La semanada con David Puente
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Badalona m'esborrona (III): Media vida
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Badalona m'esborrona (III): Media vida

Crónica de un finde con mis amigos de toda la vida que celebramos con un mix de 12 horas y media

Hace una semana estuve con mis amigos del colegio en una casa alquilada en el Pla de l’Estany. Concretamente en Cal Santu, en el término municipal de Sant Vicenç de Camós, comarca del Pla de L’Estany, a unos minutos en coche de Banyoles. Una zona asolada por la peste negra en 1586.

La peste en 2023 llega de una granja de cerdos ubicada a escasos 300 metros de la casa. Es curioso, pero la peste a cerdo no molesta si estás en el campo pasando un fin de semana con tus amigos de toda la vida.

Todo sienta bien en el campo.

La excusa de tan especial encuentro tiene lugar hace 40 años, cuando entré a estudiar cuarto de EGB en el Joan Llongueres de Badalona y conocí a Isma, Mario y Edu. Al resto, a Miguel, Jordi y Roger, los conocí allá por 1988, en mi primer año en el Instituto Badalona 7, a pocos metros de la parada de Pep Ventura y del antiguo pabellón del Joventut. El insti se ubica aún hoy en el barrio del Raval de Badalona, en unos terrenos expropiados en 1985 que sirvieron de almacén de la fábrica de vidrio Pedragosa. Esto último lo he sabido por Wikipedia.

35 años después de todo aquello, vivo en el Raval, pero en el de Barcelona.

Mientras construían este instituto estuvimos recibiendo clases de manera interina en la calle Pare Claret, donde se encuentra actualmente el Conservatori Professional de Música de Badalona. Aún recuerdo los follones que se armaban en las escaleras del centro, poco preparadas para acoger a tanto niño como se acumulaba en la salida y entrada de clase. Lo recuerdo además en blanco y negro. Tirando a sepia.

Por entonces, estudiábamos lo que se conocía popularmente como “tronco común”. Es decir, los que nos encontramos en la casa de Pla de l’Estany fuimos de las primeras generaciones de alumnos cobaya en esos albores de la Reforma educativa.

“L’institut va ser un centre d’experimentació de l’anomenada reforma educativa de la LOGSE amb la implementació dels estudis de l’ESO, el batxillerat i els mòduls de formació professional, precursors dels actuals cicles formatius“.

Un experimento pionero que combinaba las asignaturas del bachillerato con otras de libre elección propias de la rama que habíamos elegido. “Humanidades” en mi caso.

Recuerdo una variable en la que se nos explicaba el problemón que suponía apostar por la energía nuclear. Estamos en los años de aquella famosa pegatina en la que un sol decía aquello de “Nuclears, no gràcies”. Por entonces, no teníamos ni la mitad de información de lo ocurrido en Chernobyl tan solo unos años antes.

Recuerdo que el profesor hippie de aquella variable nos pasó la película “Hiroshima, mon amour”, primera cinta de Alain Resnais, uno de los padres de la Nouvelle Vague. No la he vuelto a ver desde entonces.

El experimento escolar en este denominado oficialmente como Centre Experimental de Règim Especial (CERE), reunió en un mismo espacio a los alumnos de colegios instalados durante mucho tiempo en barracones de la periferia, con otros de colegios que acogían alumnos del centre de Badalona. Estos se caracterizaban por hablar catalán y llegar al insti cabalgando ufanos sus Yamahas TZR y Hondas NSR 75.

En el Badalona VII experimenté lo que hoy se conoce como bullying, por parte de alguno de los que llegaban cada mañana en moto a clase. Un chaval que se llamaba Iu, nombre tan estúpido y corto como él.

Lo superé hace tiempo. Cuando me rapé por primera vez al cero en 1997. Pero sé que si escribo esto mi amigo Edu se va a reír mientras lo lee. Ya le estoy viendo la cara que va a poner.

Pero la estupidez clasista del momento no acaba aquí.

Una anécdota recurrente entre los míos es la de esa niña de mi barrio llamada Marisa que había conseguido hacer migas entre los pijos del instituto. Al salir de clase, tenía la costumbre de dirigirse en dirección al centro de la ciudad, a la calle del Mar, la considerada “milla de oro”, para disimular lo que sus vecino ya sabíamos: que en realidad vivía en el depauperado barrio de Sant Crist de Badalona. Sí, el de los barracones. Calculamos unos 40 minutos de camino extra cada día.

Estoy viendo las caras que están poniendo mis compañeros.

Anécdota que hoy hace más gracia que nunca, teniendo en cuenta la “romantización” de lo que entendemos por “el barrio”.

Ojalá haber crecido hoy, cuando el concepto barrio es cool.

A mí, lo que una vez fue mi barrio, donde sigo teniendo mi dentista, uno de los pocos puntos de anclaje que me quedan con Badalona, me produce una nostalgia que cada año se agudiza un poco más.

Mi barrio sigue sin ser cool.

La melancolía me entra por las caries y empastes.

Nota del autor: Por cierto, por si Edu, Isma, Mario, Miguel, Jordi y Roger están leyendo esto: que sepáis que os podéis suscribir a esta newsletter con el botón de aquí abajo.

