Los que seguís la newsletter habréis apreciado que en las últimas semanas la programa más temprano.
Esto es debido a que tengo comprobado que si la publico antes de las siete le da tiempo a leerla a mi amigo Edu. Supongo antes de las siete tiene un momento para meterse en el lavabo, esos diez minutos de libertad antes de preparar a las niñas.
Es importante que mi amigo Edu lea los boletines.
Empezamos.
“…era dejarte saber que en Chile el nazismo existió antes que en Alemania, existió desde Nicolás Placios, en el siglo diecinueve, y cuando murió Palacios, paradójicamente, aunque tal vez naturalmente, el nazismo se hizo fuerte en Alemania y se hizo fuerte en Chile: en 1932 el año de la muerte de Palacios, se fundó el Partido Nacional-Socialista Chileno, que asimismo llaman el Partido Nacista. (…) Entonces, ahí lo tienes, el nazismo no sólo existe en Chile antes que en Alemania, sino que el nazismo chileno fue una de las fuentes del nazismo alemán, o por lo menos del banal esoterismo del nazismo alemán”.
Expectación grande por un libro. Minimosca del portentoso escritor Gustavo Faverón. Hasta hace tres meses no tenía ni idea de quién era Faverón y ahora ardo en deseos de leer su nueva novela.
Mientras hacía mis horas en la biblioteca de Nou Barris pasó por mis manos su penúltima obra, Vivir abajo, por lo que leo está conectada con esta nueva, y me la llevé para casa (por cierto, para los que estáis pendientes de esto, en el momento de escribir estas líneas ya ha pasado el 26 de enero y el señor Trípoli no me ha llamado para ofrecerme un trabajo como conductor de un toro en el puerto de Barcelona. Ellos se lo pierden).
Faverón es otra de las obsesiones que, por no abusar, dejé de anotar en la entrega de la semana pasada en la que hablé de obsesiones.
“La tortura produce sentido, genera historias, ficciones, la mitad de la historia de América Latina, la mitad de la historia de América, no existirían si no existiera la presión de hablar bajo castigo, la mitad de la historia del mundo”.
Qué puedo decir de una novela de la que supongo se ha dicho todo desde que apareciera hace ya un lustro. Portentosa la manera que tiene el peruano de abrir puertas a muchos mundos que convergen en un sótano. Un sótano en el que probablemente se esté torturando a alguien por estar en el lado equivocado de la historia.
Faverón tiene la llave de la jaula del zoológico en la que viven los torturadores a sueldo del nazi paraguayo Alfredo Stroessner. Y tu entras en la jaula porque a esas alturas ya estás hipnotizado.
Es un jugón este Faverón. Te enseña la bola, te la esconde, te finta, te dribla y cada dos páginas te clava un gol por el palo largo. Siempre te la mete por el palo largo (el tema del fútbol representado en la final del mundial del 78, se sabe que a pocos metros del estadio donde se disputaba el encuentro tenías sótanos y torturas, pero también hay un chiste a costa del Pato Yáñez, ex jugador chileno que pasó por la liga en los 80).
“… Cuando alguien es torturado, atraviesa dos estados discrepantes: la absoluta obnubilación y la concentración absoluta. Yo aprendí que el puente entre esos dos estados era la poesía. La poesía podía sacar al torturado de la obnubilación y conducirlo a la concentración plena o podía sacarlo de la abruptamente de la concentración y reducirlo al olvido, a una amnesia sanadora, la dejadez total, el desprendimiento del ser, que es la paz completa. Ese momento de paz es necesario”.
Lo que es una tortura es escribir cada semana y no disponer de la cabeza de Faverón.
Qué sentido del humor que gasta además. Te explica cosas con rictus serio pero se te escapa la risa y te sabe mal. No es cosa de risa la cantidad de nazis que han pasado por los gobiernos de Sudamérica. Para muchos de ellos tiene algún detalle Faverón (es curioso que de lo poco que sabemos de Paraguay es que allí se fueron a vivir los nazis de verdad, los nazis nazis, disfrazados, escondidos, pero muy a gusto que estuvieron).
Lo más alucinante de todo es que me entero por su web que la novela fue escrita en tres meses.
Tres meses.
Todo ese mundo que despliega en sus más de 600 páginas, qué digo mundo, universo, este tipo es capaz de escribirlo en 90 días.
“Sin embargo, las desgracias son mucho más numerosas que las venganzas reales, las venganzas que sí llegan a ocurrir. Un hombre mata a veinte millones de personas. Quienes quieren venganza son innumerables y las posibles formas de venganza son infinitas pero ese hombre sólo puede morir una vez y además nadie lo mata: se suicida. Millones de actos de venganza quedan flotando en el mundo, en el limbo”.
Killing me softly
Como los millones de actos de venganza que quedaron flotando en Indonesia.
Más torturas. Más sótanos.
