“Tú me dices que los 80 es la década que ha producido más tedio, y además aderezado con italodisco. me escribía E. tras las elecciones. Pero, ya ves, es ahí donde quiere vivir la gente: en el tedio escuchando italodisco”. Gospodínov.
Hace dos newsletters ya tratamos este tema.
El de los peligros que comporta vivir en la nostalgia.
Una tentación que nos sirven en bandeja las redes sociales. Yo mismo soy un yonqui de las efemérides. Me encanta recordar lo que no viví. Me interesa escarbar en ese periodo entre el 75 y el 77, en el que pasaban muchas cosas en nuestro país, pero yo no me enteraba de nada porque era muy pequeño. Pasaban muchas cosas a mi alrededor, que llegaron a afectarme de una manera u otra, que siguen afectándonos, pero yo no era consciente en ese momento.
Revivir un pasado que en realidad no viviste.
Igual es porque tengo miedo de vivir el futuro.
Si es así, entonces debería informarme de las clínicas del pasado.
Toda este deria por vivir “en el presente de nuestro pasado” está muy bien desmenuzada en las (pseudo)novelas de mi nuevo búlgaro favorito, Gueorgui Gospodínov.
Y eso que el pasado de un búlgaro es chungo que no veas.
En su última novela Las tempestálidas (El refugi del temps en català per Edicions del Periscopi) aparece, entre otros, un personaje que ha perdido la memoria y para recuperarla recurre al único que le puede hablar de su pasado: el agente que le espiaba en tiempos de comunismo férreo. El espía reconoce a su espiado que durante muchas horas de su trabajo se aburría mientras seguía sus pasos, a lo que el amnésico responde con una disculpa por esa vida tan insustancial.
Gospodínov nació en Yámbol, compruebo que es la parte búlgara de la antigua Tracia. O sea que técnicamente es tracio. La literatura promocional nos dice que es el búlgaro con mayor repercusión fuera de su país, gracias a premios como el International Booker (otro escritor que ya hemos tratado en este boletín y que ganó recientemente este premio es nuestro húngaro favorito, László Krasznahorkai).
El escritor venido del este fue uno de los participantes estrella de la Biennal del Pensament del año pasado (me lo perdí, tengo la sensación de que el pasado se burla constantemente de los intereses de mi presente, pero por suerte, podemos recuperar las mejores jugadas desde la web de nuestros vecinos del CCCB) en una charla con el traductor de ruso Miquel Cabal titulada “Controlar el passat, controlar el futur”.
“Vivimos en una era en la que el tiempo es más importante que el lugar. Ya no nos queda espacio geográfico por conquistar. Lo que sí nos queda por conquistar es el tiempo, es el pasado…”.
Una de mis adicciones favoritas tiene que ver con descubrir escritores que no sabía que necesitaba. Llegan a mi vida a través de otros libros. O de manera random. Y es que lo aleatorio engancha.
En esta newsletter estamos para ofrecerte escritores que no sabías que necesitabas.
Como este búlgaro de ojos claros. De escritura tierna. Me gusta su redacción porque, entre otras cosas, leerlo me anima a escribir. Su estilo es posmoderno pero se le entiende todo. Es bastante libre en la manera en la que expone lo que quiere explicar. No se obsesiona con formalismos. Me empodera para escribir de manera parecida. Tampoco es un gran genio de la literatura pero su redacción me resulta inspiradora. Y eso que lo que cuenta siempre es triste.
Como el pasado de un búlgaro.
“El régimen comunista nos prometía un futuro esplendoroso y los populistas de ahora un pasado más glorioso aún”.
Aunque en algunos puntos de los que describe Gospodinov podría estar describiendo al españolito medio de los tiempos de la dictadura. Por ejemplo en términos de represión sexual: “El hombre y la mujer en la intimidad, era el best seller secreto de aquel tiempo. Siempre bien escondido al fondo de la estantería. Pero también encontrábamos fuentes de erotismo en las «chicas de oro» de la gimnasia rítmica búlgara. En los anuncios de ropa interior en algún número antiguo del Neckermann”.
Después encontrarían regocijo sensual en las películas de destape españolas (“apostábamos que antes del minuto dos habría una escena de desnudo. Por eso nos encantaba el cine español”).
Neckermann era el nombre de la revista catálogo de productos occidentales por correo, que los búlgaros no se podían permitir, pero que utilizaban como fuente de excitación erótica por las modelos de ropa interior. “Una revista con más valor artístico y erótico que comercial”. El catálogo de esta empresa de la RFA es un tema redundante en las novelas del búlgaro, también aparece en La física de la tristeza con la que se hizo un nombre en nuestro país (y que es respuesta al resultado de este estudio que determinaba que Bulgaria era el país más triste del mundo).
En un pasaje de Las tempestálidas vuelve a sacar el tema de las gimnastas. Y se cita a Samantha Fox y Sandra, como paradigmas de las “tías buenas” que se exhibían en los posters de las cabinas de los camioneros (yo creo que a Gospodínov le ha traicionado la memoria, me imagino en la charla del CCCB levantando la mano en el turno de Q&A para preguntar: “¿No se referiría a Sabrina en vez de a Sandra? Si, la de Boys, Boys, Boys”). Por cierto, ya que estamos, Sandra y el moreno de Modern Talking me siguen adeudando más de 200 euros.
En lo que se diferencian aquella Bulgaria y aquella España es que en Bulgaria no existía un Dios. Ni siquiera se podía citar en privado. En España está claro que Dios estaba en todas partes."
Gospodinov se refiere al extranjero como aquel “país incierto”. Un país al que sólo se podía tener un mínimo acceso si conocías a algún camionero. Es curioso, ya lo he contado alguna vez. Mi padre fue camionero y siempre le preguntaba por el otro lado del espejo, por si alguna vez había visitado Yugoslavia.
