Cada día se hace de noche más pronto
Asistimos a la presentación del libro "Notas de suicidio" de Marc Caellas
Página 108. He abierto el libro por una página al azar y me encuentro con la nota de suicidio de Emilio Salgari.
“El otro día he mentido diciéndoos que iba a ver al señor Mattirolo para activar unos asuntos. No fue así, Nadir, fue a comprar un cuchillo, la hoja que ha de desgarrar mi cuerpo…
Os beso apasionadamente. Besad a mamá en mi nombre y adiós para siempre. Mañana no existiré.
Vuestro padre, EMILIO SALGARI”.
Leo en la contraportada de sus memorias que se suicidó a los 49 años.
Es mi edad.
De repente me han entrado unas ganas irrefrenables de leer las memorias del creador de uno de los héroes de nuestra infancia, Sandokan, y he ido corriendo a buscarlas a la biblioteca del Raval.
Por lo que llevo leído, las memorias en cuestión son una sucesión de sus aventuras en su vertiente más marinera. En los preámbulos reconoce que empezó a escribir estas memorias cuando ya tenía decidido que iba a quitarse la vida, en su caso, harto de la explotación que sufrió durante toda su carrera literaria por editores sin escrúpulos.
“Escribir las propias memorias, cuando las luces de la esperanza van amortiguándose, cuando ya no se está en condiciones de desear nada en la vida, cuando se está cansado por el trabajo hecho a lo largo de los años y por las mil luchas soportadas, no es cosa fácil ni agradable”.
En esto mismo incide el prólogo escrito por el filósofo Fernando Savater, admirador de aquellos que con siete años empezaron en la lectura leyendo a Thomas Mann o a Marcel Proust, cuando él se animó a leer, de manera “más modesta”, a partir de las aventuras de Salgari.
“…mientras luchaba por mantener a su mujer trastornada y a sus hijos pequeños, lo que finalmente le empujó al suicidio. Esta solución trágica era la maldición de su estirpe, pues su padre se había suicidado también como luego hicieron dos de sus hijos. Pero en su caso, los que le empujaron a la muerte fueron quienes le robaban impunemente el fruto de su trabajo. Un día se hartó, cogió uno de los yagatanes modelo Sandokán que coleccionaba y se hizo el harakiri”.
El propio Savater explicó a los medios durante la promoción de este libro, que se sospecha en los círculos que probablemente Salgari no escribió estas memorias y que es casi seguro que no conoció a Sandokan. Pero en cualquier caso, ni que sea como homenaje, "reflejan muy bien lo que Emilio Salgari habría querido ser en realidad".
Imagino que queda claro que el libro por el que me estoy moviendo al azar es “Notas de suicidio” del también hombre de teatro, Marc Caellas. Salió publicado este pasado Sant Jordi, no sé si recordaréis que fue un día histórico en Barcelona meteorológicamente hablando porque granizó hasta tres veces. O igual fueron dos. No sé. Pero granizó mucho ese primer Sant Jordi, digamos, normal después de la pandemia.
Marc lo presentó en sociedad entonces en La Cañada, una vermutería que se ha puesto de moda en un barrio de moda como el Poble Sec. Pero se ha puesto de moda bien. La Cañada, digo, Poble Sec no lo sé.
Bueno, pues el jueves pasado volvió a presentarlo en la imponente librería Finestres de la calle Diputación.
Nada más entrar, amigos, conocidos y fans del escritor alucinan con el espacio. Es diáfano como un castillo. Incluso tiene chimenea como un castillo urbanita. Tantos libros juntos hacen pensar que se lee, que la gente compra libros, que somos una sociedad avanzada.
Marc se presentó al evento recién llegado de Logroño, con un chaleco de su abuela fallecida en abril de 2021, y que de hecho, ahora es él quien vive en su casa.
“Los muertos siguen teniendo un efecto constante entre los que viven”, convinieron Marc y su entrevistador.
Porque acompañaba al escritor en esta velada, un erudito de las letras y la gastronomía a fuego lento. Mathias Énard le hizo las veces de preguntador. Con ese nombre no se puede ser jugador de fútbol o corredor de bolsa. Mathias Énard es nombre de erudito.
Por si no la habéis leído, muy recomendable su última novela El banquete anual de la cofradía de sepultureros, en el que un grupo de enterradores celebra la vida con una bacanal de muerte. Páginas y más páginas de platos desfilando por tu mente.
Al finalizar la charla, me acerqué a Énard como un adolescente, que en el fondo sigo siendo, para agradecerle lo bien que me lo pasé con su libro que guardaré como recetario de cocina. “No son platos difíciles de cocinar, eso sí, requieren de tiempo y dedicación en los fogones”, me respondió como retándome a probar con alguno de los platos franceses del festín anual de los enterradores. Me gusta mucho también de su libro como se reproducen los códigos propios de un gremio del que, por lo general, nunca tenemos noticias.
