Un escándalo que dura 10.000 años
Dos novelas históricas para seguir abominando a gusto de nazis y capitalistas
“A la vista de cualquier sustancia comestible, aunque por desgracia inaccesible para sus medios, se quedaba fascinada, roída por la envidia. A ella no le apetecía nada, hasta la secreción de la saliva se le había secado: todos sus estímulos vitales se habían transferido a Useppe. Cuentan de una tigresa que, en una soledad humana, se sostuvo con sus crías lamiendo, por su parte, la nieve, y distribuyendo a los cachorros jirones de carne que ella misma se arrancaba del cuerpo con los dientes”.
En los últimos tiempos, lo único que me saca de este contexto asfixiante en el que estamos viviendo son las novelas históricas.
Así que esta semana voy con dos novelones históricos con los que nos podemos hacer una idea bastante aproximada de la primera mitad del siglo XX. Una idea aproximada de lo terrible que pudiera estar por venir en nuestro siglo (el otro día leí un bluit terrible: desde el 2 de julio, no sólo nos hemos comido la mitad de 2025, es que estamos más cerca del 2050 que del año 2000).
Si quieres un libro para disfrutar llorando a lágrima viva, sin duda la obra de Elsa Morante. La escritora italiana nos plantea en su novela más conocida una dicotomía entre la historia y La Historia.
La segunda Historia, la que empieza con mayúsculas, se nos muestra al principio de cada capítulo con forma de fría efeméride. La Historia de un escándalo que dura 10.000 años.
La primera historia, en cambio, la de la h en minúscula, no aparece en los libros de historia y en este ocasión que nos ocupa viene protagonizada por una mujer apocada que tiene que salir adelante después de la muerte de su marido con un niño que quiere ser fascista como Mussolini.
El drama se embrolla cuando de a luz a un segundo hijo fruto de la violación de un nazi borracho. Este segundo niño, siempre diminuto, la de vitaminas no le da para un nombre entero, se quedó en Useppe, me parece uno de los personajes infantiles más entrañables de la literatura europea del siglo XX:
“-Tú - dijo a Useppe con seriedad casi amarga- eres tan majo que el mero hecho de que existas me hace feliz en ciertos momentos. Tu me harías creer en… ¡en todo! ¡En TODO Eres demasiado majo para este mundo!”). Y sí, qué bonico es ese Useppe. Te lo llevarías a tu casa, a él y a sus dos perros. Si no lo haces, es porque intuyes que la desgracia sobrevuela a todos y cada uno de los personajes. Y el niño tiene todos los números de no acabar las mil páginas de la novela.
Vale, no es la mejor lectura para el verano. Pero el libro sobrevivirá dentro de tí una vez hayan acabado los rigores estivales. Y eso es mucho decir en un producto cultural a 2025, casi 2050.
“Pietralata era una zona rural baldía en la extrema periferia de Roma, donde el régimen fascista había fundado años atrás una especie de pueblo de realojados, o sea, de familias pobres expulsadas a la fuerza por las autoridades de sus viejas casas del centro urbano. El régimen se había ocupado apresuradamente de construir para ellas, con materiales de producción nacional, este nuevo barrio, compuesto por viviendas reglamentarias hechas en serie, que ahora, aunque recientes, parecían ya decrépitas y podridas”.
En lo narrativo destaca ese tramo de tropecientas páginas en el que se describe el periodo de ocupación de Roma por parte de los nazis (con el hambre siempre presente) y que te deja exhausto y con el estómago duro como una piedra.
Yo no sé cómo puede haber gente que simpatice con los nazis. De verdad que no lo puedo entender.
