Son todos afluentes del Danubio
La obra maestra de Claudio Magris da para vacaciones de tu vida
“Ese Danubio que es y que no es, que nace en varias partes y de varios padres, nos recuerda que cada uno de nosotros, gracias a la múltiple y oculta trama a la que debe su existencia, es un Noteentiendo, como los pragueses de apellido alemán o los vieneses de apellido checo”.
Claudio Magris cumplió 85 años el otro día.
Para ser sincero pensaba ya había fallecido.
Así que para celebrar su vuelta a la vida le vamos a dedicar el boletín de esta semana.
Para empezar hay que saber que Magris es de Trieste.
Como Italo Zvevo del que hablaremos en unas semanas.
Y me entraron ganas de visitar Trieste.
Pero después de leer su recorrido por el Danubio, ahora lo que me gustaría es seguir la ribera de este río que dibuja mitteleuropa desde algún punto sin identificar del todo de la Selva Negra…
(“sobre las fuentes verdaderas del Danubio hubo tanta polémica como sobre las verdaderas fuentes del Nilo”).
…hasta desembocar en el Mar Negro.
“…cualquier nación está destinada a que le llegue su hora y que no existen, en sentido absoluto, civilizaciones mayores o menores, sino una sucesión de estaciones y de floraciones”.
El Danubio cruza un terreno fértil en ese aspecto de sedimentos civilizatorios que se comenta más arriba.
Y este libro ha sido fértil en datos , en afluentes caudalosos que me han derivado a otros libros sobre, por ejemplo, el final del imperio austrohúngaro, los sustratos culturales y religiosos de los Balcanes y ese corrimiento de tierras de los imperios en esta zona, que aportan ambigüedad a la personalidad histórica de ciudades como Trieste.
Trieste, ahora italiana, antes austríaca.
Si, exacto, material para futuras newsletters.
El Danubio de Magris es un libro inabarcable que me ha recordado en su profusión de datos geográficos a aquella travesía por el Adriático que nos propondría años después Robert D. Kaplan y que dio para newsletter hace unos meses.
Luego hay cositas como esta analogía sobre el paso del tiempo que me parece insuperable:
“No existe un único tren del tiempo, que lleva en una única dirección a una velocidad constante; de vez en cuando se encuentra con otro tren, que procede del lado opuesto, del pasado, y durante un cierto trecho ese pasado corre junto a nosotros, está a nuestro lado, en nuestro presente. (…) Nos parece imposible que para nuestros hijos sea ya irrevocable y desconocido pasado lo que para nosotros sigue siendo arduo presente. Todos, en este sentido, somos víctimas y culpables de incomprensión; quien tenga diez o quince años menos que yo, no puede entender que el éxodo istriano de después de la Segunda Guerra Mundial forma para mí parte del presente, de la misma manera que yo no acabo de entender del todo que para él los años comprendidos entre 1968, 1977 y 1981 se dividan en épocas distintas y diferenciadas, cuando para mí se superponen y se extienden, pese a sus sobresaltos y sus grandes diferencias, como las hierbas ondulantes de una llanura”.
O esta otra aclaración, muy en la línea, que va ganando nitidez según vas sumando años:
“La historia adquiere su realidad un poco más tarde, cuando ya ha pasado, y las conexiones generales, instituidas y escritas años después en los anales, confieren a un acontecimiento su alcance y su papel. Al recordar la derrota búlgara, acontecimiento decisivo para el desenlace de la Primera Guerra Mundial y por tanto para el fin de una civilización, el conde Károlyi escribe que, mientras la vivió, no supo darse cuenta de su importancia, porque, en «aquel momento», «aquel momento» todavía no había llegado a ser «aquel momento»”.
Algunos apuntes históricos del libro
Al finalizar el libro su grosor ha aumentado por la cantidad de post.its que he acumulado.
No me gusta rayar los libros. Ni los míos, ni los de la biblioteca.
De la rivalidad entre Francia y Austria os hablaré en una newsletter de más adelante, pero por si queréis ir cogiendo posiciones:
“La civilización austríaca defiende lo marginal, lo transitorio, lo secundario, la parada y la pausa del mecanismo que quiere quemarlos para conseguir resultados más importantes. Napoleón encarna, por el contrario, la moderna fiebre de la acción que aniquila el otium y lo efímero, y destruye el instante en su impaciencia por avanzar. En su novela Los cien días, Joseph Roth recuperará el viejo rumor sobre la ejaculatio praecox del emperador, convirtiéndolo en el símbolo de su ansiosa prisa que debe resolverlo todo inmediatamente, que siempre tiene otra cosa que hacer y en cada instante piensa en lo sucesivo”.
