La fortuna de teneros
El último premio Pulitzer nos desvela un secreto y nos aboca a varios misterios
“Era una «paradoja perversa» que su mayor arranque de genialidad (el que lo había convertido en uno de los hombres más ricos del mundo, a la vez que corregía las tendencias nocivas del mercado) también hubiera dañado tanto su imagen pública. Era la cruz que le tocaba llevar, y la llevaría con dignidad hasta que la historia se diera cuenta de que se la estaban haciendo cargar de forma injusta”.
A punto de acabar el año me ha dado tiempo a darle un tiento a uno de los dos últimos premio Pulitzer en categoría ficción (ex aequo con la novela Demon Copperhead de Barbara Kingsolver, pero tiene aún más reservas en la biblioteca que la novela que nos ocupa).
Estamos hablando de “Fortuna” firmada por el escritor argentino Hernán Díaz, hace seis años ya estuvo a las puertas de este mismo premio, ambas en inglés (la traducción es de mi vecino Javier Calvo, habré leído como veinte libros traducidos por él: mi medium de los libros molones).
El otro día estuvo mi cuñado por casa y al ver el libro en la mesita, -siempre dejo el último libro que estoy leyendo a la vista-, me dijo que, entre series películas y libros, parece que últimamente sólo nos interesan los ricos.
Y sí, la novela recrea, desde diferentes ángulos, la vida, milagros, penas y miserias de un matrimonio que gana una fortuna especulando en Bolsa (y de paso provoca el desastre del 29).
La obra recordemos que es de ficción, pero el autor ya se ha entretenido en que sea de lo más plausible.
La trama nos explica cómo funciona esto del dinero y está salpicada de reflexiones de lo que se pensaba en el Wall Street, centro de operaciones mundial del capitalismo, de principios del siglo XX.
“La prosperidad de una nación se basa en una simple multitud de intereses propios que se alinean hasta acercarse a eso que se conoce como bien común. Si se consigue que los suficientes egoístas ejerzan converjan y actúen en la misma dirección, el resultado se parecerá mucho a una voluntad colectiva o a una causa común. Pero en cuanto se pone en marcha ese interés público ilusorio, la gente se olvida de una distinción crucial: que el hecho de que mis necesidades, deseos y ansias puedan reflejar los tuyos no significa que compartamos una meta. Es una diferencia clave. Solo cooperaré contigo en la medida en que sirva a mis propósitos. Más allá de eso, sólo puede haber rivalidad o indiferencia”.
Unas notas de un diario que vienen del pasado nos arrojarán luz a la oscuridad al final del libro.
La verdad se nos revela a través de esas notas.
Un plot twist de esos que desmontan el andamiaje que te has montado en tu cabeza al 99 por ciento del libro leído.
Justo me entero el sábado por la tarde que la novela que nos ocupa se encuentra en la primera posición de la lista de las mejores novelas según cien críticos preguntados por Babelia.
De todos modos, a mí lo que más me ha gustado de la novela es que me ha puesto delante de dos misterios.
Vamos con ellos.
Artefacto no identificado: MS 408
“El misterioso texto viene ilustrado por múltiples escenas de mujeres desnudas, aparentemente embarazadas, bañándose en una especie de cisternas en lo que bien podría ser un rito iniciático”.
En un momento del libro, una de las protagonistas visita el archivo donde se encuentran unos manuscritos de la esposa del magnate de las finanzas -las que nos darán las claves de lo que sucedió finalmente en el matrimonio protagonista- y los archiveros le avisan de la endiablada letra de la señora con una broma muy de bibliotecarios. Le advierten de que esas notas escritas a mano son algo así como el “manuscrito Voynich” de todo ese directorio.
Es decir, no se entiende un carajo.
Este manuscrito al que se refieren los dos archivistas se encuentra en la Biblioteca Beinecke de Manuscritos y Libros Raros de la Universidad de Yale (entre otras rarezas hard to find encontraremos un ejemplar de la primera biblia de Gutenberg).
Otro documento raro y controvertido que se aloja en esta maravillosa biblioteca es el mapa que se supone realizaron de América del Norte los fornidos y aventureros vikingos antes de la llegada de nuestro Cristóbal Colón. Parece que es fail pero no le quita encanto ninguno a la biblioteca.