Hablando de imágenes pasando por tu mente mientras lees.
El otro día caí en este tuit de más abajo, que no sé si acabo de entenderlo del todo. Desconocía que hubiera gente incapaz de crear imágenes mientras lee.
A los que si se os forman imágenes en la cabeza, con el libro de Énard no vais a parar de salivar. Suculenta literatura que se degusta x2.
Por lo demás, noviembre sigue siendo ese mes oscuro que cada año nos mata un poquito. Pero un tío mío se suicidó en primavera. Incapaz de superar la muerte de mi prima, una mañana se tiró por un puente de Badalona. La noticia me pilló de resaca o directamente sin dormir aún.
La fiesta y la muerte.
Venga, pruebo con otra nota al azar.
Fanfarrias!
È Cesare Pavese!
“Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, inermidad, nada. El gesto no debe ser una venganza. Debe ser una calma y cansada renuncia, un balance, un hecho privado y rítmico”.
Arde Pavese!
Como no podía ser de otra manera en un escritor intenso, el piamontés fue de la opinión de que lo último que escribes “debe ser relevante”.
Pavese se suicidó pero dejó un legado titulado “El oficio de vivir” que tengo a medias desde hace diez años y espero retomar pronto. El libro me encanta pero a Pavese hay que leerlo cada diez años como poco.
A veces te suelta cosas más amables. Por ejemplo, esto de aquí abajo que extraigo también de otra página random, bien podría ser el slogan de esta plataforma substack, posicionada como la herramienta ideal para los que gustan de leer:
“Es bonito escribir porque reúne dos alegrías: hablar solo y hablarle a una multitud.
Si consiguieses escribir sin una sola tachadura, sin un retroceso, sin un retoque, ¿le cogerías todavía gusto? Lo bonito es pulirte y prepararte con toda calma para ser una cristal”.
Marc explica a la audiencia que el primer suicidio del que tuvo constancia le tocara la fibra fue el de Kurt Cobain. “Porque yo era adolescente entonces y de suicidios no se hablaba en clase, precisamente”.
“El suicidio es una opción para los que de verdad aman la vida”. Esto nos lo contó un profesor de Semiótica en primero de Periodismo y nos quedamos alelados. “El suicida no se conforma con una vida de mierda”, y se quedó tan tranquilo.
También recuerdo otra imagen muy potente. Dijo algo así como tener pareja tiene mucho de darse un baño. Al principio te cuesta meterte en la bañera por si el agua estuviera fría. Pasa el tiempo y ahora no quieres salir porque te has acostumbrado a la temperatura del agua, aunque se haya ido enfriando. Pero fuera seguro hace más frío.
Ojalá volver a cursar semiótica ahora.
Facebook sigue haciéndome ojitos de vez en cuando, porque ya no es como antes, y me recuerda que hace justo 50 años, Rafael Pérez decidió poner fin a su vida en la celda donde llevaba unos años cumpliendo condena. Unos trece años antes, su nombre aparece en los medios más importantes de México como el perturbado vendedor de insecticida y veneno para ratas fabricados en la misma casa, conocida en el DF como “la de los macetones”, donde a la vez tuvo retenida durante 18 años a su familia (su mujer y cinco hijos que respondían a los nombres de Indómita, Libre, Soberano, Triunfador, Bien Vivir y Libre Pensamiento).
Un caso real que Arturo Ripstein recogió pocos años después en la claustrofóbica película "El castillo de la Pureza" (un caso que recuerda al de la película “Canino” de Yorgos Lanthimos, nacido el mismo año del estreno de la película mexicana).
No me enrollo más.
Hasta la semana que viene porque, por lo pronto, no tengo pensado suicidarme.
Como sí hizo Nick Drake, al que escuchamos más abajo en edit del francotirador de las pistas de baile, Moscoman. Un tema que nos hemos hartado de pinchar en sesiones de hoteles hace unos veranos.
Pero antes de marchar, como bonus track, me gustaría dejaros con otro ilustre que también murió y la que se lio fue mundial.
Una imagen que ahora tendréis marcada en la retina para toda la jornada de lunes. No sé, pensad que el imperio austrohúngaro ya no existe y se os acaban los males.
Y si vienes de Twitter y esperas que lo de Elon Musk acabe en suicidio empresarial, suscríbete a la newsletter por lo que pueda pasar. A los que estáis bien recogidicos por entre estas líneas también os animo a que o suscribáis y muchas gracias por llegar hasta estas líneas.
En el próximo boletín prometo seguir hablando de la vida.
Gracias, David, por la crónica. Muy fan de ese profe de semiótica!