La poesía de la vida
Las azarosas vidas de dos poetas polacos: Aleksander Wat y Adam Zagajewski
“Mi acercamiento a la ideología comunista, mi proximidad a ella, fue un romance demoníaco cuyo fruto es mi enfermedad actual. Vivo mi enfermedad como algo demoníaco”.
A veces escribo estas newsletters como si me fueran a poner a prueba en un futuro.
Es decir, me imagino en una biblioteca trabajando en exposiciones y mesas redondas y que un día el director me dice, «Puente, ràpid prepara una xerrada sobre poetes polonesos». Y yo me quedara tieso, pensando, «Y ahora, ¿por dónde empiezo?».
En este caso lo tendría todo controlado porque echaría mano de mi archivo y me dirigiría a esta edición de La Semanada en la que, efectivamente, vamos a hablar de poetas polacos.
Nunca se sabe cuándo te va a hacer falta hablar de poetas polacos.
Seguimos además con esa tradición, emprendida hace un par de años, de hablar de biografías de autores de los que no he leído ni una sola línea (y que iniciamos con una comparativa imposible entre Leopoldo María Panero y Terry Pratchett).
* * * (Być myszą..)
Wat Aleksander
Być myszą. Najlepiej polną. Albo ogrodową ---
nie domową:
człowiek ekshaluje woń abominalną!
Znamy ją wszyscy --- ptaki, kraby, szczury.
Budzi wstręt i strach.
Drżenie.
Żywić się kwiatem glicynii, korą drzew palmowych,
rozgrzebywać korzonki w chłodnej wilgotnej ziemi
i tańczyć po świeżej nocy. Patrzeć na księżyc w pełni,
odbijać w oczach obłe światło księżycowej
agonii.1
Mi siglo es uno de los libros más duros a los que me he enfrentado en los últimos tiempos, por lo que se explica y por toda esa retahíla apellidos polacos sin vocales, pero también es uno de los que guardo mejor recuerdo.
Lo farragoso siempre deja onda huella en mí. Es una máxima de mi vida.
Nota del autor: El libro lo acabé hace un año y dos meses, estoy dándole vueltas a este contenido desde entonces, que si lo publico o no, y va y al final lo lanzo en temporada canicular que es cuando todo el mundo está pensando en la playa y no en poesía polaca.
Por situar a Aleksander Wat, decir de él que es poeta e introductor del futurismo en Polonia… y, lo que más me ha interesado de sus demonios interiores, fue un desengañado del comunismo al que acabó odiando con todas sus fuerzas.
Tantas y tan fuertes que acabó suicidándose en París.
Buen sitio para suicidarte si lo que estás es desengañado con el comunismo.
Wat asegura que su elección del comunismo fue libre, nos asegura que no estuvo motivada por su condición de clase: “Y elegir libre y puramente el comunismo significa elegir un encanto que necesariamente conduce a un desencanto”.
“El comunismo - prefiero evitar decir que paradójicamente- significa la socialización a través de la desocialización. Responde a la idea de terciar, es decir, donde sois dos, yo me meteré entre vosotros. Esto, esta educación soviética, se nota en la cárcel”.
Como trabajo periodístico, el libro que hoy nos ocupa tiene un valor incalculable. Sobre todo para los que, como yo, se ha pasado media vida transcribiendo grabaciones para publicar entrevistas. Otra tarea farragosa que me ha acompañado en la vida.
Estas memorias salen de encuentros con grabadora mediante. Su amigo y colega, el también poeta Czesław Miłosz se ofrece a hacer de médium, de interlocutor de charlas interminables en las que Wat intenta enhebrar su azarosa vida y de paso olvidarse de su enfermedad. Con muchos meandros en la narración conforma un todo con aroma de tertulia, por momentos barroco, atrevido y extremadamente subjetivo.
Wat, como le ocurrió a otro pensador polaco como Bauman en UK, se percató de que nadie tenía tiempo para él en Berkeley, donde aterrizó a mediados de los 60 huyendo del puño de hierro comunista. El poeta polaco acabó deprimiéndose en su exilio sin nadie que le prestara atención a su azarosa vida.
Y estas charlas recogidas en estas más de 1000 páginas son el remedio a esa tristeza vital.
Nos enteramos que también tomaba Percodan para sus dolores, lógicos en una vida arrastrándose por campos de concentración en zonas de clima extremo como Alma Ata (la actual capital de Kazajistán, Almatý): “Los campos de concentración eran horripilantes para que todo el mundo supiera que existían. Sobre todo los que estaban fuera. Corregir la conducta de los que no estaban encerrados”.