Todo es excesivo en la historia y en la Historia, porque la segunda guerra mundial acaba, como acaban las cosas, incluso las más terribles, y los judíos que sobrevivieron a los campos de concentración volvieron a pisar Roma y se encontraron con que nadie quiere escuchar sus relatos («en estos momentos tengo otras cosas que hacer pero que sepas que te compadezco»):
“Las orejas sobresalían de sus cabezas macilentas, y en sus ojos hundidos, negros o marrones, no parecían reflejarse las imágenes presentes a su alrededor, sino un aquelarre de figuras alucinatorias, como una linterna mágica que girase a perpetuidad. Es curioso cómo ciertos ojos conservan visiblemente la sombra de quién sabe cuáles imágenes, antes impresas, quién sabe cuándo y dónde, en la retina, a modo de escritura indeleble que los otros no saben leer -y a menudo no quieren-”.
Los que sobrevivieron como emboscados también tienen que retornar al hogar y a los quehaceres cotidianos. Como Davide Segre, hijo de burgués con ideas anarquistas, que se propone “una experiencia obrera que debía durar cinco meses y concluyó miserablemente en el curso de 19 días1”. En un intento por simpatizar al máximo con la clase obrera, quiso ser proletario en sus propias carnes y fracasó en el intento. Él se rindió y salió de la diabólica cadena de montaje, el resto no tuvo otra opción.
La autora le dedica un capítulo entero al soliloquio de David (con público) en la taberna de su barrio, con el que Morante describe con precisión de relojero las chácharas de drogadicto concienciado que se sabe en las últimas. Y todo esto le ocurre a él, al que la droga siempre le había parecido “un vicio propio de la burguesía degradada y reprimida, que busca una evasión de la culpa y del aburrimiento”. Gusta de iluminar a los parroquianos de la taberna con disquisiciones como:
“¡Todos llevamos escondido dentro un SS! ¡Y un burgués! ¡Y un capitalista! ¡Y quizá también un monseñor! (…) Por eso nuestra lucha es siempre una acción truncada…, un equívoco…, una coartada…, falsas revoluciones, ¡para eludir la revolución verdadera, y conservar al reaccionario que llevamos dentro! No nos dejes caer en la tentación significa: ¡ayúdanos a eliminar al fascista que llevamos dentro!”.
Aquello era un Lodzdazal
Cover by Władysław Reymont - CBN, Public Domain.
“Piensa en la combinación contra natura que se está desarrollando en estos momentos en el mundo: el hombre ha subyugado a la naturaleza, ha descubierto el conjunto de fuerzas y se ha encadenado a esa misma potencia. El hombre ha inventado la máquina, y ésta le ha convertido en su esclavo… La victoria cuesta más que la derrota”.
Llevo una temporada en que lo polaco viene a mí. Hace pocas semanas estuvimos pormenorizando las biografías de dos poetas polacos con las que nos podemos hacer una idea de su proceso comunista a rebufo de la URSS, pero es cierto que apenas tenía yo registros de su febril etapa por lo fabril.
Una historia jodida la de Polonia. Bueno, en realidad, la historia siempre ha sido una faena para los mismos de siempre. La faena de trabajar.
Esta novela que tenemos en las manos de todo un premio Nobel2 como Wladyslaw Reymont, bien podría ser un folletín con el que ilustrarnos sobre la locura por la que atraviesa la ciudad de Lodz en pleno estallido industrial a finales del siglo XX: “…por esta tierra se despoblaban las aldeas y agonizaban los bosques; la tierra se despojaba de su savia, los ríos se secaban y nacían nuevas vidas” (la versión cinematográfica de La tierra de la gran promesa fue nominada a los Óscar en 1975 y tiene un 7,2 en Filmaffinity).
Con el libro se podría plantear una serie tipo Mad Men del sector industrial centroeuropeo.
Una ciudad repartida entre polacos, judíos y alemanes. Cada uno con su manera de hacer negocios, con su moral y su cantidad de prejuicios y racismo. Lodz es una coctelera donde se mezclan los ingredientes para las dos guerras que se vienen en pocos años.
