Un monstruo español y un mártir congoleño
Sobre el trágico final de Francisco Macías y Patrice Lumumba
En la newsletter de hoy nos vamos a centrar en dos libros escritos por dos autores que intentan, en lo posible, saldar algunas cuentas con los excesos de sus respectivos países, es decir, España y Bélgica. De paliar los dislates de las metrópolis en sus ex colonias, Guinea Ecuatorial y Congo, respectivamente.
Por un lado, tenemos una novedad editorial, el trabajo de Antonio Caño, director de El País entre 2014 y 2018, que ya en las primeras páginas nos explica que “nos guste o no, Macías es nuestro hijo de puta”. Y por eso su historia debería ser conocida en nuestro país. Y la historia tiene su aquel porque este Antonio Macías fue el monstruo resultante de unas elecciones democráticas organizadas en un país africano por una dictadura que era la nuestra. Ejemplo de malformación del feto democrático.
Por otro lado, tenemos el detallado informe de todo lo sucedido los días previos a la ejecución de Patrice Lumumba, el líder que debía sacar a su pueblo de la pesadilla del Congo belga. El propio autor, el sociólogo especializado en el Congo, Ludo de Witte, se apresura en las primeras páginas a avisarnos de que el suyo es un libro que despertará la irritación de las almas mínimamente sensibles.
La lectura y difusión de estos dos libros responden a mi debe en conocimientos de África. Bueno, en realidad no tengo conocimientos de nada por eso escribo esta newsletter. Para ir solventando ni que sea una pequeña parte de la cantidad adeudada se me ocurre explicaros que la biblioteca del Raval, además de estar especializada en «mundo árabe», cuenta con innumerables traducciones de novelas de países como Túnez, Argelia, Marruecos, Líbano o Egipto.
Nuestro hijo de puta
Últimos guardia civiles abandonando Guinea en el año del verano del amor. Fuente: El País.
“Constituye un enigma psicológico. Enérgico pero dubitativo; introvertido aunque conductor de masas; realista y utópico a la vez; autoritario y sencillo con la gente sencilla; orgulloso de su cultura hispánica y de su estirpe africana; prudente y violento”.
Guinea Ecuatorial fue siempre una excentricidad en el encaje del imperio colonial español. El único país del África subsahariana de habla hispana.
Se da la paradoja en todo esto que explicamos que el Gobierno español franquista accedió a organizarle unas elecciones libres y, por lo que parece, bastante pulcras a los guineanos para ganarse el favor de la comunidad internacional y de la ONU. Franco prefería la aceptación de las fuerzas occidentales porque, total, tampoco sabía qué hacer con Guinea.
Lo loco de todo esto es que los organismos internacionales aceptaban que España fuera una dictadura pero no podían evitar ese mohín de desagrado con que fuera potencia colonial en África.
Carrero Blanco era el hombre que hablaba de Guinea con Franco y el único miembro del núcleo duro del Gobierno que no estaba convencido de la independencia guineana. En todo momento intentó azuzar la rivalidad entre las dos grandes etnias del país, los bubis (minoría que habita en la isla de Bioko, conocida en los tiempos coloniales como Fernando Póo) y los fang, a la que pertenecía el propio Macías, con su habitat en la parte continental del país. Estas dos regiones, Fernando Poo y Río Muni, fueron las dos provincias españolas que Franco nunca visitó por su miedo a volar.
“Es curioso el periplo: una dictadura pare una democracia en mitad de África que, al poco tiempo, recupera el modelo político de la metrópoli y regresa a un modelo autoritario”.
A Macías nuestros padres no les debe sonar de mucho porque la información sobre la ex colonia estuvo vetada durante años en España. Para que los deslices de Macías no se convirtieran en un problema interno, “el Gobierno español decidió en febrero de 1972 declarar oficialmente toda la información relacionada con su ex colonia como materia reservada”.
Macías tampoco supo demasiado de los españoles en su niñez, al margen de la influencia de los españoles, en los intestinos de Río Muni, que se manejaba con reglas en las que la racionalidad occidental tenía más bien poco que decir. La magia fue clave en la vida de Macías como instrumento de control de una población supersticiosa y con muchos síndromes generados por las malas artes del dictador.
“Bajo el amparo del bloque socialista, Macías consiguió el silencio de todos los demás gobiernos que se creían del lado «progresista». Con la excusa del antiimperialismo, la izquierda construyó una muralla de indiferencia hacia los acontecimientos de Guinea Ecuatorial, con la abominable complicidad de la ley de materia reservada dictada por el Gobierno de Franco”.
Uno minutos musicales
Con el tag Guinea Ecuatorial y Malabo he encontrado música interesante en Bandcamp. Para que pase un poco de aire por entre tanto ex colonialismo mal digerido.
Cien años de Lumumba
“Fueron en realidad consejos belgas, directivas belgas y finalmente manos belgas las que dieron muerte a Lumumba aquel 17 de enero de 1961. Los asesinatos no son privilegio exclusivo de los gobiernos norteamericano, francés o británico, pues lo cierto es que el gobierno belga de Gaston Eyskens es directamente responsable del asesinato del primer ministro congoleño”.