Estancias en cautividad que le dan para, con la pericia de un biólogo como Félix Rodríguez de la Fuente, estudiar la actitud de los chinches y los piojos (“prefieren la sangre de los intelectuales, les debe saber más dulce o qué sé yo”).
Y de repente una reflexión inquietante: uno sigue siendo comunista más allá de la juventud porque no quiere echar la vista atrás y pensar en todo el tiempo consumido en vano.
“El hombre de la calle siempre dispone de algún catecismo, sustituye uno por otro. Aquello fue algo muy elemental, un simple cálculo matemático. De pronto, empezó a haber de todo en demasía. Había demasiada gente, demasiadas ideas, demasiados libros, demasiados sistemas. Demasiado de todo. Y lo que según los antropólogos de hoy hace al hombre, lo que hace que una sociedad sea humana, es la necesidad de poner orden en esta variedad. Esta variedad es tan horrorosa, se ha vuelto tan horrorosamente grande, que una mente refinada no es capaz de dominarla. No creo que hoy en día nadie -ni un existencialista, ni un pragmatista, ni siquiera un neopositivista- sea capaz de proponer un sistema con un mínimo de honradez intelectual. (…) Hoy en día para proponer ya no digo un sistema, sino solamente un ciclo coherente de ideas, hay que hacer trampa”.
Al leer este pasaje de sus memorias, me pregunto que pensaría Wat del mundo de hoy si levantara la cabeza. Un hoy en el que hay demasiado de todo. Menos coherencia.
En sus monólogos comenta que la cárcel como una especie de bautismo, “un ennoblecimiento”. La ductilidad del tiempo, que en cárceles como Lubianka, se estira como un acordeón. “Mientras que el pasado, el tiempo vivido, se encoje”. Ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, “cuando te cruzas con presos de otras celdas es cuando te das cuenta del aspecto que ofreces si salieras en libertad ya mismo”.
También tiene un apunte que explica la relación de la URSS con el bando republicano de nuestra guerra civil:
“Más tarde tuve la ocasión de comprobar que realmente estos factores habían desempeñado un papel importante en los movimientos de Stalin relacionados con la guerra de España. Era una época preatómica, y sin duda Stalin no tenía ninguna intención de asentarse en España, porque no creía que España pudiera ser un estado comunista. Todas sus acciones, es decir, el apoyo oficial, el envío de consejeros, tropas y generales, los fusilamientos de anarquistas, todo aquello probablemente estaba calculado para tocar las narices a los países capitalistas y, o bien involucrar a Francia e Inglaterra en una guerra contra Alemania e Italia, o bien desacreditar a las democracias, ya que no interviniendo, perdían toda la credibilidad”.
Dos aportes para entender la idiosincrasia del pueblo ruso.
La importancia del canto, (“como el napolitano, el ruso es una nación de cantantes. En cierta medida, Rusia ganó la guerra gracias a sus cantos”), y la atávica necesidad de sufrir del nativo ruso y su insondable espíritu (“el nudo que forman el racionalismo y el irracionalismo, el consciente y el subconsciente, es totalmente distinto del de otras naciones. Es único. En el fondo, el freudismo no proporciona la clave para comprender el alma rusa”).
Me gustaría acabar esta primera parte con un consejo de nuestro primer protagonista de esta semana que deberían adoptar muchos de los escritores de Substack (como yo mismo): “Muchas miserias de nuestra civilización intelectual son el resultado de no leer en voz alta. Un porcentaje enorme de la literatura no habría existido nunca si los autores hubieran leído sus obras en voz alta”.
Polaco el que no bote
El sábado se cumplen 80 años del nacimiento de Adam Zagajewski en Leópolis aka Lviv, «la ciudad de los mil nombres».
Otro poeta polaco. De este igual nos suena más su nombre por estos lares porque fue Premio Príncipe de Asturias hace ocho años.
Me gustaría destacar, ya de primeras, que por su bio Una leve exageración , -por lo general, más espiritual que la de Wat-, nos enteramos de que existe un término en polaco para designar la obligación de comer sin rechistar todo lo que le pongan a uno en el plato: prynuka. El vocablo que haría estragos entre nuestras abuelas.