Así que ahora tengo muchas ganas de ir a ver el dichoso libro y de visitar esta biblioteca (para empezar no tiene ventanas y su interior se ilumina con un innovador sistema que permite una ambientación “acorde con los libros antiguos que se exhiben en su interior” y además es pionera en preservar su colección libre de plagas sin necesidad de tóxicos después de una invasión de escarabajos en 1977).
Bueno, pues descubro que el ciclo Kosmopolis del CCCB del año pasado celebró un encuentro en el que se trató el tema del manuscrito de marras (la foto de arriba pertenece a la ficha del evento) con la escritora y periodista Elisa McCausland como moderadora de una mesa en la que también participaron los escritores Diego Salgado y Francisco Jota-Pérez (y que puedes recuperar desde aquí), especialistas en “la cultura popular y los enigmas”.
En un momento dado, la cámara pierde de vista a los ponentes para apuntar hacia un lado de la sala donde se encuentra un facsímil del libro, abierto por la mitad, encima de una peana cubierta con una tela negra.
En la nomenclatura de los bibliotecarios del museo de Yale es conocido como el MS 408. “En breve seguro veremos una película titulada MS 408”, comenta uno de los ponentes.
Las hojas amarillentas de la copia (“que podemos tocar pero no podemos leer porque nadie lo ha entendido hasta ahora”) parecen talmente de 1404 y 1438, que es cuando se escribió el libro según lo decretado por el carbono-14.
Esas hojas están deshidratadas y al pasarlas crepitan como el original.
Sabemos que es la copia pero da miedo.
Después de 11 años de pelear los derechos, la pequeña editorial burgalesa Siloé es la única autorizada a recrear el que se considera último libro medieval que queda por descifrar del planeta (“una edición limitada de 898 ejemplares numerados que se entregan con certificado notarial”).
“Para la biblioteca este libro era un problema. Recibían un alud de cartas con peticiones para verlo en vivo y unas cuantas teorías absurdas”, explica Juan José García, director de la editorial castellana, según le contaron los responsables de la biblioteca en una comida.
Ese fandom provoca que el museo de Connecticut lo tenga a buen recaudo.
“Podríamos estar hablando de una falsificación, un troleo o el único documento de un lenguaje de una comunidad pequeña que no dejó nada mas escrito. También podemos invocar a la magia como cada vez que estamos delante de lo que no entendemos. Pero acabaremos desentrañando el significado y será algo muy normal”. Diego Salgado.
Lo espectacular del caso es que ya no hace falta que vayamos a Yale.
Se inauguró el año pasado en Burgos todo un museo dedicado al manuscrito y gravitando en torno al misterio que destila.
El Voynich Museum está en Burgos.
Y entonces me quedo pensando en esto que comenta Salgado: “El misterio abre otros misterios”.
Swedenborg, un místico razonable
“El señor no arroja a nadie al infierno: los espíritus se arrojan a sí mismos, de acuerdo con Swedenborg. Los espíritus se arrojan ellos solos al infierno por decisión propia”. J.L. Borges.
Mi nuevo personaje favorito nacido como yo un 29 de enero.
Y como Romario.
Emanuel Swedenborg (foto extraída de la sociedad del mismo nombre).
No puede haber un apellido más sueco que Swedenborg. Antes de nacer ya estaba predestinado a ser sueco.
De hecho, que dejara escrito sólo en sueco algunos de sus estudios perjudicó su carrera y su legado.
Lo traigo a colación por que, volviendo a “Fortuna”, el padre de la la señora de la caligrafía “voynichiana”, es un tipo al que, antes de írsele del todo la cabeza, ejerce una gran influencia en su hija.
“En un intento por maridar religión y ciencia”, el señor fue con todo a hacer suyas las doctrinas de este Emanuel Swedenborg, que tenía a bien afirmar aquello de “la razón, y no la penitencia, ni el miedo, es el camino a la virtud y quizás incluso a la divinidad”.
Borges también era otro “swedenborgiano”, como declaró en una ponencia en Belgrano en 1978:
El escritor argentino tiene unas curiosas claves de por qué el nórdico no fue demasiado conocido, ni antes, ni ahora, pese a ser un místico avanzado a su tiempo:
“Sin embargo, no ejerció esa vasta influencia que debería haber ejercido. Yo creo que todo eso es parte del destino escandinavo, en el cual parece que todas las cosas sucedieran como en un sueño y en una esfera de cristal. Por ejemplo, los vikingos descubren América varios siglos antes de Colón y no pasa nada. El arte de la novela se inventa en Islandia con la saga y esa invención no cunde”.
