Un proverbio chino asegura que si lo que deseas es hacerte rico, lo primero que tienes que hacer es construir carreteras.
Vías que conecten mundos. Cuanto más diferentes mejor para el comercio.
Digo esto porque la ruta de la seda vuelve a estar de moda. De moda más allá de la seda. En los últimos tiempos se han puesto en marcha varias iniciativas para reactivar aquella vía de 8000 quilómetros que conectaba oriente con occidente
Varias de esas propuestas se detallan en Las nuevas rutas de la seda del multi premiado (y muy exitoso) historiador británico, Peter Frankopan. La primera edición de este libro que puedes encontrar en la xarxa de biblioteques, como la mayoría de los que aparecen en la newsletter, es de noviembre de 2019, con lo que no estaría de más publicar una nueva edición en la que se expliquen los efectos del COVID en todo este entramado geopolítico.
Yo siempre dando trabajo a la gente.
“Al igual que las rutas de la seda del pasado, no hay ningún criterio geográfico específico para formar parte de tal iniciativa; de hecho, el componente marítimo se concibió precisamente para permitir que los parámetros de inclusión llegaran hasta la costa oriental de África y más allá”.
La nueva propuesta integradora se ha bautizado como «Iniciativa del cinturón y la ruta». Un proyecto ambiguo a ojos de los expertos en geopolítica. Un cinturón que abrocha una superficie mucho más amplia que esa ruta que todos conocemos de los libros de historia y que nos evoca a ciudades de cuento oriental como Samarcanda.
Hoy participan de la iniciativa más de 80 países, lo que incluye a las repúblicas de Asia Central, a los países del sur y sureste de Asia, a los de Oriente Próximo, a Turquía y los países de Europa oriental, “así como a diversos estados que no formaban parte de la ruta original como algunos países de África y el Caribe”.
Post of Azerbaijan/Azermarka.
En todo caso, los que saben de esto de las relaciones económicas entre países han advertido toda una serie de alianzas, de las que, nuestra vieja y triste Europa, sin ir más lejos, se está quedando fuera. “Con lo que Occidente se ha quedado dormido al volante”.
Otro viaje en tren impensable (foto de más arriba), hasta hace unos pocos años, es este corredor conocido como BTK por sus paradas en Bakú (Azerbaiyán)-Tiflis (Georgia)-Kars (Turquía), inaugurado en otoño de 2017 (el viaje podría ser mejor pero por cuestiones de rivalidad histórica, la línea esquiva Armenia, tradicional enemigo de azervayanos y turcos).
El primero en advertir de la potencialidad de una nueva ruta de la seda fue Donald Trump. Antes de ser elegido presidente por primera vez, registró la marca «Trump», con la idea de comercializar su propio vodka, en Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán, Turkmenistán, Azerbaiyán y Armenia. Aunque bueno, ese vodka en el primer mundo no triunfó. No lo bebía ni el propio Trump que aunque parezca mentira es abstemio. Que su hermano Fred fuera alcohólico severo igual tiene algo que ver.
Todos estos países que acaban en -tán y que forman parte de la zona conocida en genérico como Turkestán se los recorrió enteritos la periodista noruega Erika Fatland y con sus experiencias escribió un libro de viajes maravilloso titulado “Sovietistán”. El viaje de mi vida.
Nos estamos refiriendo a países como Kazajistán, casi tan grande como Europa, con grandes bolsas de recursos naturales, pero un país muy mal comunicado. Como si sus vías de transporte se hubieran quedado congeladas en la Edad Media.
Hay que hacer caso a los chinos.
En marzo de 2017, los gobiernos de Turkmenistán y Uzbekistán se pusieron manos a la obra e inauguraron un puente ferroviario sobre el río Amu Daria, en la ruta Turkmenabat-Farab con lo que se mejoran las conexiones entre ambos países.