Por lo demás, de Zagajewski me interesa que tiene explicaciones para todo. Por ejemplo, en relación a la diferencia entre volver a casa con un libro comprado en una librería y hacerlo con uno que has cogido prestado de tu biblioteca más cercana.
Yo sabía que la segunda me predisponía a un placer mayor, -las expectativas siempre han sido una adicción para mí-, pero no sabía por qué.
Ahora ya sí.
“Todavía hoy, siento el mismo escalofrío de placer cuando vuelvo expectante con un volumen de la biblioteca: una novedad, el presagio de una sorpresa. Mucho más que cuando traía un libro recién comprado en una librería, una propiedad de nuevo cuño, como si el sentido de la responsabilidad por lo que me pertenece enturbiara las cosas de algún modo. En cambio, la biblioteca es la región del amor libre, invita a romances sin compromiso, a relaciones pasajeras, invita a lecturas caprichosas que provocan ora el éxtasis, ora el aburrimiento, pero siempre nos brindan la oportunidad de hacer rápidamente un cambalache”.
Inapelable.
Esta frase debería verse en grande en la entrada a las instalaciones de la xarxa de biblioteques públiques.
En su biografía nos habla también de su familia. De entre sus miembros destaca el tío Józef que, cuando se reunían todos el domingo por la tarde para tomar café con pastas, “él ni siquiera sacaba la cabeza de su habitación y, si se daba la circunstancia de que tenía que ir al baño, desfilaba en pijama, para volver a desaparecer inmediatamente en el misterioso recinto de su guarida. No quedaba claro que lo retenía allí: ¿dormitaba todo el día o tenía una pasión secreta de la que los suyos no sabían nada?”.
Para el poeta y ensayista polaco, amigo del autor de Solaris, Stanislaw Lem, no hay nada peor que ser sistemático. Y entonces yo me pongo contento porque si algo no soy es precisamente sistemático. En casa esta apreciación me traerá algunos problemas: “Algunos sistemas, por ejemplo, el psicoanálisis, pueden tener una utilidad práctica como arte de tratar a la gente, asistirla, ayudarla y curarla. Pero, el fondo de los fondos, los sistemas son la lacra de la mente y de la vida intelectual. Los sistemas nos han convertido en esclavos y enanos”.
Después de leer el libro me ha entrado curiosidad por la localidad italiana de Rovigo, para el autor sinónimo de no lugar. Algo así como la Albacete de Italia:
“Rovigo, en la región del Véneto, una estación por la que no merece la pena apearse del tren, nos recuerda el final del viaje del hombre. Rovigo, un lugar que nadie quiere visitar, una ciudad a la que no tiene sentido dedicar un par de horas de nuestro valioso tiempo, una población fea (a todo parecer, porque yo tampoco la he visitado) que «no justifica la molestia de desviarse del itinerario» (…) constituye el polo de la insipidez y, como tal, se sitúa en las antípodas de la hermosura, de la bellezza italiana”.
Me despido hasta el lunes que viene con otro consejito para los escritores de Substack: “Quien escribe se expone a toda clase de peligros. La lista es muy larga, aunque resulta fácil adivinar a qué trampas me refiero. Las amenazas de naturaleza intelectual son especialmente desagradables. En resumidas cuentas, un escritor no puede no pensar y no puede no participar hasta cierto punto en la vida intelectual de su época. No puede y no debe ampararse en una inocencia absoluta e infantil, porque en un momento dado ésta se vuelve estupidez”.
Así que hay que mojarse.
Otra cosa es a qué ideas o tendencias nos agarramos. Porque acogernos a las ideas reinantes también está feo y no te da caché como escritor.
Tal vez por eso escribo sobre dos poetas polacos con el calor que hace estos días.
Así que, exacto, escribir es condenarse.
Ser un ratón. Preferiblemente un ratón de campo. O un ratón de jardín, no un ratón doméstico:
¡El hombre exhala un olor abominable!
Todos lo conocemos: pájaros, cangrejos, ratas.
Provoca asco y miedo.
Tiritando.
Alimentarse de flores de glicina, corteza de palmera,
echar raíces en la tierra fresca y húmeda
y bailar tras una noche fresca. Contemplar la luna llena,
reflejar en los ojos la luz redonda de la agonía lunar.
En la belleza ajena de Zagajewski está en mi top 3 de libros. Me caes bien.
me encanta saber que los libros de biblioteca son como las manzanas de casa: más apetecibles que las que compras en librerías. Grandes poetas polacos! 😏