No quiero ir al cole
Los protagonistas de estas propuestas editoriales no tuvieron buena experiencia escolar
Si hoy se vuelve al cole eso quiere decir que vas necesitando La Semanada.
Volvemos a los lunes por la mañana con tres propuestas editoriales en las que se relatan las vivencias de personajes que no tuvieron buen recuerdo de su experiencia escolar.
Vuelvo por volver porque una cosa extraordinaria que ha sucedido este agosto es que he ganado 32 subscriptores sin necesidad de lanzar ningún boletín (como mucho he ido posteando notas que también dan visibilidad). Eso es casi un 10 por ciento de mis suscriptores totales. Da para pensar en el rincón de pensar.
Resulta que antes de las vacaciones pillé tres novelas cortas en la biblioteca Esquerra de l’Eixample de la calle Urgell, sin darme cuenta de que las tres son de la misma editorial, de Impedimenta.
Las tres obras, además, podrían incluirse en una hipotética lista de novelas con jóvenes rebeldes como protagonistas.
En total, dos novelas británicas de realismo social, ambas publicadas en los 60 y con buenas repercusiones en público y crítica; y una tercera ambientada en los coletazos finales de Ceaușescu como telón de fondo.
Me ha parecido tan redonda esa trilogía ficticia que he decidido dedicarles una entrada en el boletín.
Nota del autor: Esta entrega es fruto del azar. No tengo a ningún familiar trabajando en Impedimenta, ni dispongo de acciones. Pero si están buscando a alguien para trabajar en prensa, lo podemos hablar. A principios de año, y de esta misma editorial, ya os hablé de “Caída y auge de Reginald Perrin”. Me consta que un subscriptor se compró el libro después de leer aquel boletín.
La realidad no sólo es material (como ocurre en el capitalismo)
“-Paul, ¿es cierto que dijiste que hay dos presidentes rumanos en este mundo?
-¿Disculpa?-dijo Paul, tosiendo.
-El chiste de los dos presidentes rumanos, ¿lo contaste aquí, en el restaurante?
-Oh, ese chiste. Sí, creo que sí. Pero solo una vez.
-¿A quién se lo contaste? No importa, prefiero no saberlo. Paul, escucha. No solo os dejo cantar en inglés, también hago la vista gorda cuando alguien viene y me dice que uno de vosotros ha contado un chiste inapropiado. (…) Pero hacer juegos de palabras sobre nuestra sociedad desarrollada multilateralmente delante de turistas extranjeros es pasarse”.
No tenía ni idea de la existencia de este Cătălin Partenie con formación universitaria en Canadá y que en lo musical estuvo en un manojo de bandas de rock. Originario de Pitesti, tierra de buenos vinos y brandy de ciruela. Y bueno, de Nicolae Ceaușescu.
La historia que nos propone tiene lugar en lo años finales de la dictadura comunista. Nos describe las andanzas de una banda de rock que tiene la oportunidad de foguearse en la sala de baile de un restaurante de mala muerte. El escritor va desgranando de manera muy sutil ls situaciones problemáticas en las que te podías meter si hacías chiste sobre el primer mandatario del país. En cómo la gente se las ingeniaba para esquivar la censura. En la escasez de referentes de un mercado discográfico famélico que no tira ni con el mercado negro.
Evoca lo que tuvieron que ser los últimos años del franquismo… pero con Ceaușescu.
“-La música no va de lo que la gente piensa de ti, o de lo que tu piensas de ti. No juzgues lo que tocas: «Oh, esto es bueno, esto apesta». Ve más allá. La música no tiene nada que ver con la fama ni con la destrucción.
-¿Y entonces con qué tiene que ver?
-Hagamos esto, toca un solo socialista.
-¿Un qué?
-Un solo sin salchichas.
Y los dos nos reímos, porque los guitarristas rumanos llamaban «salchichas» a los toques de guitarra vertiginosos, y en aquella época había escasez de salchichas.
En el libro se nos explica como los rumanos que no podían más huían al “otro lado” tirándose al Danubio para nadar hasta Yugoslavia.
La Yugoslavia de Tito era objetivo de los rumanos por considerarse el país “más autónomo” del Bloque del Este. Además disponía ya entonces de vuelos directos de Belgrado a Toronto, ciudad donde se exilia uno de los amigos del protagonista.
Por cierto, qué post más bonito sobre el Danubio publiqué hace sólo unas semanas.
Otro de los exiliados rumanos acaba en París y se dedica a matar con sus propias manos los dos mil ratones que sobreviven a lo que sea que les inyecten en los experimentos de laboratorio.
