El mar devuelve piezas de Lego
La original iniciativa de Tracey Williams desde la playa de Cornualles
La playa es uno de los estados mentales que mejor definen mi infancia.
Algunos recuerdos llegan a mi en color sepia plomizo.
Tenía un amigo, por ejemplo, que no se descalzaba nunca cuando llegaba a la arena. Le daba pavor la posibilidad de clavarse la aguja de alguna jeringuilla abandonada.
Veía yonkis agazapados por todos lados.
Toda la paranoia de los 80s le caía encima para impedirle disfrutar del saludable contacto de sus pies descalzos con la arena de la playa.
Había escuchado en un programa de radio de alguien que alguna vez se pinchó y contrajo el SIDA.
Pues bien.
Ese amigo soy yo cuarenta años después viviendo en el barrio del Raval.
Si pienso en plástico y playa, entonces me viene a la memoria aquel helicóptero que, en lo más caluroso del verano, aparecía por sorpresa desde mucho más allá del Pont del Petroli.
Nada de rociarnos con napalm, a Dios gracias, se acercaba a la costa sólo para lanzar pelotas de Nivea.
Y ya ves a los padres ejerciendo de Tarzán ante el alboroto de los niños. Tenía aquella escena algo de país, si no tercermundista del todo, por lo menos de segunda división B. Lo recuerdo también con el mismo filtro sepia plomizo
Una imagen que nos remite inevitablemente a otro helicóptero que revoloteaba por aquellos años, el de la margarina Tulipán: “¿Está bueno tu bocadillo?”. “Como siempre, ni fu, ni fa…”. Las migajas de los 80 llegaban siempre en forma de helicóptero.
Recuerdo que nada más despuntar el aleteo del helicóptero promocional, mi padre era de los primeros en lanzarse al agua. Buena salida explosiva pero nunca volvió a la orilla con pelota alguna.
Posiblemente porque al lanzarse de cualquier manera, aún tuviera las manos cubiertas de la crema protectora solar, misma marca de la pelota, con la que nos embadurnaba a los cuatro hermanos. Una grasa de caballo mongol muy difícil de enjuagar.
Volvía cabizbajo y con gestos de “se me ha escapado por esto”. Una mueca que denotaba que la próxima no fallaría.
“Arrancada de cavall i arribada d'ase”.
No sé qué dirá de todo esto Freud, pero yo creo que ya le he perdonado.
Porque si bien nunca tuvimos pelotas de playa, también es verdad que ninguno de los hermanos ha sufrido un cáncer de piel.
Un mar de Lego
A la playa de Cornualles siguen llegando fichas de Lego de un cargamento de unos cinco millones de piezas que cayeron al mar por accidente desde un barco japonés.
Corría el año 1997.
Una cuenta de Instagram publica las fotos de las piezas que va encontrando la gente. Pero no sólo en Cornualles, se han recogido piezas a cientos de quilómetros de este “naufragio de Lego”.
Detrás de la campaña Lego Lost At Sea se encuentra Tracey Williams, que ha accedido a responder unas preguntas para esta tu modesta newsletter.
En español no tenemos una palabra para referirnos a un “beachcomber”. ¿Qué hace que un “beachcomber” como tú busque por la playa? De alguna manera, me recuerda la actitud de un coleccionista de música, un “digger”, que husmea en las tiendas discos olvidados.
Tradicionalmente, un “beachcomber” es alguien que camina por la playa en busca de artículos valiosos, interesantes o útiles. Sin embargo, estoy más interesada en la edad y en el origen de los objetos que encuentro. Supongo que, en cierto modo, busco historias partir de los desechos marinos que voy recogiendo. Estoy intrigada (y perturbada) por la naturaleza cambiante del paseo por la playa; cuando éramos niños buscábamos conchas, madera flotante y cristales marinos, pero ahora muchos de nosotros lo que recogemos es plástico.
Tengo entendido que esas piezas de Lego regresan a la arena debido a una corriente marina particular en esa zona de Cornualles.
Es un poco más complicado que eso. Las piezas de Lego están fabricadas de muchos tipos diferentes de plástico. Cuando los casi cinco millones de piezas de Lego cayeron al océano en 1997, algunas flotaron y otras se hundieron.
Los buscadores de la playa tienden a encontrar las piezas de Lego que flotaban: los pulpos, los arpones, los tanques de buceo, la hierba marina, las aletas de los buzos, etc. Estos están hechos de plásticos más livianos. Aunque algunas de estas piezas de Lego llegaron a la costa poco después del derrame, muchas quedaron enterradas en la arena arrastrada por el viento y todavía aparecen hoy, sobre todo después de las mareas altas de primavera y las marejadas ciclónicas, cuando las olas devoran las dunas y liberan el plástico que ha quedado atrapado durante décadas.
Los bloques de plástico más densos que se hundieron en el fondo del mar, a unas 20 millas de la costa de Cornualles,-incluidos marcos de puertas, tejas, chasis de vehículos, etc.- los encuentran mar adentro los pescadores que los arrastran en sus redes.
Para complicar más las cosas, algunos de los plásticos más densos que originalmente se hundieron en el lecho marino en 1997, y que se pensaba que se habían perdido para siempre, ahora también están llegando a la costa después de desplazarse largas distancias a lo largo del fondo marino.
Pero no sólo en Cornualles, algunas piezas han llegado a las Islas del Canal, de Irlanda, Holanda o Dinamarca. ¿Cuál ha sido el lugar más lejano donde se han encontrado piezas de Lego?
Se han encontrado bastantes piezas en los Países Bajos. Algunos de los dragones de Lego llegaron a las islas Wadden (nota del autor: se refiere a las islas Frisias, que se despliegan por la costa occidental de Europa, desde el norte de los Países Bajos hasta el suroeste de Dinamarca).
