Hace unos días comentaba en la sección Notes como durante mi estancia de dos semanas como auxiliar en la biblioteca de Nou Barris me había dado tiempo a hacer un amigo.
Lo conocí de manera abrupta, todo hay que decirlo. Así, de repente, como llegan las mejores cosas de la vida.
Exactamente.
Mi nuevo amigo vino a mi una mañana, sin que yo lo viera venir, para ponerme una libreta delante de mis narices y espetarme un: “Escríbeme aquí lo que sepas sobre la mitosis”.
La verdad es que el encargo me puso un poco nervioso.
Si me hubiera preguntado por la historia de los Balcanes me hubiera arrancado por peteneras pero, sinceramente, y aunque me sabe bastante mal reconocerlo, yo de biología sé más bien poco. Cierto es que me resultaría más práctico saber de bilogía que saber cual es la capital de Kosovo.
Yo no escuchaba la palabra mitosis desde sexto de EGB, es decir, de eso hace ya muchos muchos años.
“Y sin letra de médico”, me advirtió cuando agarré el bolígrafo y empecé a copiar lo que disimuladamente había pescado de Google.
“¿Eres matemático?”, me preguntó al ver que empezaba a completar una especie de esquema muy sencillo. Un croquis pensando en mí propia salvación, más que en resultar pedagógico al señor de la mitosis.
Parece que la respuesta final apaciguó los ánimos del usuario, entonces no sabía que se hacía llamar señor Trípoli por el nombre de una empresa que tuvo hace unos años. “Volveré mañana a la misma hora”, me comentó mientras ponía un dedo en la sien a modo de despedida peliculera.
Y así es como el señor Trípoli (“como la capital de Libia”), primero el señor de la mitosis, entró en mi vida. Todos los días llegaba a eso de las once y se marchaba a la una y poco. Yo entonces no lo sabía pero venía cada día de almorzar con los amigos, una reunión a la que podía unirse los viernes “el director del Banc de Sabadell”.
Siempre sentado en la misma mesa y enfrascado en su libreta. “Yo no tengo móvil. No te lo creerás pero mi mujer no tiene mi número de teléfono. Tampoco hace falta, llevamos casados muchos años, tantos como para que no nos haga falta un móvil”.
A los pocos días recibí otra visita que marcará mi estancia en esa misma zona de audiovisuales, la más tranquila, a veces demasiado, donde los abuelos se sientan a leer el periódico y los menos afortunados, los que no han conseguido un diario, ni siquiera el Expansión, se dejan arrastrar por el sueño y alguno hasta empieza a roncar. No los culpo. Por la biblioteca pasa un solecito de primeros de enero muy agradable.
Así que rasga la tranquilidad de la mañana, la visita de otro habitual de la biblioteca. Se trata del señor J. que llega con una lista de películas escrita a mano con no menos de 100 títulos. Me tiene buscando como una hora todo tipo de películas, desde españoladas del tipo Cine de Barrio, pasando por algún blockbuster, incluyendo alguna de las referencias de la Nouvelle Vague. En esta tanda, me dicen los colegas que viene una vez por semana, identifico una buena retahíla de películas protagonizadas por Orson Wells. “¿Está preparando un ciclo de Orson Wells en casa?”, me animo a preguntarle cuando llevamos más de tres cuartos de hora de relación, tiempo que se me antoja apreciable para iniciar ciertas confidencias. “Bueno, es un actor que no está mal, pero tampoco me mata”.
Sigamos buscando pues.
A todo esto, el señor Trípoli me está mirando desde la distancia, por encima de sus gafas con ojos de animalillo del bosque y con una sonrisa maliciosa como dando a entender que se compadece de este servidor de lo público.
La lista de peticiones de J. le da para completar las reservas del carnet de su esposa. Eso son 30 películas por carnet. Son sesenta películas entre los dos. A una hora y media por película son 90 horas, es decir tres días y pico viendo películas sin parar. “¿Cuanto tarda en ver todas esas películas?”, me veo empujado a preguntar. “Eeeh… Pues unas cuatro o cinco películas al día. La afición me viene de cuando era pequeño. Salía de un cine y me metía en otro”.
Nada más salir por la puerta el señor J. , viene hasta el mostrador el señor Nairobi que se ve impelido a contarme su biografía.
Ya estoy tierno. Ya lo que me echen.
Me comenta el señor Nairobi que hizo fortuna con la decoración de yates. Me pregunta que si me imagino para quién ha trabajado. Ni me lo imagino. Con Roman Abramovich (por un momento fantaseo que la respuesta era Marina Abramović). “Un señor que tu lo ves por la calle y ni te imaginas que fuera el dueño del Chelsea”. A decir verdad, tampoco me imaginaba que mi amigo el señor Trípoli tuviera dinero como “para vivir dos vidas”. Se jacta de ir un día a la oficina de la Seguridad Social a renunciar a su pensión de jubilación.
