Conozco a varios amigos que tienen problemas con el insomnio. Y yo me pregunto, ¿quién no tiene problemas con el sueño? Es imposible que, con la que está cayendo ahora mismo, haya alguien en el mundo capaz de dormir a pierna suelta.
Tengo la sensación de que, fuera de Instagram, a nadie de mi entorno le va bien. Por eso nunca pregunto, “¿qué tal?”. No se me ocurriría hacerlo ni por compromiso. Si alguna vez os lo pregunto, desconfiad. Puede que me haya robado el cuerpo un extraterrestre. O puede que esté a punto de pedirte dinero.
Yo debo tener el subconsciente revuelto porque el otro día soñé que estaba en un pajareo de esos infernales de antes y tenía sentada delante de mi en un sofá a Ada Colau. De repente, alguien preguntaba si alguien había visto su mechero. A lo que yo respondí, «si no aparece, la culpa es de Colau». Y entonces ella me miraba con condescendencia como diciendo, «el graciosillo este ya ha tenido que soltar el chiste de siempre». Y me sentía mal, muy mal.
De todos modos, si no duermes es porque no quieres. Clicka en la foto de arriba y descubrirás cómo están arreglando el problema en China. Y ya sabes que lo que ocurre en China, aquí llega unos meses más tarde.
Pero mientras llega o no, os dejo por aquí abajo ocho horas de vaporwave que podéis escuchar mientras consultáis la evolución del tiempo en Connecticut.
Debe ser efectivo el vídeo porque, en el momento de escribir estas líneas, cuenta con 1.169.148 visualizaciones.
Tenemos que tirar de meme para poder conciliar el sueño.
Me interesan los podcasts largos. Los archivos de más de ocho horas, los que muy poca gente se va a escuchar enteros (yo mismo tengo uno de 12 horas que en el momento de escribir estas líneas se han descargado más de 2.200 entusiastas). Me gusta romantizar los contenidos que se saltan las reglas del juego.
Pero si ni con estas podéis dormir, sólo os queda dejaros llevar por las seis horas y pico que dura la grabación del set a cuatro manos entre Daniel Avery y John Loveless en un festival en un lago glacial en Alemania. Mientras los alemanes ya hace cuatro meses que están disfrutando de los rigores del aire libre, yo sigo durmiendo con el nórdico.
Por cierto, cómo les gusta a los alemanes bautizar a sus cosas con nombres latinos. Fandango suena exótico como nombre para un festival de electrónica.
Las que también disfrutarán de un festival al aire libre en los próximos días son las vecinas del barrio de la Guineueta, sobre todo las que vivan en los aledaños de la Plaça Major de Nou Barris (muy cerca de ahí se encuentra la biblioteca Aurora Díaz Plaja de la que os hablé hace unos meses).
El próximo 31 de mayo se gentrificará un poco toda aquella zona con la celebración del Brunch Elektronik, uno de esos festivalillos para gente a la que la música le interesa menos que enseñar ombligo o beber cervecita al sol. Nada reprochable. Yo ya no voy a festivales, así que podéis ir como queráis.
La cuestión es que esta semana un artículo en El Salto ha echo volar por los aires la conciencia de algunos festivaleros de este país (los que queden con conciencia, claro, que igual no deben ser muchos).
En el reportaje se nos avisa de que el fondo proisraelí KKR, entre otros pecados, controla “la promoción inmobiliaria en territorios palestinos ocupados ilegalmente”, tiene además intereses económicos en algunos de lo grandes festivales de este país, como el Sónar o el propio Brunch.
Yo en 2018 todo esto ya lo vi venir y con la foto de abajo creo que a) queda clara mi postura en todo este asunto y b) a los festivales no voy a enseñar el ombligo.
Es curioso porque en la red social Bluesky, el conocido como “twitter de los progres”, mucha gente se ha apresurado a asegurar que nunca pisó el Sónar. Estos tiempos en los que vivimos esconden una amenaza a la vuelta de la esquina. Un pequeño resbalón y te conviertes en poco menos que corresponsable del asesinato de niños palestinos.
Yo al Sónar fuí 17 años seguidos, así que algo feo me espera cuando haya que echar cuentas. Para empezar, empiezo a sospechar que mis problemas de insomnio tengan algo que ver con tanto festival.
Los compañeros de noubarris.info comentaban en una noticia publicada el pasado 14 de mayo que, ya no es sólo que el Brunch esté financiado por unos israelíes con cara de comerse a los palestinos por los pies, es que sus huestes también ocupan un espacio público de esta bendita ciudad que utilizan para ganar sus buenos dineritos con su música de garrafón (tal y como hacían ya en sus primeros tiempos en los Jardins Joan Brossa).