En la conferencia de Barcelona Gospodínov nos regala un antídoto contra el discurso populista, que es el objeto de su charla en Barcelona. Mira al público para recomendarnos que recuperemos el hábito de reunirnos y contarnos nuestras historias personales con las que combatir prejuicios.
Y cuenta una anécdota muy ilustrativa de la primera vez que viajó fuera de Bulgaria para presentar en Alemania uno de sus libros en el que habla de un divorcio. Una mujer se levantó para decirle que estaba muy decepcionada porque siendo búlgaro como es, y exótico, añado yo, pensaba hablaría de otros temas como los efectos en la sociedad búlgara de la lucha contra los otomanos. “Para hablar del divorcio ya tengo a los escritores alemanes”, le espetó.
¿Para donde tiramos?
“Para Stendhal, la realidad es lo que elude y confunde al alma, lo que defrauda las expectativas o las satisface a deshora y en las circunstancias inapropiadas. La realidad es la disonancia irresoluble entre el individuo y el mundo”.
En un momento de su charla en Barcelona el búlgaro comenta lo siguiente: “Para mi la historia de las personitas es más importante que la historia en mayúsculas, que la historia monumental… A veces esas dos formas de historia difieren”.
Esto que decía Gospodínov, aquí al lado de mi casa mientras yo estaba a por uvas, entronca con el tema de este ensayo que he estado leyendo estos días navideños. A tramos, duro como un turrón de piedra, pero que me ha hecho reflexionar sobre mi papel en el mundo.
Bueno, un poco.
Compuesto por “cinco lecturas sobre el progreso” que desarrollan ideas de Stendhal a Pasternak pasando por Malraux o Tolstoi, el filósofo italiano Nicola Chiaromonte intentaba explicarnos hace ya unas décadas la fuerza que mueve la historia. Una energía que no sabemos de dónde viene exactamente pero que está ahí y nos hace evolucionar como sociedad. Queramos o no es una fuerza de naturaleza desconocida que nos arrastra hacia el futuro.
"En caso de duda, un intelectual puede detenerse, reflexionar, dar un paso atrás y negarse a seguir la corriente. Pero las sociedades no pueden detenerse. Una comunidad no puede vivir en la duda, requiere decisiones y hechos. Y para justificar decisiones y hechos necesita razones, buenas o malas. En ausencia de la fe genuina, prevalecen las creencias adulteradas”.
El trabajo se anuncia como un tratado sobre la hýbris, también escrita hibris o hubris, en todo caso, un concepto griego que puede traducirse como «arrogancia, altanería, insolencia o soberbia». La de pensar que llevamos el volante de la historia.
“El «momento presente» alude sencillamente al hecho de que somos los que somos y nos encontramos en un punto definido del tiempo y el espacio, y en un entorno social definido, todos juntos, determinándonos y limitándonos unos a otros con nuestros pensamientos y nuestras acciones, sin que ninguno de nosotros conozca nuestra verdadera situación o tenga poder para controlarla”.
Este pensador, enfrentado a Mussolini, nacido en la localidad de Rapolla, nos explica la importancia de los pequeños detalles, fuera de nuestro control, que decantan el resultado de una guerra o enfatiza el papel de la suerte. Si no hubiera llovido la noche del 17 al 18 de junio de 1815 en los alrededores de Waterloo, Napoleón muy probablemente hubiera ganado aquella mítica batalla y, es muy probable, Europa sería muy diferente de como es ahora.
El pensador italiano pone el acento en esta vida contemporánea que nos ha tocado vivir y que “se compone de una realidad compuesta de cálculos mezquinos, sutiles y complicados”. La cultura también se ha visto afectada y ha degenerado “en una letal búsqueda de novedades”. Todo esto lo decía Chiaromonte hace más de sesenta años, no me quiero imaginar qué pensaría de nuestra sociedad si el pobre levantara la cabeza.
Tiene un párrafo muy bueno en el que se acerca a aquello del macho alfa convencional y el tamaño de su pito inversamente proporcional al de su coche (un enemigo confeso de los vehículos): “La más llamativa imagen de esa inflación ególatra del individuo producida por la indiscriminada extensión de su poder físico en la sociedad moderna es la mueca de un hombre tras un volante. Tenso a causa del esfuerzo por sostener el peso y el prestigio del poder que detenta, e inclinado hacia delante a toda velocidad, prepotente y arrogante, desprecia todo lo lento o lo que está detenido (...) Uno se siente inclinado a creer que el auténtico objetivo de la sociedad es la motorización y equipamiento del ego con máquinas o dispositivos electrónicos (extensiones del ego, por emplear el término de McLuhan, el profeta ambiguo de este fenómeno)”.
Para poner el broche a toda esta fuerza inexplicable que nos empuja hacia adelante quedo con un párrafo extraído este fin de semana de la novela Vivir abajo del imponente Gustavo Faverón (del peruano hablaremos largo y tendido en futuras semanas):
“Eso también pasa con el viento de la historia, dice Rainer: el viento de la historia, que arrastra al ángel de la historia. Unas veces va de aquí para allá, y avanzamos, otras veces va de allá para acá, y retrocedemos. Pero otras veces hace las dos cosas al mismo tiempo, y nos quedamos en el mismo lugar y no vamos a ninguna parte. Y otras veces todos los vientos soplan hacia un mismo sitio, y tu quisieras que ese sitio fuera el futuro. Pero si tú estás en el lugar hacia donde soplan todos los vientos, no te parece que sea el futuro, porque tú ya estás ahí, y porque el futuro no puede ser un lugar atacado furiosamente por todos los vientos del mundo”.
No os dejéis arrastrar por el viento en contra y adelante con el lunes.