Me entero sin yo preguntar que el dinero le viene de familia. “Cuando acabé los estudios mi padre me metió en la cuenta 14 millones de pesetas. Que eran muchos millones en aquel entonces. «Ahora tu pon los cimientos», me dijo. Pero escríbeme aquí qué es un menhir”.
Esta me la sé algo más. Gracias a Astérix y sobre todo a Obélix.
Me meto en la parada de Llucmajor pensando en una idea de negocio que creo se me daría bien.
Organizar streamings para hablar con gente mayor y hacerles compañía durante una hora. Pero esta vez el tema lo pongo yo.
Llega el triste momento de advertirle al señor Trípoli que mi tiempo en esta biblioteca se agota. El contrato es de dos semanas y en dos días volveré a estar en la casilla de salida. “Con el nivel que tienes no sé cómo es que te quedas tan poco tiempo en la biblioteca... No entiendo nada…”. Me pide que le lleve un CV para el día después. “Aún vas a tener suerte”.
Pero ese día después tengo horario de tarde y no coincido con él. Aún así me llegan noticias suyas. Un compañero me dice que han preguntado por mí esta mañana. Me ha conseguido una entrevista para trabajar en el puerto. “A mi me dijo que hizo fortuna vendiendo unos invernaderos en el Ejido”, me explica mi compañero en cuanto le pongo al día de mis conversaciones con mi amigo ya casi mecenas. “Pues no sé si irá de farol o no pero yo por si acaso le seguiría el rollo y ya nos cuentas”, me advierte.
Ya tienen tema de conversación en la biblioteca para superar los rigores de la cuesta de enero.
¿Y si fuera verdad que tiene contactos? ¿Y si fuera verdad que tiene mucho dinero? Me he pasado la vida esperando a un benefactor que confíe en mi talento. Me pague sólo por escribir. Podría ser el señor Trípoli.
Todo en esta vida está resultando tan estrambótico, que por qué no...
Total que aquí estoy escribiendo la newsletter mientras espero a ver si me llama el señor Trípoli.
Las siete lunas y las mil anécdotas
El señor Trípoli no sólo me cuenta su vida y me somete a exámenes improvisados. También me recomienda buenos restaurantes de por esta zona de la biblioteca como el Siete Lunas donde tuvo una mesa reservada durante un año (la plaça Major de Nou Barris acoge varios establecimientos importantes como la seu del districte, vale la pena acercarse porque además tienes pegado el enorme Parc Central, pulmón del distrito).
La biblioteca de Nou Barris debe ser de las pocas que tiene nombre de persona relacionada directamente con las bibliotecas. Desde hace pocos meses la escritora, traductora y bibliotecaria barcelonesa Aurora Díaz-Plaja le pone nombre.
De amigos nuevos a amigos de toda la vida.
El pasado viernes tuve cena con mis ex compañeros de instituto (a los que os presenté hace ya un año y medio en un post que incluía un mix de 12 horas que ya se han descargado casi 2000 personas) y el Siete Lunas nos ha sacado de un apuro porque nos habíamos quedado sin restaurante a última hora.
Está situado en la calle del Doctor Pi i Molist, primer director del sanatorio mental del final de la calle (hace no muchos días estuve deambulando cerca de aquí en busca del bar Jordi). Esta vía cruza hasta tres barrios del distrito de Nou Barris; el del Turó de la Peira, el pequeño pero animado barrio de Porta (destaca por su rúa de Reyes) y la Guineueta.
Nos pusimos al día con nuestras vidas que no han cambiado mucho desde la última vez que nos vimos. Me enteré de que una compañera de EGB ahora trabaja de documentalista en Salvados. Y yo aquí haciendo newsletters por la cara.
Tan amena fue la conversación en torno a las mismas efemérides de siempre que se me olvidó fotografiar las dos parrilladas que nos atizamos. Por no tomar, no tomamos ni foto de grupo (tal vez por estos detalles es que sigo viéndolos). Pero ya os informo que el ratio calidad- precio de la brasería es más que aceptable.
A falta de foto os pego más arriba el trabajo de un grupo de nuestro barrio, de Sant Crist de Can Cabanyes, se llaman Kremlyn y son de los 80 pero el sello Domestica los reeditó hará unos 13 años. Ha pasado mucho tiempo también desde la reedición.
Pasa mucho tiempo de todo.