De abejas y burros
Un ensayo sobre lenguas planificadas y la película animalista de un octogenario
“El filósofo psicodélico Terence McKenna supone que la glosolalia representaba la forma de conversación más temprana de la humanidad. Las sílabas sin sentido, el flujo de datos mismos, habían estado allí en un principio. Según McKenna, en la actualidad, durante los viajes con DMT o psilocibina, la glosolalia surge como algo del todo obvio e irrefrenable, llegando a poseer algo parecido a inequívocas reglas internas, pero no sentido.
Tiene sintaxis, pero no morfología”.
Llevaba tiempo detrás de este libro escrito por el barbudo de la foto.
Una de las sensaciones ¿hipster? de los últimos meses.
Soy un tipo influenciable.
Me pasa bastante lo de emperrarme en un libro que ni me he molestado en investigar de qué va, ni falta que hace, pero la gente que lo ha recomendado te da toda la confianza (y además, la prueba del algodón, pertenecen a grupos de influencia muy diferentes).
La importancia de los prescriptores, amigues.
Yo creo que ahora mismo tengo mejores prescriptores de libros que, yo que sé, de música. O de fútbol.
Hasta hace unos meses este escritor oriundo de Graz, Clemens J. Setz, era un desconocido en nuestro país, tengo entendido que ninguna de sus obras se había traducido hasta ahora al español.
Y menudo personaje nos estábamos perdiendo. Lo comparan con David Foster Wallace, pero no sé yo si es forzar demasiado la analogía.
Me ha gustado de lo de Setz, tanto como lo que explica, la manera que tiene de ir montando su libro sin mucha apariencia formal pero con mucho trabajo de fondista del ensayo. Teórico de lo suyo no sé, pero buen narrador el austriaco es un rato.
Me ha resultado muy estimulante la construcción de su narrativa y ahora echo de menos tener el libro para volverlo a releer. Un making of por aquí, un entre bambalinas por allá, varias historias imposibles con las que enganchar al lector, una anécdota que tiene a Werner Herzog como protagonista…
Es un artefacto posmoderno pero bien, asequible (por momentos) a un lector que busque letra fresca.
La lista de espera en la biblioteca digital es bastante estupenda también. No lo pude renovar ni una vez. Otro indicio más, supongo, de que estamos ante un nuevo fenómeno literario en nuestro país que, os informo, publicó poco después una novela de la que, de momento, tenemos pocas noticias.
O igual no.
Igual estamos ante un hype tan potente como el imperio austrohúngaro en su peak. Pero bueno, el libro merece la pena y además tiene su qué el tema sobre el que pivota: lenguas artificiales o lenguas inventadas más allá del esperanto (no sé si lo sabíais, pero tenemos un genio de la poesía en esperanto que es de Zafra: Jorge Camacho, colaborador de este libro en la traducción de algunos poemas escritos en esta lengua).
“Lo triste del asunto es que ese maldito idioma sin nombre es muy, muy bello, y que lo amo de todo corazón”.
Se profundiza en lenguas de esas que solo llega a hablar una persona en todo el mundo, es decir, su creador. Pero también se tratan lenguas que pueden llegar a dominar mucho mejor sus escasos seguidores que el propio progenitor. Desfilan por entre sus páginas, personajes como el intolerante Charles K. Bliss. Primero inventa un lenguaje de símbolos para eliminar las palabras de nuestra vida y, como no está de acuerdo con el uso “abierto” que hace de este código una maestra de escuela, se enfada y decide que ya no se juega más y encima la denuncia.
La relación de las abejas con el tema del libro no lo recuerdo. Pero de todas esas historias que se explican se me quedó grabada la de los dos hermanos, únicos conocedores de la lengua de una comunidad remota indígena en Oceanía, que no pueden hablar entre ellos en ese idioma casi extinto porque su religión les prohíbe toda conversación a partir de la mayoría de edad.
El libro da para describir unas cuantas extravagancias.
Como el Reino de Talossa, una micronación del tamaño de la habitación de su fundador Robert Ben Madison (talossa quiere decir “dentro de casa” en finés).
Pero lo más importante de todo. Con este libro he descubierto que soy aficionado a la glosolalia y al grammelot. Me encanta cuando descubro el nombre de una propensión. Imaginad cuando descubro el nombre de dos de una misma tacada.
“Un buen ejemplo de grammelot es el monólogo de Charlie Chaplin imitando el alemán en El Gran Dictador, un discurso al que tampoco se le podrá acusar tan fácilmente de pronunciar palabras sin sentido. Un fenómeno en este caso, por cierto, es que la mayoría de las personas, de forma parecida a la célebre incapacidad de hacerse cosquillas uno mismo, tiene por lo general grandes dificultades para hacer grammelot en su propia lengua materna”.
Pequeño, peludo, suave
Al director polaco Jerzy Skolimowski lo conozco porque una vez invité a Jesús Brotons a que viniera a presentar una película de los 70s al cine club aquel que monté hace unos diez años en un club de fumetas de la Meridiana.
Va el tipo y me trae “El grito” (esta adaptación de un cuento de Robert Graves mereció el premio del jurado ex-aequo en Cannes del 78). Una de las paranoias más sugerentes de las registradas en pantalla grande. Ideal fumetas. El final de aquella peli me dejó, como se dice vulgarmente, con el culo torcido. Un rompecabezas mental que intenta despedazar los mecanismos de nuestro coco, mientras va jugando con nuestras expectativas como quien juega con muñecas rusas.
La vi dos veces de corrido porque no me lo creía. Una década después la volvería a ver una tercera. Y eso que no soy de repetir ni pelis, ni libros… que la vida es muy corta.
Buscando en el registro de las bibliotecas me encuentro con la última película del polaco y me pregunto qué edad tendrá ya el cineasta.
Y es que Skolimowski no solo es que siga vivo, es que a sus 85 años está en activo y a finales de 2022 presentaba una peli donde ponía en solfa su espíritu animalista.
Curiosidad por ver una peli en la que con más de 80 largos te explica la trama a través de los ojos de un burro.
Desde los Gremlins que no veía una película con animales.
Si tienes la tarde un poco pocha esta película te va a acabar de rematar.
Me ha gustado mucho la fotografía...
…y que tiene poco diálogo (“el cine es ante todo, el arte de la imagen en movimiento”). Pero las conversaciones que va escuchando el burro en su azarosa aventura son de un genio del guion.
“Hago cine porque en este mundo hay cosas que me atañen personalmente”, comenta el veteranísimo polaco en esta entrevista para Días de cine. “Se trata de poder dar algo de mí mismo. A veces las condiciones son duras, hay que arriesgarse. Esa es la cuestión. Dar algo de sí mismo”, dice su yo del 60yalgo. Estoy muy de acuerdo. Hay que dar más de uno mismo. La receta a su longevidad puede que sea esa “mirada absurda y surrealista” que conserva desde sus primeras obras.
Lo que a mi me atañe ahora es despedirme y encomendarte a la semana que viene.