Alguien en Texas nos comunicó que había encontrado una vez un pulpo de Lego, pero es difícil saber si proviene del mismo vertido o no. Se encontró una balsa salvavidas de Lego en Maine, EE.UU., pero te digo lo mismo, es harto complicado averiguar si proviene del accidente del 97.
Lamentablemente no he leído el libro, lo descubrí hace solo unos días (gracias a Twitter por cierto). Pero entiendo que aproveches la historia de las piezas de Lego para hacer una demanda ecologista denunciando la cantidad de plástico que contamina nuestros mares. ¿No es así?
El vertido de Lego fue un accidente: nadie quería que sucediera. Pero la historia del incidente de las piezas de Lego ha demostrado ser una forma eficaz de involucrar a la gente y entablar una conversación sobre el plástico en el océano: cómo llega allí, cuánto dura el material en el mar, qué le sucede cuando se desintegra, su impacto sobre el medio ambiente y su deriva, tanto en la superficie del océano como en el fondo del mar. No se trata de repartir culpas o señalar con el dedo. Todo el mundo ama a Lego y muchas personas tienen buenos recuerdos de jugar con Lego cuando eran niños. La gente suele describir esta historia de los objetos de Lego perdidos en el mar como un capricho del destino, en parte cargado de fatalidad, y creo que es algo así. Pero bienvenido sea, sí llama la atención sobre el problema del plástico en el océano, tanto el que flota en la superficie como en el fondo marino. Según un estudio reciente de la agencia científica nacional de Australia CSIRO, existen unos 11 millones de toneladas de contaminación plástica en el fondo del océano.
Para mí, la búsqueda de las piezas Lego comenzó un poco como diversión, una búsqueda del tesoro con mis hijos. Al final, me abrió los ojos al resto del plástico que había en el mar y la arena. Creo que a muchas otras personas les ha sucedido lo mismo.
Según el Consejo Mundial del Transporte Marítimo, entre 2008 y 2021 se perdieron en el mar una media de 1.629 contenedores al año. Sin embargo, rara vez se oye lo que sucede con su contenido. Es como que hay un gran interés poco después de que los contenedores se caigan por la borda, pero una vez que el contenido se ha hundido en el fondo del océano no se sabe mucho más sobre ellos. Es un caso de ojos que no ven, corazón que no siente.
Sin embargo, el vertido de Lego nos ha brindado una visión poco común de lo que sucede con los objetos perdidos en el mar: una ventana al misterioso mundo de los contenedores de transporte perdidos. Gran parte del Lego sacado de las profundidades está intacto, al igual que otros bienes perdidos por la borda del Tokio Express en ese mismo caso, como piezas de mangueras y herramientas de jardín.
Recientemente nos asociamos con científicos para ver cuánto tiempo podrían durar los bloques de Lego en el entorno costero. Los científicos calcularon que podrían durar entre 100 y 1300 años.
¿Qué se hace con las piezas encontradas? Creo que hay una exposición de algunos de ellos en el museo de Truro. ¿Sigue funcionando?
El año pasado hubo una exposición en el Museo Real de Cornualles en Truro y algunos de las piezas de Lego de ese vertido se exhiben actualmente en exposiciones en Australia y Estados Unidos. También se expondrán más en eventos en Alemania y los Países Bajos. Algunas imágenes de nuestros hallazgos en la playa, incluidas figuras de Lego del vertido, también se exhibieron recientemente en la galería de arte Turner Contemporary en Margate.
¿Tienes algún otro proyecto entre manos?
Creo que el proyecto Lego Lost at Sea me mantendrá ocupada en los próximos años: casi se ha convertido en un trabajo a tiempo completo. Ha sido tema recientemente de un podcast de BBC Radio 4 y hemos estado filmando un posible documental. El proyecto también ganó el Proyecto de Rescate Arqueológico del Año en 2023 y recientemente escribimos un capítulo para un próximo libro sobre arqueología plástica. También estamos mapeando todos los hallazgos para un artículo científico.
El balearic del masover
El otro fin de semana volví a hacer de masover (sí, en catalán, aquel que cuida de masia ajena a cambio de unos frutos que echarse al zurrón).
No es la primera, ni la segunda vez que me toca encargarme de cuidar de la mascota de un tercero.
Tengo espíritu de masover. En realidad me encanta cuidar la morada de otros cuando están de vacaciones.
Al acabar mi misión, en lugar de llevarme unos limones de su huerto, me hice con una lista al azar de alguno de los discos de su colección.
Placer enorme ese de sacar al azar un disco de una colección ajena.
Esto es lo que se escuchó:
El Club Meduse no está en la Costa Azul. Ni en la Costa Dorada. En realidad no existe. Es el marco referencial de esta colección de Charles Bals, digger y referente del sello Beachfreaks Records, que vuelve a encontrar petxines en la arena con forma de perlas del balearic.
La primera vez que vi un kiwi en mi vida, el frutero me dijo, “son muy caros porque vienen de muy lejos, de Nueva Zelanda”.
Desde entonces, lo más lejos que puedo llegar a imaginar es Nueva Zelanda.
Aquí va un recopilatorio de bandas neozelandesas por cortesía del sello de #balearicbraindance, Strangelove Music.
Pop mutante del país de los mutantes.
El ínclito sello Light in the Attic Records une los catálogos de dos grandes archivos nipones, Kankyō Ongaku, más enfocado al sonido ambiental, y Pacific Breeze, encarado al boogie no sé si llamarlo más urbanita.
Una locura.
Por cierto, antes de irme. Si os interesa el arte japonés, tenéis esta expo en el Palau Martorell. Son 14 euros la entrada, pero es que mira que está lejos Japón.
Me voy.
Hasta el lunes que viene.