Para mi cumpleaños me puse el director’s cut de The Act of Killing. Considerado uno de los mejores documentales de la historia y uno con más anónimos en los títulos de crédito. La impunidad llevada a la gran pantalla nos hace a todos más humanos. Leo que el “entrañable” protagonista Anwar Congo falleció en 2019 sin ser juzgado por sus incontables asesinatos. Es todo un sinsentido del que no puedes despegar la vista.
“-No consigo dormir bien. Quizá porque cuando estrangulaba a esa gente con un alambre, la veía morir.
-Pero cuando usabas otros métodos, también la veías…
-Sí. Cuando me estoy quedando dormido, me vienen esos recuerdos. Eso es lo que me provoca pesadillas.
-Te sientes perseguido porque tu mente es débil. ¿Has ido a ver a un neurólogo?”
Tu tatu es muy nazi
“Yo sentí el áspero roce del mimbre alrededor de mis muñecas y recuerdo sorprenderme al notar que el lazo apenas estaba amarrado, como sin mucho esfuerzo o como un nudo mal hecho. Pensé que muy fácilmente podría sacar mis manos y quitármelo y liberarme. Pero permanecí quieto”.
Si los libros de Faverón se significan por su elevado número de páginas, las del autor que nos ocupa ahora se mantienen en torno a las muy asumibles 200 páginas.
En la última novela del guatemalteco Eduardo Halfon también aparecen nazis. De metirijillas, pero nazis. Describe un desagradable episodio, se supone, de la juventud del escritor en un campamento de boy scouts que degenera en un simulacro de lo que vendría ser un campo de trabajo para niños judíos. Idea potente.
El centroamericano sigue repartiendo bocetos de su vida con forma de novela en esta séptima entrega de este proyecto en marcha que publica en Libros de Asteroide. “Todas mis novelas forman un solo algo. Llamarles novelas es un poco arriesgado por el concepto que tenemos de la novela. Pero si forman un conjunto, un solo libro, un solo tomo… Ni yo sé qué está pasando”.
Un tema recurrente en su trabajo podría ser la Guatemala de los años 70. O el recuerdo que tiene el autor de esa Guatemala. Un país, en todo caso, muy puteado.
“Yo no respondo nada, no entiendo más al final del proceso de escritura que al inicio, quizá incluso estoy un poco peor porque me he pasado meses, incluso años, patinando sobre este lodo, dándole vueltas… Siento que la literatura funciona en esos ejes. Se trata de abrir puertas, no cerrarlas”.
Me encanta ese concepto del guatemalteco de ir creando un algo sin saber a donde le va a llevar.
Esta misma newsletter es producto de algo parecido. Yo la semana que viene aún no sé de qué voy a escribir. Si quieres descubrirlo te puedes suscribir aquí abajo.
¡Qué cruz!
Antes de marchar de la biblioteca de Nou Barris estuve peinando la sección audiovisual y acabé improvisando un ciclo de cine bélico. De esos que veo solo en casa. Cayó 1917 de Sam Mendes, por cierto, no sé si está bien dicho pero me gustó mucho el plano secuencia. Pero la mención especial de este ciclo se lo voy a dar a La colina. Sale Sean Connery que se le nota toda la película quiere escapar del corsé de 007 y no duda en sudar la gota gorda como oficial castigado en un campamento de militares con algún paso mal dado. La colina a la que hace referencia el título es el castigo estrella de los desterrados en el desierto, un montículo por el que tiene que subir y bajar los soldados que siguen portándose mal. Recital de planos de un Sidney Lumet que siempre sabe dónde colocar la cámara.
Y una de Sam Peckinpah, para celebrar que en diez días cumpliría 100 años de estar vivo.
La cruz de hierro va de que a los tíos nos gusta ponernos medallas… pero a los soldados prusianos todavía más (se palpa en el ambiente la tensión entre las dos Alemanias, la nueva de entonces, con los nazis en el poder y la prusiana, la de la gloria pasada y boomer).
Por lo demás, James Coburn está muy bien de nazi. Debe ser cuanto menos extraña la reacción del actor que recibe un piropo así. Como protagonista y referente de la película, impone sus principios pero bien impuestos, no como el resto de nazis. Las cosas como son.
Azúcar
Para que se nos vaya el mal sabor de boca con tanto nazi, me despido con este mix de salsa de Roxana aka Celia Crew, estaréis de acuerdo, el mejor naming de la escena de DJs de Barcelona. El alias con el que se viste cuando sale de detrás de la barra del Quiosc Paral·lel.
Hasta la semana que viene.
Gracias por la semanada, yo también en el raval leyendo desde primera hora.
Hace poco vi un documental sobre la 'Colonia Dignidad' en Chile. Qué horror de sitio. Parece que haya derecha chilena que aun no reconozca los abusos terribles alli, y además el papel del centro como refugio para nazis. No se cerró con el cambio de régimen, solo el nombre, y ahora la gente pasan las vacaciones tranquilamente al Hotel Villa Baviera