Por si alguna vez te habías preguntado cómo era la tienda VIP del campamento que montaron los turcos para asediar Viena a mediados del XVII:
“Entre las veinticinco mil tiendas del ejército turco que, desde los primeros días de julio de 1863, rodeaba Viena, Kara Mustafá había alojado también a sus mil quinientas concubinas custodiadas por setecientos eunucos negros, entre fuentes con surtidores, baños y lujosos cuarteles, construidos con prisas pero con opulencia”.
El Danubio también cruza un tramo corto de Eslovaquia. Un país del que sabemos poquita cosa más que a) su capital es Bratislava y b) que alguna vez fue la mitad de Checoslovaquia.
No conozco a nadie que haya estado en Eslovaquia.
Magris nos explica que ha sido tradicionalmente un pueblo puteado.
El destino de los eslovacos es, después de la formación de la Doble Monarquía austrohúngara, del Imperio Austrohúngaro, “una pesada opresión; considerados, sobre todo a partir de la ley húngara de 1868, un simple grupo casi folklórico en el seno de la nación magiar, los eslovacos ven negada su identidad y su lengua, rechazadas y obstaculizadas sus escuelas, truncadas, incluso sangrientamente, sus reivindicaciones, bloqueado su ascenso social, boicoteada su representación parlamentaria”.
Y esta frase dedicada a los eslovacos me recuerda algo y no sé muy bien a qué:
“Quien ha estado largo tiempo confinado en el papel de menor y ha tenido que dedicar todos sus esfuerzos a la determinación y a la defensa de su propia identidad, tiende a prolongar esta actitud incluso cuando ya no es necesaria”.
Por cierto, os estoy preparando un especial Imperio Austrohúngaro para chuparos los dedos.
Ojalá volviera.
“Cualquier heredero habsbúrguico es un auténtico hombre del futuro, porque ha aprendido, antes que muchos otros, a vivir sin futuro, en la interrupción de cada continuidad histórica, es decir, no a vivir sino a sobrevivir”.
En este libro Serbia aún se escribe con v.
Hablando de Servia, también me ha entrado curiosidad por la región de Vojvodina, con sus veinticuatro grupos étnicos, que darían para una decena de naciones diferentes, formaba parte de Hungría cuando el imperio austrohúngaro, hoy es una provincia al norte de Serbia, ya con b.
O por la localidad de Becskerek, que en 1734 estaba llena de catalanes, austracistas derrotados en la Guerra de Sucesión española, que fundaron la Nueva Barcelona en un terreno arrebatado a los turcos pocos años antes.
En esa parte del valle del Danubio también encontramos a los suabos, los también conocidos como alemanes de Yugoslavia. Alemanes étnicos que también se encuentran en la mítica cuenca de los Cárpatos.
Nos enteramos que hasta hace pocos años seguía existiendo en el Danubio la isla de Ada Kaleh, con su población turca y sus cafés. Ahora se encuentra sumergida en el río por acción directa de una gran central eléctrica de Djerdap, la central de la Puerta de Hierro, ubicada ese vértice entre la frontera yugoslava, la rumana y muy cerca también de la búlgara.
Nos encontramos a estas alturas en el (débil) mosaico que, cuando lo cruza Magris, es aún yugoslavo, pero como sabes, en muy pocos años volará en pedazos (en concreto en 1990, cuatro años después de la publicación de este libro que nos ocupa).
Ese fondo eslavo “que siempre reaparece.”
“A semejanza del habsbúrguico, el mosaico yugoslavo es hoy a un tiempo imponente y precario, desempeña un papel muy relevante en la política internacional y tiende a frenar y suprimir sus propios impulsos disolventes interiores; su solidez es necesaria para el equilibrio europeo y su eventual disgregación sería ruinosa para éste, como la de la doble monarquía lo fue para el mundo de ayer”.
Es el caso de la localidad de Zemun, ahora parte de Belgrado, pero a lo largo de la historia pasó de unas manos a otras (y siempre recibiendo):
“En 1717, el Sacro Imperio Romano Germánico se apoderó a su vez de Zemun, que pasó a ser propiedad feudal de la familia Schönborn. Mas en 1739, la ciudad fue devuelta al Imperio otomano.
