“Mal médico es, señor, aquel, que sólo busca corregir los síntomas y sofocarlos, sin tratar de indagar el origen el mal o, conociéndolo, teme atacarlo. La guardia civil tiene no más que este fin: represión del crimen por el terror y la fuerza, fin que no se llena ni se cumple más que por casualidad”.
El libro que más he disfrutado este año no es de 2022. Bueno, no es ni de este siglo, ni del anterior.
Se titula Noli Me Tangere y se publicó a finales del siglo XIX.
Se trata de la novela que escribió José Rizal, hombre de letras, de medicina y de ciencias, a pocos años de la independencia de Filipinas. Todos los 30 de diciembre se celebra el Filipinas el día Rizal. El día 30 de diciembre de 1896 fue fusilado por el imperio español. Porque Rizal fue uno de los inspiradores de la independencia filipina, por medios pacíficos, pero uno de sus cabezas pensantes. Por eso se lo cargaron. Por eso el libro se publicó primero en Berlín que en Filipinas.
El libro me llegó justo en un momento en el que me preguntaba por qué los filipinos son tan religiosos. No hace falta decir que la comunidad filipina es una de las más numerosas aquí en el Raval. Cada primer domingo de julio celebran en la plaza del MACBA el día de las entidades filipinas, conocido como araw ng kalayaan ng (espero haberlo escrito bien). La cola para entrar en la plaza del MACBA donde se ubica el escenario colapsa la calle dels Àngels. Varios filipinos ensayan sus coreografías en la plaza de Caramelles donde vivo durante muchos meses.
“De la segunda parte del sermón, o sea del tagalo no tenemos los más ligeros apuntes. El padre Dámaso improvisaba en este idioma, no porque lo poseyese mejor, sino porque, teniendo a los filipinos de provincia por ignorantes en retórica, no temía cometer disparates delante de ellos. Con los españoles ya era otra cosa: había oído hablar de reglas de la oratoria y entre sus oyentes podía haber alguno que hubiese saludado las aulas, acaso el señor alcalde mayor; por lo cual escribía sus sermones, los corregía, los limaba y después se los aprendía de memoria y se ensayaba unos días antes”.
Se habla de esta novela como la primera realista de la historia de la literatura filipina. No por nada, en las páginas de esta novela coral se describen aspectos cotidianos de la vida de los funcionarios españoles en la entonces colonia, como los guardia civiles, que fueron a Filipinas a servir al país. A España primero, a la colonia si eso después. Se habla de la importancia de los curas allí destinados. Para todos ellos, buen destino en general, los filipinos no se destacaban por ser demasiado revoltosos.
“Mientras el gobierno no se entienda con el país, no saldrá de esa tutela; vivirá como esos jóvenes imbéciles que tiemblan a la voz de su ayo, cuya condescendencia mendigan. El gobierno no sueña en ningún provenir robusto, es un brazo; la cabeza es el convento, y por esta inercia con que se deja arrastrar de abismo en abismo, se convierte en sombra, desaparece su entidad, y débil e incapaz, todo lo confía a manos mercenarias. Compare usted, si no, nuestro sistema gubernamental con los de los países que ha visitado…
-¡Oh! - interrumpió Ibarra-; eso es mucho pedir, contentémonos con ver que nuestro pueblo no se queja, ni sufre como el pueblo de otros países, y eso es gracias a la religión y a la benignidad de los gobernantes.
-El pueblo no se queja porque no tiene voz, no se mueve porque está aletargado, y dice usted que no sufre, porque no ha visto lo que sangra su corazón. Pero un día usted lo verá y lo oirá y ¡ay de los que gozan con el engaño y trabajan en la noche creyendo que todos duermen!”.