Pero de todo lo dicho por Borges en la ponencia antes referida, lo que me ha volado la cabeza es esta explicación de lo que nos encontraremos en el más allá:
“Nos dice que cuando un hombre muere no se da cuenta de que ha muerto, ya que todo lo que lo rodea es igual. Se encuentra en su casa, lo visitan sus amigos, recorre las calles de su ciudad, no piensa que ha muerto; pero luego empieza a notar algo. Empieza a notar algo que al principio lo alegra y que lo alarma después: todo, en el otro mundo, es más vivido que en éste”.
Por ahí va la razón por la que apetece destacar la figura de Swedenborg en esta última newsletter antes de Navidad.
Por su curiosa manera de avanzar en el conocimiento de la verdad.
De pequeño fue educado en el luteranismo de su padre, pero a medida que fue creciendo decidió aprender la vida por si mismo a través de la ciencia. A principios del XVIII, mientras recorría el camino divino en pos de iluminar el más allá (o recibía la visita de fantasmas benignos y malignos), descubrió solito que, además del espíritu, para volar sólo se necesitaba una barra en espiral.
Es decir, aquellos ángeles que se le presentaban en sueños sólo necesitaban alas, pero nosotros nos podíamos levantar del suelo con una hélice.
Cuesta entender que en tiempos de Iker Jiménez se nos haya escamoteado la figura de un tipo que era capaz de razonar esas fuerzas llegadas de otras dimensiones. Y en paralelo era capaz de explicarte que nuestro cerebro se dividía en áreas concretas responsables de controlar diversas partes de nuestro cuerpo.
El científico que dominó todas las ciencias naturales para buscar por donde se asienta el alma en el cuerpo: el misterio del cordón umbilical entre el alma y el cuerpo.
El gran revelador en plena era de la razón: cielo y tierra como estados psíquicos que corresponden a nuestra más o menos agitación del propio ego.
Que a Swedenborg se le quedaba pequeño este mundo lo demuestra el hecho de que hace 40 años los descubridores de un asteroide decidieran ponerle su nombre.
Qué verde estoy para la ciencia
El otro día abrí el libro “Un verdor terrible” de otro autor metafísico, -con tatuajes pero metafísico-, como Benjamin Labatut, según mi cuñado es el nuevo Bolaños, y cual fue mi sorpresa cuando me encuentro citado a las pocas páginas al mismísimo Swedenborg.
En esta ocasión nos lo encontramos enfrentado a Johann Conrad Dippel, el creador del “azul de Prusia” y nacido en el castillo de Frankenstein. Afirmaba dominar la alquimia de tal manera que era capaz de crear vida en la materia inanimada. Pero según su adversario, Swedenborg, “tenía el don de alejar a las personas de la fe para luego privarlas de toda inteligencia y bondad”.
Y no es de extrañar que el sueco asome por las páginas. Labatut nos presenta en el libro varios acercamientos científicos, muy complejos para el común de los mortales, desde el misterio de la matemática profunda al de las partículas subatómicas abisales, a través de los arreones místicos de sus luminarias.
Y todo para llegar a la moraleja de que entender es imposible.
Y entender demasiado lleva a a obsesión y con ella a la enfermedad.
Nos explica, por ejemplo, que las teorías alrededor de la mecánica cuántica propiciaron mucha guerra dialéctica entre Schrödinger y Heisenberg.
Pero a mí me da mucha paz saber que nuestra partículas elementales están y no están a la vez.
El resto son constructos.
El escritor chileno continúa con todas estas pesquisas en su nuevo libro, “The MANIAC” que ya tengo reservado en la biblioteca (ya sólo me quedan cuatro reservas por delante).
Pero lo importante es que, de una manera u otra, el hype literario se acuerda de olvidados como Swedenborg.
Yo por lo pronto me voy por donde he venido.
Os dejo entonces con varios misterios.
No sé qué más necesitáis para enfrentaros a otra Navidad.
El secreto te lo contará tu cuñado sentados a la mesa mientras os sirven el pavo.
Woow, supersemanada, Gracias por las recomendaciones. Benjamin Labatut added to the list. no paran de abrirse melones...hahha