Croquetas de cocido
En Can Peguera con sus hileras de casas bajas, su parque central y su bar Jordi
Can Peguera.
De los barrios que costaría de ubicar en un mapa a la mayoría de barceloneses que no vivan en él.
El barrio son doce hectáreas constreñidas entre el parc central del distrito y el Turó de la Piera -un Bernabéu y medio-, de infausto recuerdo por aquel derrumbamiento con el que se desprecintaba un nuevo siglo de catástrofes barcelonesas.
He salido por la parada de metro de Canyelles y en un momento me encuentro con el parque Central de todo el distrito de Nou Barris. El Central Park del distrito más ancho de Barcelona. El menos Cerdà de los barrios. El más salvaje.
El segundo milenio empezó con un susto, pero el siglo XX se quiso despedir con una buena noticia: la inauguración de este pulmón que, a tan tempranas horas de un jueves de noviembre, se despliega como un remanso de paz, ya lo quisiera yo para mi estimado Raval. Muy jubiletas, pero remanso de paz a fin y al cabo.
Un poco más de un siglo antes se inauguró el manicomio de la Santa Cruz, parte de él sobrevive dentro de las 17,7 hectáreas del parque). Uno de sus referentes, Emili Pi i Molist, eminencia en la frenopatía de mediados del XIX, innovador con el uso del cloroformo, uno de los reformistas en el tratamiento a los locos cuando aún no eran enfermos mentales, tiene una calle a su nombre por aquí cerca.
Un almuerzo redondo
Es jueves 14 de noviembre y ayer empezó el invierno. Bajaron las temperaturas con estrépito, una manera vasta de empujar al barcelonés a su ropero y hacerse con esas chaquetas que no nos decidíamos si vestir o no en estos días en los que uno-no-sabe-qué-ponerse y tiro porque me toca.
Una mujer se queja del calor que está pasando con un abrigo, que se ha revelado como la peor de las decisiones de lo que llevamos de día. Su vecino le aclara que “esta mañana si que hacía fresquete”.
La trampa de estos nuevos noviembres.
Me he topado por el camino con un bar Taxi. Ya sabéis, amigos, si un bar está lleno de taxistas eso es que el bar es bueno. Este debe tener alguna estrella Michelin entonces.
En el passeig Urrutia, yo creo que no había estado en mi vida y ahora ya puedo presumir de ello, me encuentro con l’Escola de Polítiques Socials i Urbanes (IGOP) en el que diviso el logo de la UAB. Lo oficial también necesita de la periferia, aunque a veces no lo parezca.
Veo también por aquí un cartel de “Tot 1 euro en segona ma” y de sus instalaciones medio a oscuras sobresale una avezada mujer de mediana edad que extrae con destreza un somier.
Por lo demás, muchas casa bajas que me encantan (foto de arriba) y me recuerdan a otros parajes como el barrio de Horta o el de Singuerlín de Santa Coloma.
El bar Jordi tiene un nombre muy común pero una forma curva muy peculiar (foto de arriba). Se encuentra enquistado en los bajos de un edifico circular. Tengo entendido que aquí vinieron a morar gentes que vivía en barracas. Su terraza está ribeteada por unas columnas muy altas que le dan al exterior un aspecto de partenón del extrarradio.
Me recibe en el bar, Susanna Griso, la ínclita presentadora de sucesos, algunos escabrosos, todo sea dicho, que en estos momentos nos está regalando a la pantalla del televisor, del que es imposible escapar por su exagerado volumen, con las últimas imágenes que no habíamos visto de las inundaciones de Valencia en las que una vecina está a punto de ahogarse si no es por la gracia del enésimo héroe anónimo. Un turmix que centrifuga desde la cocina una salsa que se hace de rogar le pone el contrapunto sonoro a ese milagroso rescate levantino.
La experiencia me dice que si en la pantalla del televisor aparece la Griso es que en ese bar se come bien seguro… sobre todo si no se te ocurre hablar de política.
Tanta oscuridad televisiva contrasta con esta soleada mañana que anima a los parroquianos a desayunar bajo las columnas dóricas. El invierno llegó ayer y se acabó hoy. Todo va muy rápido.