Un fumadero de opio
“Sólo los ricos pueden permitirse la sorpresa y la ironía. Los ricos tienen hambre de sentido. Lo primero que preguntan al toparse con la eternidad, y por tanto también lo último, es esto: perdonen, pero ¿esto que sentido tiene? Los pobres no hacen preguntas o, cuando menos no hacen preguntas irrelevantes. No se lo pueden permitir. Lo único que pueden permitirse es la risa y el mundo de los espíritus. Luego están los adictos, claro, los adictos al hambre, a la rabia, a la pobreza y al poder. Y los adictos puros, que no están enganchados a ninguna sustancia sino al olvido y la ternura que engendran las sustancias. Un adicto es, si me permites, una especie de santo”.
Una solución efectiva a los problemas de sueño sería fumar opio. Una solución un tanto radical que igual no contaría con el beneplácito de tu médico de cabecera.
Qué pena no vivir en Bombay y tener un fumadero de opio cerca como el de Narcópolis, la extraordinaria novela con la que el poeta Jeet Thayil debutaba en largo en 2012. Creo que fumaderos de opio es lo que necesita esta ciudad para atraer turistas de todo el mundo.
La verdad es que la novela es una delicia. Tiene buena mano el escritor de Kerala para la descripción de los efectos del opio y de los asiduos al tugurio de un tal Rashid (“una khana de chandú”). Se nota que se pasó sus buenos años metido en uno. Dibuja también con mucha habilidad y sensibilidad la sensibilidad de algunos habituales del fumadero, como esos eunucos incapaces de amputar sus traumas del pasado.
En algún momento de la novela se esboza el sempiterno conflicto entre la India y Pakistán, ese que estas últimas semanas nos ha azuzado un poquito más el insomnio. En cuestión de yonquis, también hay castas.
"El garad llega a la India desde Pakistán. ¿Sabes lo que significa en urdu? Basura. Es la mierda en bruto que desechan al fabricar el maal de calidad para los yonquis de países ricos. Este garad no lo tocaría ni el más miserable yonqui de los Apestados Unidos. Por eso los paquis nos lo mandan para acá".
La novela está ambientada en la ciudad más grande de la India pero en un momento dado da un salto a la China maoísta. Repito que el libro se publicó originalmente en 2012 porque, con la perspectiva que da el tiempo, llama la atención esta descripción de Wuhan, la ciudad que ocho años después se convertiría en zona cero de la COVID-19.
“-Wuhan es una especie de ciudad piloto -dijo-. Aquí tenemos de todo: plagas, disturbios, excedentes de producción, hambrunas, una actividad industrial inmensa, el acabose. Sospechamos que Pekín nos está usando a modo de laboratorio social. Quieren comprobar cuánto se puede castigar a una ciudad antes de que se venga abajo. La pregunta o preguntas que se han planteado son sumamente interesantes, eso hay que concedérselo. ¿Qué grado de caos puede absorber un cuerpo humano?”.
Nos engañan como a chinos
Otras cosas que no me dejan dormir.
Llamadme conspiranoico pero hace tiempo que pienso que existe una confabulación global para que Corea del Sur esté de continuo en el disparadero internacional. Sus cineastas se llevan todos los premios en los festivales; en el mercado de la música los artistas del k-pop son los únicos que deben ganar mucho dinero; por no hablar de la cantidad de restaurantes coreanos que se abren cada semana en Barcelona.
Yo mismo os hablaré de Corea del Sur en próximas entregas. Sé cosas.
Tota, que ahora me entero que el filósofo Byung- Chul Han se ha llevado el Princesa de Asturias de este año. Es curioso que un tipo que cimenta su carrera en destripar el capitalismo, se lleve un premio que representa al establishment en su máxima expresión.
Hace unos años tenía una gran crisis de identidad que me empujaba a ir a charlas como las del coreano. Me acerqué un día aquí al lado de casa a verle al CCCB para que me explicara lo nocivo del sistema en el que vivimos cada puñetero día de nuestra vida (y de paso escribí una crónica en mi blog que ya no actualizo porque es obvio que ya no tengo crisis de identidad alguna).
El pensador llevó una ovación con esta apreciación, a mí me parece algo populista, en un momento, febrero de 2018, en el que el Procés estaba muy tierno:
“Si me obligaran a ser el presidente de Catalunya sería más radical que Puigdemont. Sencillamente cerraría el aeropuerto, desmantelaría el puerto y prohibiría que los cruceros atracaran en la ciudad. Proclamaría el derecho a la pereza. Provocaría que nevara siempre en la frontera para que los turistas no tuvieran ganas de entrar en Catalunya. El animal original de los catalanes se recuperaría. Esa sería una independencia real. Decían los pensadores griegos que el político tenía que tener algo de filósofo. Imaginaos lo peligroso que es que un filósofo como yo se meta a político”.
Sin Comentarios...Me ha dado sueño y me voy a tomar un Diazepam para irme a la cama a dormir...JAJAJAJA