Mucha gente me pregunta por mi interés por los países de Asia Central que fueron repúblicas soviéticas. Y yo les respondo que me interesan porque son países que han estado en un pozo ciego para Occidente hasta hace bien poco. Como si ese pliegue entre Europa y Asia, una frontera muchas veces difusa (Kazajistán juega sus competiciones deportivas como país «europeo», cuando su capital Astaná está a una distancia de 7.291 quilómetros de Lisboa), se hubiera tragado de una vez a esos país que han permanecido envueltos en un permafrost que los ha mantenido al margen del capitalismo propio de nuestros lares. O al menos eso es lo que yo quiero imaginar.
Más nuevas conexiones de todo aquella zona. En abril de 2024 se informaba del primer tren turístico que recorría la Gran Ruta de la Seda con paradas en el desconocido Turkmenistán. Con lo que mi soñado recorrido en tren ya está en marcha. Chu chuuuu…
“39 turistas de 9 países, entre ellos llegados de Rusia, Italia, Gran Bretaña emprendieron un viaje apasionante. El tren comenzó su ruta en Kazajistán y luego pasó por ciudades de Uzbekistán. Hasta el 10 de abril, los turistas se familiarizarán con la historia antigua, la rica cultura y las tradiciones originales de Turkmenistán”.
Están previstas paradas en las ciudades de Mary, Ashgabat y Dashoguz. Los turistas también visitarán la estación de tren de Ichoguz, donde podrán familiarizarse con las atracciones naturales únicas del país, incluidas las "Puertas del Infierno" (algo decepcionante según el trotamundos de más abajo), un cráter en el que se quema gas natural, según escribe Asman News con el Departamento de Turismo del Ministerio de Cultura de Turkmenistán como fuente.
Desde unos meses antes, también se puede transportar carga a través de la vía férrea que conecta Yiwu con Teherán:
“El tren de carga procedente de China que llegó a Teherán hace poco más de un mes (marzo 2016 para el lector) hizo historia al convertirse en el primer tren en revivir la antigua Ruta de la Seda entre China e Irán. Transportaba 32 contenedores de carga, salió de Yiwu, en la provincia oriental china de Zhejiang, el 2 de enero, atravesando Kazajstán y Turkmenistán antes de ingresar a Irán. El tren tardó 14 días en recorrer los aproximadamente 10.399 kilómetros de longitud hasta Teherán”.
Esos 14 días suponen 30 días menos de los que se tardan en completar la distancia que separa el puerto de Shanghai del puerto iraní de Bander Abbas.
Efectos colaterales de la globalización y que hacen pensar en que no todo va como una seda según el libro que nos ilumina esta semana:
“El precio de los asnos se ha cuadriplicado en Tayikistán por la demanda de la piel de este animal para producir ejiao, una gelatina con la que, entre otras prestaciones, se previene el cáncer y se aumenta la líbido. La crisis ha llegado a África donde países como Níger han tenido que adoptar políticas proteccionistas para evitar la masiva exportación de burros, sin los que no se puede trabajar la tierra”.
Más cosas, así difíciles de gestionar.
En 2016 compradores chinos adquirieron un buen número de propiedades en Vancouver, los precios aumentaron a un ritmo del 30 por ciento mensual en comparación con el año anterior, lo que llevó a las autoridades locales a introducir un impuesto del 15% sobre los bienes inmuebles adquiridos por extranjeros en un intento de aliviar el mercado.
No sé, yo os puedo decir que el verano pasado estuvimos en Vancouver y que alucinamos con el barrio chino. A partir de las seis de la tarde, cuando cierran los almacenes, varias de sus calles principales están tomadas por adictos al fentanilo en un catálogo de posiciones corporales imposibles. Estoy hablando de cientos de yonquis retorciéndose por un barrio a una distancia de unos diez minutos caminado del centro de la ciudad de uno de los diez países más ricos del mundo.
Pensaba que al vivir en el Raval tendría el first certificate de yonquis y no me convalidaron ni el nivel C.