“Ya decimos los españoles: ¡el que mucho abarca poco aprieta! Venimos además generalmente conociendo poco el país y le dejamos cuando lo empezamos a conocer. Con usted puedo franquearme. Así que, si en España donde cada ramo tiene su ministro, nacido y criado en la misma localidad, donde hay prensa y opinión; donde la oposición franca abre los ojos al gobierno y lo ilustra, anda todo imperfecto y defectuoso, es un milagro que aquí no esté todo revuelto (...) Buena voluntad no nos falta a los gobernantes, pero nos vemos obligados a valernos de ojos y brazos ajenos, que por lo común no conocemos, y que acaso en vez de servir a su país, sólo sirven a sus propios intereses. Esto no es culpa nuestra, es de las circunstancias; los frailes nos ayudan no poco a salir del paso, pero no bastan ya…”.
Pregunté en Tuiter a mis seguidores por su restaurante filipino favorito. Obtuve pocas respuestas. Antònia Folguera responde que el Fil Manila de Ramelleres y Dani Relats me dice que se queda con el Kasarap de Consell de Cent “por sus encurtidos”. Pero una vez para su cumpleaños me invitó a Los Hermanos de Urgell, santuario de los muy cafeteros de la casquería. Recuerdo que ese día acabamos en El Pollo de la calle del Tigre, bastante antes que lo pusiera de moda Rosalía. Por cierto, fuí a cenar con unos amigos hace un par de meses y el servicio estaba superadísimo por la clientela. Poca cantidad y entrega lenta. No vuelvo.
Yo antes iba con los amigotes al Myramar de la calle Valdonzella, alguna vez engañaba a Anna, a ponernos hasta el culo de oreja. Ahora lo han “civilizado” más de la cuenta y ha perdido encanto, como muchos de los locales del barrio. Higienizados, pues vale, pero sin carácter. Del antiguo Myramar precisamente me gustaba la abigarrada decoración, a destacar un póster de la estrella del boxeo filipina, Manny Pacquiao.
El Myramar, Los Hermanos, Fil Manila de Ramelleres y el Kasarap de Consell de Cent aparecen en el especial Siete platos para ponerse fino filipino (y donde comerlos) de El Comidista de El País.
Al restaurante que voy más a menudo ahora es al Izakaya Ramen del principio de la Ronda Sant Pau, tiene carta de platos filipinos un tanto escondida. La publicidad del local se centra en platos japoneses y el pollo campero Yakisoba es mi favorito.
Dispone de un comedor muy grande armado con karaoke y muchas tardes de fin de semana está lleno de tupidas familias filipinas que celebran bautizos y comuniones. Decora la pared principal un cuadro de la gran ola de Kanagawa para que quede bien claro que lo llevan filipinos pero en realidad es japonés.
El dueño siempre me saluda como en los establecimientos de los viejos tiempos. Una vez le pregunté por su suegra a la que había visitado en una de las miles de islas que tiene el país. Me respondió que él no tenía suegra. Que tenía un hermano mellizo. Nunca sé quién es quién. Entre los dos se van turnando la gestión de éste y el otro restaurante que tienen en Villarroel, bastante más pequeño y tranquilo.
Los domingos a eso de la una de la tarde está lleno de aguerridos ciclistas. Me comenta uno de los dos hermanos que algunos de ellos llegan a Girona y vuelven en una mañana. Fan un, dos, tres, pica paret. Tienen unos gemelos tan grandes como los dos hermanos juntos surfeando la ola de Kanagawa. “¿Te interesa esta bici? El dueño que está aquí la tiene a la venta?”. “Es muy chula. ¿Cuánto vale?”. “Pasa de los dos mil euros. Pero es broma, antes te vende a un hijo”.
Otro día me dice que está arreglando una puerta, pero que no sabe si poner las bisagras para que abra hacia afuera o hacia adentro. “¿Tú qué harías? Lo de llevar un restaurante es muy complicado, continuamente te haces preguntas que no tienen respuesta”.
Lo que es seguro es que en este restaurante saben cosas. Una tarde un camarero me llama por mi nombre. “Sí, me acuerdo que viniste una vez a tomar algo con tu amigo Lupen Crokan”. Yo nunca he ido al Izakaya a tomar algo. Ni me he pasado con Lupen, que, eso sí, tiene su tienda a cuatro pasos del restaurante.
Bon Sant Esteve a tots!