Pero volvamos a Cal Santu, que es por lo que estamos todos aquí disfrutando de un sábado soleado con piscina.

Antes de que nos quememos la espalda, le doy play al MP3 que he traído cargado con una sesión de doce horas y media de la mejor música. Después de un buen rato intentando conectar sin éxito, a través de bluetooth, el citado MP3 con los altavoces Sony, tiempo considerable con el que me gané un “tú serás muy Dj, pero la técnica te cuesta un poco”, nos preparamos para escuchar la sesión más larga de las que he confeccionado en mi vida.

En realidad es una sesión de sesiones.

Muchos de los tramos que se escuchan en el mix, que tienes más arriba, en realidad son sets de tres horas de cuando pinchaba en verano en hoteles hace ya como un lustro.

He empalmado para la ocasión varias sesiones. Los tracks ya venían mezclados de hace un lustro. Apreciación que tuve que explicar a mis amigos como cuatro veces.

Muchas de estas sesiones se las debo a mi jefe de la empresa de entretenimiento para la que pinchaba hasta cuatro o cinco veces por semana en hoteles como el Pullman, el Negresco o el imponente Ars. Antes de que empezara a pinchar, y en días aleatorios, dejaba en marcha el grabador, yo supongo que era para “monitorizar” si lo que se escuchaba era pertinente. Me sigue flipando que la gente le tenga tanto miedo a la música.

Sin ir más lejos, y ahora que caigo, yo mismo le tengo miedo.

¿Por qué si no me llevé una sesión grabada por mí de 12 horas y media?

No sé muy bien para qué servían esas grabaciones de mi jefe porque nunca me dio un feedback de si el balearic que ponía le parecía oportuno o no.

El que me dijo una vez que no le gustaba nada lo que estaba poniendo fue el dueño del hotel Miramar. Una anécdota que expliqué dos veces en nuestra estancia en Cal Santu y que puedes rememorar desde aquí. La volveré a explicar cuando quedemos para celebrar los 50 (y 45) años de amistad.

Como lo que he hilvanado son sesiones largas es probable que suene algún tema repetido.

Recuerdo que una vez le pregunté a Sven Väth si repetía temas en aquellas maratonianas sesiones que hacía en la Love Parade. Se ofendió.

“Por supuesto que repito temas. ¿Por quién me has tomado”, respondió muy digno él.


Setas y cucarachas

Edu ha identificado uno de los pocos temas doblados en este monster mix, remezcla de Salt City Orchestra en la que se escucha a Marshall Jefferson explicando su primera experiencia con setas y que tiene al francotirador del hard techno Chris Liebing en la producción.

Este remix lo escuché por primer vez en un CD mix promocional que se regaló en febrero de 2000 con la revista DJ Magazine y que compré en su día durante mi estancia en Dublín. De cuando los CDs vendían revistas.

El mix presentaba en exclusiva el material del sello de progressive y tribal house Hooj Choons y su subsello Airtight, mezclado por su fundador Red Jerry.

El mix lo quemé en mi CD portátil por las calles de la gris capital irlandesa que, por entonces, recibía el maná de multinacionales como Compaq o Microsoft atraídas por suculentas condiciones fiscales.

Cuando volví a Barcelona me encontré con que en el descocado Salvation de la Ronda de Sant Pere se pinchaba otro de los cortes incluídos en el mix. Todo este rollo Sasha, Satoshi Tomiie, Peace Division creo que de todas formas triunfó más en Madrid que en Barcelona.

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Uno de los espacios mentales que vuelve a nosotros cada vez que nos reunimos es Villalpardo.

Ubicado en la provincia de Cuenca, es el pueblo de nuestro amigo Jordi y lugar de vacaciones para el resto de nosotros durante los veranos de 1993 y 1994.

Además de proveernos de anécdotas para los próximos 30 años (y contando), en este simpático pueblo conquense tuvimos la suerte de visitar un par de veces el parque natural de las hoces del río Cabriel, frontera entre La Mancha y la Comunidad Valenciana. Declarada primera Reserva Natural de Castilla-La Mancha en 1995, al poco de visitarla nosotros. Por entonces éramos ajenos a la amenaza medioambiental derivada de la posible construcción de un tramo de la autovía Madrid-Valencia.

Porque aquello del Cabriel hizo correr ríos de tinta en la prensa de entonces.

“Quienes no acaban de descubrir la importancia de las hoces son los socialistas valencianos. Como si las hoces y los Cuchillos del Cabriel fueran únicamente manchegos, desde la Generalitat valenciana sólo se pide a Borrell que acabe cuanto antes la autovía, una infraestructura vital para los valencianos que lleva un retraso de lustros. Hace cuatro días, por fin se pudo escuchar a un socialista valenciano, Eugenio Burriel, consejero de Obras Públicas, hablar de medidas de protección”.

Ya han pasado 30 años de todo aquello.

El río sigue fluyendo pero las anécdotas han quedado congeladas en el tiempo.

Aquellos días vuelven a nosotros quiera o no quiera.

Vivencias que inevitablemente mutan en nuestra memoria después de tanto tiempo.

Pero es lo que nos une.

Es lo nuestro.

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