“Respóndame con sinceridad, ¿para qué quieren los polacos las fábricas? ¡No, no tenían bastante con sus aldeas, con sus caballos de carreras, con sus viajes al extranjero, con sus cacerías, con sus amoríos con mujeres casadas, con su política y con vender sus encantos al mundo entero! No, tienen que poseer fábricas para «ennoblecer la producción»; a los polacos se les antoja que los negocios son como los caballos ingleses, que se les da una mula tosca y simple como hembra ¡y les sale un hijo lord!
Un folletín, sí, que es en realidad feroz crítica al capitalismo de aquellos tiempos de dotes y endogamia siempre a buen recaudo.
La Silicon Valley de la industria textil europea se desataba hace cien años en la tercera ciudad más poblada de Polonia. La tierra de las oportunidades en la que te podía convertir en millonario fabricando paños. Y conseguías hacer pasta, entre otras cosas, porque si un obrero se despistaba y moría decapitado por una de aquellas máquinas-monstruo, esas máquinas con fauces como cocodrilos, no se perdía el tiempo. Se pasaba un mochazo y a seguir con la producción… A seguir construyendo el sueño de alguien hecho así mismo. Gente que consiguió su primer millón con “miles de fraudes insignificantes en el peso del algodón”. Chanchulleros atraídos por un sector en el que las chapuzas, como sabemos por boca de uno de los protagonistas, “proporcionan muchos ingresos”.
Y es que está claro, “para los listos los tiempos siempre fueron buenos” porque la gente honesta ya tiene el cielo y, claro, no se trata de abusar.
Y si el negocio, pese a todos los sacrificios del avezado capitalista, al final sale mal, pues se incendia la fábrica y a cobrar del seguro.
Una tierra en la que era posible conquistarlo todo menos la felicidad.
Menos mal que después llegaron los rusos y pusieron las cosas en su sitio.
Héroe polaco
Pero antes de los soviéticos pasaron por Polonia los nazis. De Lodz era también Jan Karski, uno de los más destacados miembros de la resistencia de la Polonia ocupada. Hace justo 25 años moría este intrépido enlace clandestino que, al finalizar la guerra, escribió esta otra historia que te recomendamos, esta podría iniciarse con H y con h. En Historia de un Estado Clandestino se explica como se desenvolvió como encargado de dar a conocer al mundo exterior de la existencia de guetos judíos como el de Varsovia, en un momento en el que todas esas historias sobre el exterminio se percibían como una exageración entre los mandamases aliados como la Casa Blanca.
“En cuanto a él, acostumbraba a definirse modestamente como un «disco de gramófono que se graba, se transmite, se escucha». Y siempre destacó la «confianza puesta en él» bajo juramento, ese juramento que, como fervoroso católico, prestó ante su Dios y que le obligaba a cumplir fiel y escrupulosamente su misión”.
Minutos musicales
Por mi parte, me despido con un poco de color veraniego a una newsletter más bien crepuscular. Me voy por donde he venido con la selección de corte balearic de Sir Ewan Pearson y que lleva por título el nombre de un álbum de Talk Talk, Spirit of Eden, y se abre con la voz del propio Mark Hollis.
Esta descripción de las duras condiciones de los obreros del siglo XX enganchados a la dureza de la máquina, cada día de sus monótonas vidas, es un elemento que emparenta a las dos novelas que nos ocupan hoy.
Por La Semanada han pasado otros premios Nobel como el turco Orhan Pamuk y el único Nobel yugoslavo, Ivo Andrić.
Mi querido DEIVID. Tus recomendaciones, siempre interesantes y equilibradas entre lectura densa y música "Soufflé" esponjosa, para que respire el cerebro y el alma, son como los libros con muchos dibujos: Antes cómics, ahora novelas gráficas. Indispensables para hojear mientras desayunas, como antaño ocurría en las redacciones de las emisoras de radio.
¿Has pensado a pasarte al Semanal en papel tamaño Sábana (broadsheet) como The Daily Telegraph (prefiero los británicos a los americanos) // The Weekly by David Bridge?
En fin. "Desvaríos de un humano agotado" by P. J. Blz