house en una rave de los años 90 (“La mayoría, jóvenes, ostensiblemente ataviados de forma andrajosa o con vestimentas de colores abigarrados y alocados”).
Hacerte mayor viene a ser algo parecido a lo que le ocurre al protagonista. Todo te suena vagamente familiar, pero no tienes ni puta idea de lo que está hablando la gente.
Una vez me pasó algo alucinante en el vestuario del gimnasio. Me cambié al lado de un grupo de tres jóvenes de poco más de 20 años. Durante tres minutos que duró la charla entre ellos no fui capaz de reconocer de qué estaban hablando. Probablemente de algún videojuego pero no pondría la mano en el fuego. Me pasa muy pocas veces que no sea capaz de descifrar el contexto de lo que se está hablando. Y cuando ocurre me encanta. Me devuelve a la infancia.
“La elección de ese título ya es una manifestación de ironía por parte de Karinthy, pues, en primer lugar, Epepé es solo una de las posibles transcripciones del nombre de la muchacha (otras son Dedé, Bebebé, Tyeté…) y supone por tanto un buen ejemplo de lo inextricable de ese idioma en el que cada vez que Budai cree identificar una palabra, ésta puede tener otra pronunciación distinta (a veces, incluso otro significado)”.
Fue el sistema, bro
“A un primo mío le cayeron dos años de cárcel porque durante un partido entre Albania y la República Federal de Alemania dijo:«¡Qué bueno es ese Beckenbauer!». (...) La sentencia, justificó el juez, es convenientemente severa. Al fin y al cabo, al alabar a un futbolista alemán, el condenado había insultado a los futbolistas albaneses, había pisoteado su dignidad, delito que la justicia estimó merecedor de dos años”.
De un país en el que es imposible entrar, a otro del que es imposible salir.
En la misma biblioteca donde fallé al señor que buscaba “Epepé” encontré este “Barro más dulce que la miel”. Si el libro “Homo Sovieticus” donde Svetlana Aleksievich desvelaba las miserias de la antigua URSS te puso sobre el disparadero de lo que fue el comunismo, con este reportaje de la periodista polaca Margo Rejme te va a costar conciliar el sueño.
Albania.
Un país de tres millones de presos libres durante los 40 años que duró la paranoia autoritaria.
El país en el que nadie vigilaba la frontera del otro lado, del lado de Montenegro, ex Yugoslavia. Porque, ¿quien coño va a querer huir a Albania? “Sería como cambiar voluntariamente un arresto domiciliario por un campo de concentración”.
Albania, el país que se fue quedando sin amigos.
Rompe con Yugoslavia en 1948 (recordemos, Tito y Hoxha como únicos cabecillas que no necesitaron de la URSS para desalojar a los nazis). Cuando se enemista con la URSS tras la muerte de Stalin, se acerca a China que también acabará perdiendo la paciencia con el país de las águilas.
“Cuanto más teme al enemigo el dictador, más se aisla y debilita Albania. China la contempla con recelo, pues lleva años metiendo dinero en esa gran amistad y su aliado no para de encogerse y decaer”.
Por cierto, su mano derecha, Mehmet Shehu, tuvo un hijo llamado Bashkim que, al finalizar la dictadura de Hoxha, se vino para Barcelona. Lo llevé de invitado a los estudios de dublab.es en el barrio de Gràcia allá por el año 2018.
Puedes recuperar el programa, donde el escritor nos selecciona música albanesa, desde aquí.
Por cierto, la mano derecha del tirano Enved Hoxha, Mehmet Shehu,su ministro del interior hasta que vio venir la purga y se pegó un tiro en 1981, tuvo un hijo llamado Bashkim que, al finalizar la dictadura de Hoxha, se vino para Barcelona. Lo llevé de invitado a los estudios de dublab.es en el barrio de Gràcia allá por el año 2018.
Puedes recuperar el programa, donde el escritor nos selecciona música albanesa, desde aquí.
“Los servicios de espionaje estadounidenses enviaron en su día a un asesino a sueldo para matar a Enver aquí en Gjirokastra. Pero cuando aquel asesino vio lo mucho que el pueblo amaba a Enver, cómo le besaban los niños en las mejillas, cómo lloraban los adultos de felicidad al ver a su magnífico dirigente, dijo: «¿Cómo voy yo a matar a un hombre tan bueno?». Y se entregó a la policía albanesa. ¡De verdad!”.
En Albania no se condenó a ni uno solo de los responsables de dictar sentencias y torturar a presos. Con la única excepción de la mujer de Hoxha, Nexhmije, que pasó cuatro años en la cárcel como chivo expiatorio del sistema.
Nadie se siente responsable. Todos los implicados aluden a lo mismo.
Fue el sistema, hermano. Yo no quería.
“-Atentos. -exclama la maestra-. Ahora os haré una pregunta difícil. Tendrá premio quien sepa contestarla. ¿Qué es esto?.
Y dibuja en la pizarra dos líneas cruzándose. Los niños están asustados, nadie sabe lo que ha dibujado. Finalmente uno de los pequeñajos no aguanta la tensión exclama triunfante:
-¡Una cruz!
La maestra asiente con la cabeza.
-Muy bien -felicita-. Dile a mamá y a papá que vengan mañana a la escuela. Me gustaría hablar con ellos”.
Pues yo a Helsinki este sábado (-20C). 48 horas con los huevos congelados. Ni una palabra de finlandés menos la brinda 'kippis'. No pertenece al grupo indoeuropeo de idiomas. Alguien me comentó que hay cierta empatía con Japón a nivel cultural. No sé si exageraba pero tal vez merece más investigación. Por lo menos 'Suomi' parece una palabra japonesa