En 1806, durante la primera revuelta serbia contra los turcos, Zemun fue liberada por Karageorge, pero los turcos la recuperaron en 1813.
Durante las revoluciones de 1848-1849, Zemun fue una de las capitales de facto de la Voivodina serbia, pero terminó como una posesión del Imperio austrohúngaro.
Después de la primera guerra mundial, Zemun pasó a Serbia, si bien el Estado Independiente de Croacia, con apoyo de las potencias del Eje, ocupó el lugar durante la Segunda Guerra Mundial. Durante el bombardeo de Belgrado por la Luftwaffe, la aviación alemana atacó también la Base Aérea de Zemun. Al finalizar el conflicto fue oficialmente incorporada a la ciudad de Belgrado.
Tras la disolución de Yugoslavia, Zemun como parte de Serbia sufrió varios bombardeos por parte de la OTAN en 1999, especialmente contra algunas fábricas, las oficinas administrativas de la Fuerza Aérea Serbia y un cuartel militar”.
Otro aspecto importante que desconocía y que me ha impactado: la maldición que pesa sobre los húngaros.
Ni más ni menos que la conocida como maldición de Turan. Tiene entrada en Wikipedia pero aún no en español, a ver si alguien se anima.
“The Curse of Turan (Hungarian: Turáni átok) is a belief that Hungarians have been under the influence of a malicious spell for many centuries. The "curse" manifests itself as inner strife, pessimism, misfortune and several historic catastrophes” (Wikipedia).
Las sucesivas derrotas según pasaban los siglos contra mongoles, otomanos, los habsburgo, rusos, soviéticos, incluso la pérdida del 72 por ciento de su territorio después de la Primera Guerra Mundial, se achaca a esta maldición (entre otros efectos colaterales para los húngaros, como tener el quincuagésimo cuarto ratio de suicidio en todo el mundo o la tercera esperanza de vida más corta en toda Europa).
Lo que se dice de Bulgaria:
“Bulgaria, que reapareció como nación más tarde que las demás, vive al mismo tiempo en épocas diferentes: después de 1945, cuenta Yana Markova, directora de la Sociedad «Jus Autor» y autoridad de la vida cultural, quedaban todavía aldeas que todavía no habían visto un teatro». Es más, los campesinos al acabar la obra de teatro en cuestión, por lo general de tinte patriótico, miraban “hostilmente” al actor que había interpretado el papel del turco y saludaban efusivamente al héroe ahorcado por los otomanos.
Nota del autor: El libro lo tenéis en la biblioteca del Bon Pastor tal y como os conté hace unas semanas.
Los forajidos del pueblo
Mientras se adentra en terreno rumano, Magris nos habla de los haiduci y de Panait Istrati.
Compruebo con deleite que la biblioteca de Sant Gervasi cuenta con un ejemplar de la edición en catalán de “Els haiducs” justamente de Istrati en sus estanterías y para allá que me voy.
Win
Win.
Panait Istrati escribió en francés. Como toda alma verdaderamente universal, se desenvolvía en varias lenguas. Pero el libro está plagado de vocablos rumanos para expresar aquella realidad danubiana. Estamos en el final de la ocupación otomana y toda aquella zona conocida como Valaquia (hoy Rumanía, estado vasallo de los turcos hasta 1859) vive en la anarquía más salvaje.
Los poderosos tienen tanta impunidad que organizan orgías con niños.
“Ja no anaven a les esglèsies, es retiraven als boscos i només en sortien per fer incursions fulminants contra els béns dels tirans, i fins i tot contra els de les esglésies, i pillar, matar i auxiliar”.
Los haiduci", en catalán “Els haiducs”. Una palabra que rememora mi interés por el fútbol balcánico y ese equipo llamado Hadjuk Split.
“L’home a qui el jou fa patir menys que la pèrdua de la llibertat, que aguanti les cadenes: no aniré pas jo a salvar-lo. La llibertat vol que la defensin i jo no sé qui odio més, qui menyspreo més: si qui supremeix la llibertat o qui é por de defensar-la”.
Libros de la ballena tradujo al castellano este mismo libro en 2018 y la versión en catalán que he pillado en la biblioteca es de la editorial Cal Carré. Al finalizar el libro me he topado con el storytelling de esta editorial afincada en Terrassa que antes fue… una charcutería:
“Érem una xarcuteria, ara som una editorial i sempre hem sigut artesans i familiars”.