Y si un español escribe sobre Guinea, aquí tenemos el ejemplo de un belga escribiendo sobre el antiguo Zaire, el conocido en tiempos pretéritos como Congo del Rey Leopoldo. La actual República Democrática del Congo (no confundir con el otro Congo, el Congo-Brazzaville, el de “tradición” francesa).
Estamos ante un trabajo de documentación rico en referencias -la gravedad del asunto descrito en el que se implica, entre otras instituciones sagradas, a una corona europea y a las Naciones Unidas requiere del parapeto de información copiosa y veraz- que puede resultar algo espeso en algunos tramos. Pero entiendo gustará a los aficionados a aquella profesión (casi) extinta llamada periodismo de investigación.
Buen documento para apreciar las comunicaciones entre una metrópoli y su ex colonia. La crónica es un ir y venir constante de despachos y telegramas entre Bruselas y sus puestos avanzados en África.
Y en toda este embrollo aparece Katanga, la parte secesionista que se posiciona a favor de la potencia europea con la connivencia de la ONU, que reconoció de facto la secesión de esta región rica en minas de cobre (“todo un escándalo geológico” con llanuras a más de mil metros del nivel del mar). Este hecho, contribuyó al desmantelamiento del estado congoleño cuando ya estaba dirigido por un Patrice Lumumba que contaba con la gracia de su pueblo (a ver cuantos medios se acuerdan en julio de rememorar su 100 aniversario). Sólo aceptó la libertad de sus captores como dirigente del gobierno legal. Una actitud muy valerosa que le llevaría al aniquilamiento.
La Gendarmería katangueña que dio buena cuenta de Lumumba contaba únicamente con soldados fieles a los oficiales blancos, como si la independencia no hubiera llegado nunca. Culto exacerbado a la autoridad fuerte. “Las buenas tradiciones coloniales antiguas imperaban en el Estado del cobre, y del mismo modo en el ejército secesionista”.
El mismo rey Balduino, al que en este país conocemos por las portadas de las revistas del corazón, estaba encantado con la opción katangueña. Era el Congo bueno para la monarquía era Katanga. Una nota al pie de página de la historia más turbia del paso occidental por África.
“Su carisma y su solidaridad hacia las masas populares congoleñas, su compromiso radical tanto como su firmeza de principios, formaban un cóctel explosivo para las estrategias occidentales. Bruselas temía que Lumumba y el movimiento nacionalista cortasen el camino a la recuperación neocolonial del país. Fue esta conclusión lo que llevó a las potencias occidentales a una última confrontación con el líder nacionalista”.
La geopolítica como ese arte de disimular que no haces nada pero en realidad estás influyendo y mucho. Y en esos primeros años de independencia congoleña la moral del pueblo se fue minando por una serie de turbulencias que parecían obra de la incompetencia congoleña. El mito del africano impedido de poder llevar las riendas de su futuro.
“Los congoleños estaban mal informados y en algunos casos absolutamente desinformados (…) Sin partidos, sin sindicatos u otras asociaciones de masa bien organizadas, en los barrios populares difícilmente podía formarse una idea de cómo estaba evolucionando la situación. Los acontecimientos eran aparentemente obra de actores inaccesibles sobre los cuales Washington, Nueva York y Bruselas, que actuaban por intrigas diplomáticas y acuerdos discretos, carecían de influencia”.
La precariedad de la República Democrática del Congo ha saltado a los medios en las últimas semanas “por la ofensiva del grupo armado M23 y de Ruanda en territorio congolés iniciada a finales de 2021”, tal y como explica este artículo de El Salto.
“Pero esta guerra no se inicia en 2021, ni su fin último es la avaricia de los actores armados enfrentados. La RDC es un país que durante el siglo XX ha vivido inmerso en una situación de despotismo, ausencia y desintegración del Estado y explotación de sus recursos naturales, que se remonta al periodo colonial belga y continuó bajo la dictadura de Mobutu Sese Seko. Las dimensiones de este país, de 2,34 millones de km², son un reto de cara a garantizar la gobernabilidad y el estado de derecho”.
Por cierto, si os interesa el reparto colonial de África os recomiendo como primera guía, por accesible y amena, El reparto de África: de la Conferencia de Berlín a los conflictos actuales del profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, Roberto Ceamanos. Un libro que se lee en dos tardes y que nos sitúa en el mapa de intereses de las potencias europeas en el continente que tenemos más abajo. El libro se centra en los preámbulos que dieron lugar a la Conferencia de Berlín (y en sus consecuencias en el mundo de hoy) que puso las bases al saqueo más terrible de nuestra historia reciente.
De esa tenebrosa conferencia surgió el Estado Libre del Congo, que de libre más bien tuvo poco. En realidad, coto privado de caza de Leopoldo II que exploto el país con un carácter brutal («un cortijo particular de más de 2.350.000 km2, es decir 20 veces más grande que la Bélgica matriz de sus amores»)