Samarcanda, un arroz con bacalao
“Ahora he comprendido. Si los persas viven en el pasado, es porque el pasado es su patria, porque el presente es para ellos una región extranjera donde nada les pertenece. Todo lo que para nosotros es símbolo de vida moderna, la expansión liberadora del hombre, es para ellos símbolo de dominación extranjera: las carreteras son Rusia; el tren, el telégrafo, la banca, son Inglaterra: Correos es Austria-Hungría…”.
Mi paso por la biblioteca del Raval ha orientalizado mis lecturas. Hace un par de semanas os hablaba de esta novela de naturaleza opiácea ambientada en Bombay y hoy tengo para vosotros esta novela histórica que recorre la historia de Persia desde la Edad Media hasta principios del siglo XX. Y lo hace a través de las tribulaciones de un libro de aforismos conocido como El Manuscrito de Samarcanda. Un libro escrito por el astrónomo y poeta Rubáiyát of Omar Khayyám.
El escritor libanés en lengua francesa Amin Maalouf nos explica en paralelo a esta historia, provista de velos y romances, el telón de fondo social y religioso que provocó que el país persa pasara de contar con una mayoría sunní a convertirse en el principal país de los chiíes.
El libro está lleno de referencias geográficas que llegan a nosotros desde el siglo XII para exaltar la imaginación del lector más excitable: “Qaxan, oasis de casas bajas en la ruta de la seda en el lindero del desierto de Sal. Allí las caravanas se acurrucan y recobran el aliento antes de bordear Karkas Kuh, el siniestro monte de los Buitres, guarida de bandoleros que asolan las inmediaciones de Ispahan”.
El monte de los buitres by Alireza Javaheri.
Uno de los protagonistas de la novela es Hassan Sabbah que decide, lo que muchos no tenemos el valor (y deberíamos): fundar una secta. Y se va hasta la remota fortaleza de Alamut, otro de los territorios que juegan con nuestra fantasía, seguido de su corte de avezados ismailitas, el germen de raíz chiita que se ha convertido en la moda de entonces (en realidad, una tropa de descerebrados conocida como La Secta de los Asesinos).
En esa misma fortaleza se perderá el rastro del manuscrito de Samarcanda cuando la asalten los únicos seres capaces de poderes sobrehumanos a principios del siglo XIII: los mongoles. La demolieron piedra a piedra. No se salvó ni la biblioteca. Los secretos de esa secta quedan para la imaginación.
Samarcanda corrió la misma suerte con los brutotes mongoles. Sus tesoros siguen hoy bajo tierra. La Samarcanda que conocemos hoy tiene 600 años y se la debemos al compromiso de los selyúquides que decidieron enterrarla para que el mundo no viera sus cicatrices (a riesgo de que algún niño se cayera por alguna grieta).
Hay ciudades que viven de cataclismo en cataclismo.
“Alamut. Una fortaleza sobre un peñasco a seis mil pies de altitud; un paisaje de montes pelados, lagos olvidados, precipicios cortados a pico, desfiladeros sin salida. El ejército más numeroso no podría acceder a ella más que en fila india. Las más potentes catapultas no podrían ni rozar sus murallas”.
Por Alireza Javaheri - Qazvin - Alamout Castle, CC BY 3.0.
Curiosidades para la historia. La novela acaba a principios del siglo XX con la diplomacia de la recién instaurada y tierna democracia iraní pidiendo asistencia a representantes de una de las democracias más consistentes dar con un Tesorero General que saque al país de la Edad Media. La de su actual archienemigo, los E.E.U.U de América. El nuevo parlamento persa contrata a un tal William Morgan Shuster como experto para modernizar las finanzas de la nueva nación iraní. Lo hará tan bien que duró nueve meses en el cargo -por presiones de los rusos que también tenían sus intereses en el país- y el país volverá al feudalismo de donde, supongo, no debió salir nunca.
Ver para creer.