Veo también por la ventana dos jaulas tapadas por un pañuelo encima de un coche. Supongo el propietario, el de las jaulas o el del auto, estará tomando un merecido refrigerio.
En el interior del bar, justo en un extremo de la barra, asoma un cartel que prohíbe la entrada de pájaros. No es una advertencia baladí teniendo en cuenta que este es territorio silvestrista, a tenor de la cantidad de jaulas que veo por los aledaños. Todos ellos pájaros, supongo, de la familia de los fringílidos.
Doy los buenos días y la primera en la frente. Pregunto por los sándwiches de fricandó, que es el plato que me arrastra hasta estas latitudes y el camarero dibuja un interrogante en su cara para expresar que en este lugar no se sirve tal manjar. Ni nada que se le parezca mínimamente.
Me he equivocado. He traspapelado mis notas. Últimamente no doy pie con bola.
Nota del autor: El bar que sirve este tipo de bocadillos tan peculiar es Bodegas Montferry, en Horta Guinardó, a unos cuatro o cinco quilómetros al sur de donde me encuentro. Os debo una visita a este bar en futuras ediciones.
Pido un vegetal de atún para salir del paso y tener tiempo de recuperar mis apuntes y cerciorarme, esta vez correctamente, de que la tapa destacada de este bar es la croqueta de cocido. Bocado que acierto a añadir a mi pedido de manera algo atropellada pero que llegará exitosamente unos quince minutos después.
La ya indestructible conexión Nou Barris-LATAM queda reflejada en la plaza adyacente al bar de nombre César Vallejo, recordado poeta peruano por ser innovador de las letras del país andino. Destacado por mezclar el drama con el humor, manera sabia de enfrentar un nuevo día y un nuevo poema.
Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina…Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa…Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona…
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza…Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito…
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué mas da! Emocionado… Emocionado…”
Al volver al metro de Canyelles (por cierto, un barrio que ya peiné en su día en busca del 5 Hermanos como podéis comprobar más arriba) cruzo la calle de les Gaseles, que en un punto confluye con la Rambla del Caçador. La toponimia de por estos lares nos advierte de lo que es la vida: cazador o presa, hay que elegir, y no hay más vueltas.
Al venir me he liado con el GPS pero al volver ya bien orientado me he dado de bruces con un edificio tan enorme como el Pentágono que es el Parc Tecnològic de Barcelona Activa.
Y yo sin trabajo ahora mismo.
En en el andén del metro he coincidido con tres japoneses que iban en dirección Plaça Catalunya. Me he quedado con ganas de preguntarles qué les traía por Canyelles. Pero no les he querido importunar.
El futuro también ha llegado a Can Peguera.
A mí esta vez no me ha pillado con el pie cambiado y ya me he hecho mi bluesky.
Aunque estoy pasando una crisis con las redes sociales y otras plataformas.
Prometo explicarlo antes de que acabe el año.
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Los lunes al sol
Os dejo con las crónicas de los viajes que he realizado en estos últimos meses por el distrito de Nou Barris, por si queréis recuperarlos (algunos van con podcast incluido con el relato de la aventura en directo amenizado con la música que estaba escuchando en los tiempos de cada una de las excursiones).
Tenéis esta del verano pasado en Les Roquetes para admirar una de las plazas más extrañas de toda la ciudad: la plaza de la hemorroide. No sé si empezaron ya las obras para aplanarla.
En el post de más abajo os hablo de mi primera ofrenda a San Xiveco, este pasado fin de semana volvió a salir en procesión por las calles de La Prospe, un barrio del que ya os he hablado también con motivo de su fascinante torneo de volley playa (para que veáis lo que es Barcelona, todo el mundo se queja de los expats y de que ya nada era lo que fue. Yo llevo tres ediciones visitando esta maravilla y aún no he conseguido arrastrar a ninguno de mis amigos y conocidos).
El Ulán Bator barcelonés podríamos decir que se encuentra en el barrio de Vallbona, que linda con Santa Coloma de Gramenet. Hasta allí nos fuimos para visitar el bar más remoto de la ciudad, Els Xiprers.
He vivido casi toda la vida en Barcelona, y sólo me suena haber oído un par de veces la expresión "Can Peguera", y nunca supe lo que era. Gracias por esclarecer mi mente ...
Puedo hacer una sugerencia ?