Moraleja de los exiliados: al final no tienes ni idea de cual de los dos infiernos, si el del Este o el del Oeste, es peor.
Y en esas que aparece el primo de la madre del protagonista para dar con la clave:
-En el capitalismo, el hombre explota al hombre, en el socialismo es al revés. Es un chiste que oí de joven… (…) En nuestro mundo, los filósofos no son unos excéntricos discretos que se reproducen por partenogénesis como ocurre en Occidente. Allí, viven en invernaderos. Todas esas universidades que tienen en Occidente son como invernaderos. Ni hace demasiado frío, ni les da mucho el aire. Aquí, en cambio, los filósofos viven entre la gente y tienen poder, un poder real porque para nosotros la realidad no solo es material, como en el capitalismo.
Correr despeja la cabeza
“Por ahora son los tipos muertos como él quienes dominan a los que son como yo, y no puedo estar más seguro que será así, pero a pesar de todo, juro por Cristo bendito que prefiero ser como soy -toda la vida huyendo y entrando a robar en las tiendas una cajetilla de tabaco o un tarro de mermelada- que ser como él, acostumbrado a dominar y sin saber que está muerto de los pies a la cabeza”.
Es importante que el tiempo pase y tener algo que hacer y te limpie la cabeza de malos pensamientos cuando estás en un reformatorio.
Todo son ventajas. Porque con el tiempo acabas convirtiéndote en un especialista del medio fondo.
Y en uno muy bueno.
Sobre todo, si no dejas que los demás corredores te huelan la prisa.
Todo esto no lo digo yo, lo expresan los pensamientos del protagonista de “La soledad del corredor de fondo”, mientras, claro, corre a campo abierto.
Porque la soledad que invade al corredor de fondo cuando surca los campos era lo único honrado y genuino que existía en ese mundo que todavía no conoce a Thatcher.
Pero era un mundo en el que los anuncios de la tele “nos enseñaban que había muchas más cosas en el mundo para comprar, de lo que jamás hubiéramos soñado cuando mirábamos los escaparates sin haber visto todo lo que había que ver”.
Dejarse perder a pocos metros de la línea de meta para afirmarse.
Decir no y no pasar por el aro.
Un nuevo objetivo para este nuevo curso.
Kes bonita
“Al diablo con que es dócil. Simplemente está entrenado, eso es todo. Es feroz y salvaje y no le importa nadie, ni siquiera yo… Y por eso es genial”.
Otra novela corta que, como la anterior huele a fish and chips.
Aroma a drama social tan intenso, que interesó a Ken Loach, una de sus primeras pelis salió de aquí.
Si en la de Sillitoe corríamos a campo abierto, en esta seguimos con cielo encapotado, pero con un halcón girando a nuestro alrededor.
Un halcón que se sentirá herido por las flechas de la incertidumbre.
Cuando no está con el pájaro, el protagonista reparte periódicos sin posibilidad de bici, por el abusón de su hermano, y asiste a clases en una escuela, (“un instituto técnico”), tan dura, que algunos de los muchachos acudían allí vestidos con botas y monos de trabajo, pues se pasaban mucho tiempo enzarzados en peleas terribles.
En el cole le hacen bulliyng. Menudos son los niños ingleses. Menos mal que ya cuando van creciendo se interesan por el fútbol y se van calmando.
Casi más que la novela, me ha interesado el epilogo en el que el autor, Barry Hines, comenta 30 años después de escribirla, aspectos de la creación de la novela:
“A finales de los sesenta, cuando publiqué la novela, Billy habría obtenido algún tipo de empleo, por más humilde que este fuese. Hoy en día ni siquiera conseguiría un trabajo en la mina, porque en el sur de Yorkshire, donde acontece el libro, han cerrado la mayoría de ellas”.
También comenta que se pasó con el perfil de la madre, que era un poco puta pero eso no quita que hubiese demostrado un poco más de cariño con el pobre Billy.
Debería haber un epílogo con comentarios del autor al final de cada novela.
La traducción al castellano es terrible. Es probable que la causa sea el dialecto de la working class norteña con el que está escrita la novela. De hecho, el autor en ese mismo epílogo se plantearía cambiarlo en caso de tener que volver a escribirla: “Creo que la mejor solución es utilizar palabras del dialecto para darle el sabor de la región, pero tratar de reproducir la voz de la clase trabajadora del norte con oclusiva glotal, como en «Going to t’cinema», no funciona en absoluto”.